Los arranques de año no suelen ser tan agresivos
contra los presidentes. Lo fueron el de 1994 para Carlos Salinas por el
alzamiento zapatista en Chiapas, y el de 1995 para Ernesto Zedillo, quien
llevaba escaso un mes de gestión y vivía una profunda crisis económica. No se
recuerda un inicio tan violento ni antes ni después de ellos hasta ahora, con
Enrique Peña Nieto.
En vísperas de culminar 2016, circularon mensajes en las
redes sociales de insurrecciones y toma de carreteras en varias partes del
país, falsos pero que anticipaban la protesta nacional contra el gasolinazo.
Peña Nieto no se dio por enterado. Mientras estaba ausente, el entorno social
se degradó. Una semana después, está empeorando.
La rebeldía no se detiene. No ayudó el mensaje de Reyes de Peña Nieto, cuando de manera sorpresiva preguntó a los mexicanos “¿qué habrían hecho ustedes?” en su lugar. Está confundido. Como presidente, Peña Nieto tiene el mandato de quienes votaron por él y quienes aunque lo hicieron por otras opciones lo reconocen como jefe del Ejecutivo, para tomar decisiones en nombre de todos. Por lo tanto, la frase es alarmante al mostrar su debilidad como líder, y porque parece buscar en la sociedad la comprensión para sus acciones.
Los líderes toman decisiones, algunas dolorosas, pero las encaran sin pedir que los entiendan. Las asumen y las defienden. No piden compasión ante la opinión pública. Los colofones retóricos de Peña Nieto siempre dan al traste a sus planteamientos argumentativos. Dubitativo como presidente, limitado como líder, quiere, a golpe de discursos, la conquista de su anhelo: la unidad nacional, que le permita a través de actos de fe, porque no aporta elementos para persuadir a la nación, restablecer el consenso para gobernar. Al contrario. Cuando la crisis de opinión se agudiza, detona puentes.
No se les ocurrió mejor salida a Peña Nieto y a su equipo que en el mensaje de Reyes acusar al gobierno de Felipe Calderón de ser parcialmente responsable del gasolinazo, al haber subsidiado y tirado a la basura –dijo–, mil millones de pesos para mantener un precio artificial de la gasolina. Los datos no le dan la razón a Peña Nieto. Un estudio de la oficina de Servicios de Investigación y Análisis de la Cámara de Diputados de marzo del año pasado dice que en términos relativos, de enero de 2007 a enero de 2015, los combustibles se incrementaron hasta 100 por ciento. Entonces, no es tanto la negligencia de Calderón, como la mala memoria de Peña Nieto. También hace más de 11 meses, el PAN propuso en el Congreso adelantar para enero de 2016 la liberación de los combustibles, pero la iniciativa, que habría entrado en vigor en un año de 12 elecciones estatales, fue sepultada por el PRI.
Otra explicación que dio el presidente el jueves sobre el gasolinazo fue el factor exógeno de la caída en los precios de petróleo. No dijo que Pemex produjo menos petróleo por el agotamiento de su capacidad y su endeudamiento, que es lo que trató de resolver la reforma energética peñista. Lo que muestra la falsedad del argumento del presidente es que la situación actual sería diferente si el PRI, fuertemente animado por la bancada mexiquense en el Congreso cuando Peña Nieto era gobernador, no hubiera rechazado la propuesta de reforma energética que propuso Calderón en 2008. Calderón se quedó sin reforma; el PRI festejó la derrota del panista y ahora paga las consecuencias, pero critica al prójimo. La autocrítica, se ha visto repetidamente, no se le da mucho a Peña Nieto.
El presidente Peña Nieto buscó la salida fácil y contradecir lo que dijo en 2013, durante una charla con la prensa, cuando le preguntaron si no iba a actuar sobre aquellos funcionarios del gobierno de Calderón que hubieran incurrido en actos de corrupción o irregularidades, a lo que respondió que no gobernaría con el retrovisor. No lo hizo aun cuando podría haber actuado contra funcionarios, legisladores y empresarios del calderonismo, a algunos de los cuales, por cierto, les abrió las puertas de Los Pinos, les dio acceso a los suyos, los hizo parte del grupo de influencia, y los llenó de privilegios.
El jueves pasado usó a destiempo el retrovisor y en forma poco reflexiva. Culpar al gobierno de Calderón de gran parte de los males que ahora tiene que pagar por el gasolinazo, sin el matiz y el análisis, encontró un culpable inmediato y cercano de tan atrevida acusación: su secretario de Hacienda, José Antonio Meade, que fue secretario de Energía y de Hacienda en el último tercio del gobierno de Calderón. La descalificación a Meade fue clara, por lo que procedía a actuar en consecuencia. Si el agravio es tan grande con Calderón, debió haberlo despedido en el acto.
No pasó, ni pasará. Peña Nieto no buscó encontrar una solución con el mensaje de Reyes, sino empujar la tormenta para otro lado. Como le respondió el senador Ernesto Cordero, que precedió a Meade en la Hacienda calderonista: “Yo entiendo su frustración. Al pobre presidente no le salen las cosas. Su conducción desde el primer día ha sido mala, está frustrado y le echa la culpa a todo mundo. Todo mundo tiene responsabilidad menos su gobierno”. Nadie le respondió a Cordero. El conflicto ha cambiado de perfil. Se han reducido los saqueos y se ha incrementado la protesta. Devolviéndole la pregunta al presidente, ¿qué hará ahora usted? Por lo pronto, un consejo: gobierne.
Fuente.-Twitter: @rivapa
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