Los gallos de pelea tenían puestas las navajas y, lentamente, con una ira apabullante, el interno iba quitándoselas para guardarlos en un costal, delante del director de la cárcel de Chetumal. Tenían ganas de pegarme, yo había llegado con instrucciones directas del gobernador y no podían objetar nada, tenían que entregármelos. Su existencia transgredía todos los reglamentos, hasta el del sentido común. Otros internos se iban acercando mientras un camión de Coca Cola, lo que se había prohibido, descargaba su mercancía dentro del penal.
Sobre estos gallos me había advertido el general José Luis García Dorantes, que los había visto el día anterior, durante un recorrido para hacer un diagnóstico integral. Yo no podía creerlo. Llevábamos meses en una batalla desgastante, primero para cambiar al director de esa cárcel, un general que había sido cómplice del más burdo intento de fuga a recordar: uno de los reos iba escondido en una maleta que se abrió al bajar las escaleras, porque su esposa apenas podía arrastrarla.
Y entonces el dilema, como todo lo que sucede en las cárceles del país, fue moral. Muy simple. El director recién llegado afirmaba que era un éxito que no se hubiese fugado. Y nosotros, el subsecretario Tejeda y yo, contabilizábamos todo lo que tuvo que suceder para llegar a ese “desenlace”, como hoy con la fuga del “Chapo”.
Porque el punto de quiebre está en la complicidad de las autoridades que, a cambio de dinero o por temor, permiten que sean los reos quienes controlen el penal y lo conviertan en una Sodoma indescriptible.
¿Cómo, por qué motivo, se permitió la entrada de una maleta que medía más de un metro, enorme, y vacía a una visita conyugal? ¿Por qué no había pasado lista el interno esa mañana y ninguno lo había reportado? ¿Quién permitió que la mujer cargase más de sesenta kilos en una maleta tan grotesca sin preguntar, pasando por todos los filtros y aduanas?
Ese era nuestro argumento. Como ahora en Almoloya, con la fuga fantástica, tuvieron que darse una suma de omisiones y corrupción, en todos los niveles de la autoridad carcelaria para que un reo se meta en una maleta e intente salir. Lo que hubiese logrado si su mujer hubiese estado más fuerte. Ese primer round lo ganamos y el general fue despedido.
Ahora confrontaba a un Mayor, también retirado, sin ninguna experiencia penitenciaria que se encerraba todas las tardes con alguna de las reclusas que ejercían libremente la prostitución dentro del área varonil. Y le exigía que, además de entregarme todos los gallos, me trajese al cocodrilo o lagarto, no supo García Dorantes a cuál especie pertenecía pero el “líder” del “autocontrol” lo tenía en el “patio” de su celda, en un estanque… Un animal de más de un metro de largo.
García Márquez se quedaba muy corto. Porque Carlos, que así se llamaba el temido criminal que controlaba todo dentro de la cárcel, se negaba a entregarlo y el director decía que seguramente se lo habían llevado sus familiares el día anterior. Había desaparecido cuando fui a buscarlo entre el lodo.
Construido hace más de 50 años, el penal estatal de Chetumal tiene todos los vicios de las cárceles del país, comenzando por el hacinamiento producto de la sobrepoblación. Sufre la imposibilidad física de cumplir con el mandato legal de separar a los reos procesados de los sentenciados, por la naturaleza de sus instalaciones. Los presos, hombres y mujeres apenas separadas sus barracas por una tela de alambre, no portan uniforme. Y a nuestra llegada Tejeda tuvo que comenzar por prohibir que sus familias vivieran ahí, que cochinos, perros y gallinas pulularan por sus instalaciones. No se diga televisiones, radios, refrigeradores, ventiladores y hasta aires acondicionados.
Por la noche, todos lo sabían, desde la misma torre de control se tiraba la droga al patio central. Y cuando pusimos un inhibidor de señal de celular el director lo anulaba.
No conseguimos cerrar las tienditas, negocios productivos que llevan su comisión a los funcionarios, ni los restaurantes. Como tampoco se nos autorizó para quitar los cuchillos y demás instrumentos de carpintería de un taller. Eso, como tantas cosas, había que consultarlo primero con el líder.
Juntos, Ricardo Tejeda tenía experiencia, es un abogado con disposición a establecer el orden, decidimos que había que quitar a ese personaje que, además, estaba sentenciado por delitos federales. En ese tiempo los responsables de las cárceles estatales recurríamos al Subsecretario Patricio Patiño.
