Quitemos la parafernalia y las candilejas a la detención del Chapo. Lo importante en la recaptura de Joaquín Guzmán Loera no es la entrevista que le hizo el actor Sean Penn, tampoco el flirteo y negocios del capo con la actriz Kate del Castillo.
Lo importante, lo verdaderamente importante, es saber cuánto vale el Chapo. La frase con la que se explicó en su momento la derrota electoral del poderoso George W. Bush padre, frente a Bill Clinton, aplica también aquí: “Es la economía, estúpido”.
Washington lo quiere. Y lo quiere no sólo por tratarse de uno de los narcos que más cocaína y heroína ha metido a Estados Unidos. No sólo porque conoce la estructura del crimen organizado en México y los vínculos que políticos y empresarios tienen con el negocio de la droga.
Lo necesita porque es una de las cabezas del negocio más lucrativo del mundo: el narcotráfico. Un delito globalizado que mueve, según la ONU y la OEA, alrededor de 320 mil millones de dólares al año.
Esto explica, en gran medida, la actitud generosa de la justicia norteamericana hacia un delincuente al que en repetidas ocasiones ha acusado de envenenar a la sociedad estadounidense.
La generosidad de Estados Unidos hacia el Chapo quedó sellada con una promesa: garantizó al gobierno mexicano, según declaración de José Manuel Merino, director de Procedimientos Internacionales de la PGR, que de ser extraditado no se le aplicaría la pena de muerte.
¿Para qué ejecutarlo si vale más vivo que muerto? El narcotraficante no sólo duerme sobre los mil millones de dólares que le atribuye la revista Forbes para ubicarlo como uno de los hombres más ricos del mundo.
“Papa”, clave que utiliza el Chapo en la primera conversación telefónica que sostuvo con Kate del Castillo, es parte de una estructura financiera global con presencia en más de 50 países que lava anualmente billones de dólares.
Un dato para sustentar esta reflexión: a principios del siglo XXI, el Congreso norteamericano detectó que los bancos estadounidenses y europeos lavaban cerca de un billón de dólares anualmente y que la mitad de esa suma iba a parar a los bancos de Estados Unidos.
Ese “dinero sucio”, según analistas, servía para cubrir el déficit de la balanza comercial norteamericana. Un déficit que, en los meses recientes, se ha incrementado, producto de la recesión y del empoderamiento económico de países como China en el mundo.
Washington quiere el dinero del Chapo. O para decirlo con más precisión: quiere y necesita más dinero del que el crimen organizado acostumbra dejar en los países más ricos. Naciones Unidas denunció hace poco que la mayor parte de las ganancias, por venta de drogas, se queda en los países europeos y, sin duda, Estados Unidos y Canadá.
En estricto sentido, la extradición del Chapo ya no está, por consiguiente, en el escritorio del gobierno mexicano.
El Chapo debe ser extraditado a Estados Unidos. Afirmar, como sostiene el PRD, que debe ser enjuiciado en México para mostrar la fortaleza de las instituciones, carece de sentido.
Ni la soberanía y fortaleza de la justicia mexicana dependen de que el Chapo se quede o se vaya. El tema es más complejo.
Lo importante sería que antes de ser extraditado, el Chapo le contestara a la PGR una pregunta: ¿dónde están los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinpa? Algo debe saber.
Por lo demás, debe preocuparnos a todos la chapanización de México. La fascinación que siente la sociedad mexicana, especialmente los jóvenes, hacia un personaje dedicado a romper y a corromper el orden establecido.
El Chapo puede estar en la cárcel, pero en la calle sigue libre y triunfando la cultura que representa.
@PagesBeatriz/ Siempre
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