México se jodió cuando sus gobernantes decidieron gastar de más y vivir de prestado; algunos pretendieron, incluso, hacer del endeudamiento un activo político (porque disque mostraba la solidez de nuestra economía). Décadas después, el pago de intereses y la casi nula amortización de la deuda, constituyen una sangría que lastra el crecimiento del país.
Al país también lo jodió el malinchismo de quienes prefieren todo lo importado, aun de dudosa calidad, sobre los buenos productos mexicanos, y también nos han jodido los mexicanos “de temporal”, los grandes beneficiarios de la corrupción que no tienen límites en su voracidad y mantienen enormes capitales invertidos en el extranjero.
México se jodió cuando le declaramos la guerra a los narcotraficantes y no al subdesarrollo. Pero también, sin duda, cuando hicimos del acuerdo una perversión y del desacuerdo una virtud.
La pachorra es otro problema: carecemos de sentido de urgencia. “Ahorita” puede significar en una hora, en una semana o nunca. Aunque en varios temas (la inseguridad, el deterioro ambiental, la quiebra de las instituciones de seguridad social) hemos alcanzado condiciones límite, los gobiernos siguen posponiendo las soluciones; carecemos de políticas de Estado.
Otro rasgo que nos lastra es la confusión en muchos de nuestros funcionarios públicos del poder con los símbolos del poder. Si algunos burócratas de ventanilla, inspectores de reglamentos o agentes de tránsito se suben a un ladrillo y se marean, este vértigo se vuelve locura cuando afecta al funcionariado medio o alto.
El despilfarro es otro estorbo. Un alto porcentaje de los presupuestos se gasta de manera absurda, con muy poca eficacia en programas sin estudios de factibilidad o en meras ocurrencias del tomador de decisiones.
México se jodió cuando convertimos la impunidad en costumbre. En nuestro país, “el que la hace” tiene muy altas probabilidades de nunca pagarla. De poco sirve, entonces, que se endurezcan las penas para ciertos delitos cuando alrededor del 97% de los delitos no concluyen en sentencias condenatorias.
Nos jodimos cuando aceptamos como parte del folklore nacional eso de que “el que no transa no avanza”, “la amistad se demuestra en la nómina”, el Año de Hidalgo (“chingue a su madre el que deje algo”) o el de Carranza (“por si el de Hidalgo no alcanza”).
Nos jodimos cuando tantos mexicanos hicieron suya la cultura de estirar la mano para esperar todo de los apoyos de Papá gobierno.
Y nos jodimos cuando llegó a la Presidencia, con un enorme respaldo social, el que en vez de mirar hacia adelante, se propuso construir un país de reprobados y alcahuetes: la República de los pobres, en donde son censurados quienes se esfuerzan por mejorar para el bien de sus familias (se les califica de “aspiracionistas”); que rascó en los sedimentos de anchas franjas de la sociedad para revivir viejos resentimientos que hoy dividen al país y se propuso convertir a ciudadanos en clientes. Un autócrata que ha intentado desaparecer o capturar las instituciones diseñadas como contrapesos a los otros poderes para construir el país de un solo hombre.
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