La única condición para su traslado fue que no se enterase ni el General que era Secretario de Seguridad Pública ni ninguno de los funcionarios de la cárcel. Lo que se escucha tremendamente absurdo pero la corrupción vigente lo exigía. De hecho todos los traslados de reos federales se hicieron así para evitar que el mismo director de Readaptación Social del Gobierno del Estado los amparase.
Y sin ningún recato, trayendo a un abogado de oficio para hacer en grupo todos los amparos.
¿En quién confiar? El día del traslado del jefe del autogobierno, Ricardo Tejeda llegó por él minutos antes de que el vuelo comercial aterrizara, ya con todos los papeles hechos. Y arrastrado lo llevó al aeropuerto mientras los funcionarios, el director de la cárcel y el mismo Secretario intentasen “rescatarlo” para impedir su traslado.
Tejeda me llamó muy angustiado, pedí instrucciones al gobernador y con su apoyo se subieron al avión. El general no dejaba que despegara el avión con el preso hasta que el piloto se confrontó con él y pudieron llevarlo, Tejeda iba esposado y sudando miedo.
Siete meses después, ese interno regresó a Chetumal para retomar el control de la podredumbre de la cárcel. Y esa mañana, no quería entregar su lagarto…
Ya Tejeda no trabajaba en la Secretaría. ¿Habíamos fracasado? Lo cierto es que fuimos el hazmerreír en todas las reuniones nacionales. Primero por el intento de fuga, y después porque había que “secuestrar” a los presos federales para trasladarlos contra la voluntad de la autoridad que quería que permanecieran aventando dinero y fango. Mientras todos los demás penales suplicaban que se llevasen a sus presos federales.
¿Qué entra a las cárceles mexicanas? De todo: mujeres, bandas de música, comida, celulares, televisiones, aires acondicionados, droga, botellas de licor y niños que acompañan la condena de los mayores. Todo se compra, todo se vende con el mayor cinismo, a la vista de todos. Los custodios no son tales, sino policías castigados con ese trabajo.
Patricio Patiño hizo una Academia de Custodios en Xalapa, que a principios de este sexenio fue cerrada. Por lo tanto no hay ninguna institución que los capacite para su trabajo.
Poco más de 250 mil internos viven en condiciones infrahumanas. Muchos venden su espacio en una celda y duermen fuera, sobre el piso, para que otro u otros puedan hacerlo más cómodamente. En la cárcel modelo de Chihuahua, donde la autoridad fue recibida a balazos y su transformación, por la vía de la fuerza, consiguió meses después la certificación norteamericana, los miembros del grupo criminal “La Línea” viven de diez en diez en cada celda. O sea parados, turnándose para dormir. El hacinamiento es el mayor problema de todas las cárceles estatales.
Duncan Wood, director del Instituto México del Wilson Center asevera que el gobierno no presta atención a las prisiones. Mientras que el senador Omar Fayad, presidente de la Comisión de Seguridad Pública del Senado, afirma que el sistema penitenciario es vulnerable.
Datos de la Secretaria de Gobernación, con fecha del 15 de mayo del 2015 aseveran que hay sobrepoblación en 210 cárceles de las 387 que tenemos en el país. Existen 256,448 internos, federales y del fuero común, sentenciados y procesados, mientras que la capacidad de nuestros penales es de solamente 203 434 reos.
Nos sobran más de 50 mil. O si se prefiere, hay necesidad de una celda por cada cuatro, hace falta 20 por ciento de espacio en todo, hasta para defecar.
La mayoría de estos internos no tienen uniforme, viven en condiciones precarias, no pueden pagar su fianza ni los honorarios de un abogado, desconocen el sistema penal y no tienen familiares. Por lo tanto son utilizados por los internos que trasladan su poder criminal a las cárceles.
¿Quién quiere invertir en esto? ¿Qué gobierno estatal tiene más de 3 mil millones de pesos para construir una nueva cárcel? La manutención de un reo en nuestro país es muy cara. En algunos estados los alimentos solamente son pagados a más de 140 pesos por cada interno, en otros en la mitad de este precio. Hay que pagar la luz, los empleados, los custodios, los instructores, los psicólogos, los abogados, todo lo que a partir del sexenio pasado se volvió obligatorio para poder caminar hacía la readaptación social.
Fuente :Isabel Arvide
@isabelarvide
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: