Ayer 8 de octubre se conmemoró el Día Mundial de los Cuidados Paliativos. Puede ser un buen momento para reflexionar y conversar en familia sobre lo que nos gustaría o no, si tuviéramos la oportunidad de elegir dónde y cómo morir.
Mi familia y amigos más cercanos saben que cuento, desde hace tiempo, con mi voluntad anticipada notariada y un audio donde detallo aquellas intervenciones médicas a las que no estaría dispuesta a someterme, en el caso de padecer un padecimiento incurable y avanzado. Si tuviera la opción, elijo morir en casa; priorizo el alivio del dolor y de cualquier síntoma que me provoque malestar y acepto la sedación paliativa en el caso de que se presentaran síntomas refractarios, que no respondan a los tratamientos convencionales.
Todo esto es el resultado de largas y profundas conversaciones y el deseo de ser congruente. Después de todo, he dedicado 30 años al estudio del final de la vida, las trayectorias de las distintas enfermedades que ocupan las primeras causas de muerte, y los procesos de duelo. Desde entonces he seguido el desarrollo de los cuidados paliativos en el país y, es innegable el avance logrado hasta ahora. Sin embargo, la demanda supera la oferta y los recursos se encuentran concentrados, principalmente, en las grandes urbes y en hospitales de tercer nivel.
De acuerdo con datos del INEGI, en 2021 se registraron 1,117,167 defunciones, de las cuales 1,032,408 fueron causadas por enfermedad. Para alcanzar a un mayor número de pacientes, los cuidados paliativos deben estar disponibles desde el primer nivel de atención. Asimismo, es necesario divulgar su quehacer para despejar imprecisiones o tergiversaciones, como pensarlos solamente para quienes se encuentran en fase terminal o confundirlos con eutanasia, aunque aclaro que estoy a favor de su despenalización.
Estamos viviendo una gran contradicción; mientras algunos pacientes reciben tratamientos para prolongar la vida, incluso a costa de mayor sufrimiento, muchos otros no tienen siquiera la posibilidad de acceder a medicamentos básicos para el alivio del dolor.
Morir se ha convertido en un proceso biomédico cuando en realidad se trata de un acontecimiento relacional, que tiene implicaciones físicas, emocionales, espirituales y socioculturales. Los avances médicos están dando paso a un nuevo fenómeno, fantasear con la posibilidad de la inmortalidad y sorprende, además, que sea precisamente en esta época de mayor longevidad en toda la historia de la humanidad, cuando la muerte genere tanto temor.
Esto explica en gran medida que estemos poco preparados para enfrentar los dilemas inherentes a cualquier crisis de salud, enfermedad, dolor y muerte. En estas circunstancias, es frecuente ver a familias enteras apesadumbradas ante la proximidad de la muerte del ser querido, viéndose además obligadas a tomar decisiones apresuradas, sin conocer sus mejores opciones y, en muchas ocasiones, privándose de la oportunidad de despedirse como cada quien lo desee.
No sé cuánto de mi voluntad anticipada pueda cumplirse porque el instrumento, en sí mismo, tiene grandes deficiencias y estoy consciente de que pueden presentarse innumerables escenarios que están fuera de mi control e incluso, de mi imaginación; sin embargo, confío en que las reflexiones que hemos hecho en familia nos ayudarán a todos para aligerar la carga y que sea mi voluntad la que hable por mí, si yo no estuviera en la capacidad de hacerlo, y esto mitigue el duelo para mis seres queridos. Esto me ha llevado a vivir con más libertad y así poder llevar la valija ligera, sin cargar más de lo necesario.
Autora:Gina Tarditi/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: