La mentira siempre ha sido parte de la política, pero nunca antes había sido tan sistemática y sofisticada como ahora. El reciente libro State Sponsored Disinformation Around the Globe(Desinformación patrocinada por el Estado alrededor del mundo) editado por Martin Echeverría, Sara García Santamaría y Daniel C. Hallin, nos revela una realidad inquietante: los Estados –mediante los gobiernos– se han convertido en las principales fábricas de desinformación.
No se trata ya de la vieja propaganda ni de las noticias falsas que circulan en redes sociales. Lo que enfrentamos es mucho más peligroso: campañas coordinadas desde el poder, que utilizan recursos públicos y la legitimidad del Estado para manipular sistemáticamente a la ciudadanía. Desde democracias consolidadas hasta regímenes autoritarios, los gobiernos han perfeccionado el arte de engañar a sus sociedades.
¿Por qué debería preocuparnos? Porque, a diferencia de otros actores que difunden mentiras, el Estado tiene recursos privilegiados y una autoridad única.
Cuando un gobierno miente lo hace con todo el peso de sus instituciones. Puede usar estadísticas oficiales manipuladas, medios públicos, voceros gubernamentales y hasta el sistema judicial para dar credibilidad a sus falsedades. Es como si el árbitro del partido decidiera hacer trampa: ¿quién lo va a sancionar?
En México y América Latina este fenómeno tiene características particulares. Como señala Grisel Salazar Rebolledo en uno de los capítulos del libro, en el sur global la desinformación estatal se entrelaza con problemas estructurales como la desigualdad y la debilidad institucional. No es lo mismo combatir la desinformación en las democracias consolidadas, donde hay instituciones sólidas y medios independientes fuertes, que en países donde los medios dependen en gran medida del dinero gubernamental y las instituciones son frágiles.
La pandemia por covid–19 nos dio una muestra clara de cómo opera esta maquinaria. Vimos gobiernos manipulando cifras de contagios y muertes, minimizando la gravedad de la crisis o exagerándola según su conveniencia política. Las comunicaciones gubernamentales se convirtieron en espacios de construcción de realidades alternativas, donde los datos se moldeaban para ajustarse a la narrativa oficial del momento.
Evolución de la desinformación estatal
La desinformación gubernamental no es un fenómeno nuevo, pero ha experimentado una transformación significativa en la era digital:
- Sofisticación tecnológica: Los gobiernos ahora emplean herramientas avanzadas como bots, algoritmos y análisis de big data para difundir información engañosa a gran escala.
- Alcance global: Las redes sociales y los medios digitales permiten que la desinformación traspase fronteras con facilidad.
- Estrategias híbridas: Se combinan tácticas tradicionales de propaganda con nuevas formas de manipulación en línea.
Impacto en la democracia
La desinformación patrocinada por el gobierno tiene consecuencias graves para los sistemas democráticos:
- Erosión de la confianza: Socava la credibilidad de las instituciones y los medios de comunicación.
- Polarización social: Fomenta la división y el extremismo político.
- Interferencia electoral: Puede influir en los resultados de las elecciones y desestabilizar procesos democráticos.
Desafíos para el periodismo
Como periodistas, es crucial reconocer los retos que plantea este fenómeno:
- Verificación exhaustiva: La necesidad de contrastar fuentes y datos es más importante que nunca.
- Alfabetización mediática: Es fundamental educar al público sobre cómo identificar y combatir la desinformación.
- Colaboración internacional: La lucha contra la desinformación requiere esfuerzos coordinados entre países y organizaciones.
En conclusión, “State-Sponsored Disinformation Around the Globe” nos alerta sobre la creciente sofisticación y sistematización de la mentira en la política contemporánea.
Como periodistas y ciudadanos, debemos estar vigilantes y desarrollar herramientas críticas para enfrentar este desafío a la integridad de nuestras democracias.
Con informacion: PROCESO/
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