Lo vi hacerlo dos veces. Primero por unos diez segundos, luego por unos veinte. Se acercó por detrás de un joven que estaba desparramado en una silla dentro de una sala cercana al campo de tiro del Centro de Mando, en Iztapalapa, y le colocó una bolsa de plástico como si fuera una capucha que se estiraba por las comisuras de esa boca que trataba de jalar aire hacia los pulmones. El pobre se sacudía, pero otros policías federales lo sujetaban de los brazos.
“¡Aflójate, ya di dónde tienen las casas!”, le repetía Cárdenas Palomino a ese hombre que, me dijeron, era el supuesto encargado de vigilar las casas de seguridad de una banda de secuestradores en Zumpango, Estado de México. Pero el detenido juraba por todos los santos conocidos, y hasta por los que aún no existen, que no tenía idea de qué casas le hablaban.
Yo fui policía judicial y federal por 30 años. Estuve en homicidios, narcóticos, antisecuestros, inteligencia criminal. Pasé por todos lados y por eso me mandaron como guardia de Cárdenas Palomino, a pasar mis últimos años tranquilo, lejos de los peligros de la calle. Con los años uno sabe reconocer quién miente y quién dice la verdad. Mi instinto me decía que ese chavo contaba la verdad: no tenía ni idea de lo que le preguntaban.
Pero eso a Cárdenas Palomino le valía madres. Él quería ubicaciones y nombres. Primero, dejó que sus muchachos calentaran al chavo. Una hora haciéndole cosas que no quiero ni imaginarme. Pero como no se ponchaba, Cárdenas Palomino entró al quite. Y ni así el chavo se quebraba, así que mi jefe se enojó, se salió de la sala y dijo que si, cuando volviera, no había información hasta los compañeros iban a pagar.
Te estoy hablando del 2011 y todos sabían que era un maldito. Me causaba mucha impresión verlo torturar con su traje caro, sus zapatos boleados, joven, con dinero –creo yo– y su sonrisa de que lo estaba disfrutando. Yo no estudié para psicólogo, pero me parecía que era un psicópata, ¿no? Porque no tenía que hacerlo, podía ordenar que otros lo hicieran por él y no ensuciarse las manos, pero le gustaba torturar. Se le notaba en la cara.
Esa tarde, por ahí de marzo o abril, Cárdenas Palomino regresó como a la media hora. Otra vez con una bolsa de plástico en la mano. Yo pensé que iba a matarlo, pero mágicamente el chavo ya había cantado todo a los compañeros: casas, direcciones, teléfonos. Todos sabíamos que, después de la calentada que le pusieron, ese chavo hubiera confesado hasta que se comió a su mamá, pero a mi jefe no le importó que tuviera las nalgas moradas, igual que las plantas de los pies. Lo que le importaba era cerrar un caso...
Debí decir algo, estoy de acuerdo. Me arrepiento, sin duda alguna… pero yo era policía federal y temía por mi familia. Cárdenas Palomino era –es– un tipo al que hay que temer. Esa vez me dio mucho miedo. Pero la segunda vez que lo vi torturar… esa vez… ahí sí tuve pesadillas por un mes.
Cárdenas Palomino en una conferencia de prensa. Foto: Cuartoscuro.com.
LA CASA DE TORTURAS EN LA MIGUEL HIDALGO
El autor del relato –Celso A.– es un policía federal retirado que, hasta hoy, le tiene pavor a Cárdenas Palomino. No importa que la mano derecha del exsecretario de Seguridad Pública Genaro García Luna esté encarcelado en el Altiplano desde el pasado 12 de julio, acusado de tortura. Prefiere que no usemos su verdadero nombre para contar su historia… al menos hasta que haya una sentencia judicial que le impida al exdirector de Seguridad Regional de la Policía Federal salir a la calle.
Lo que sí me permite contar es que es miembro de una organización llamada Red Nacional de Asociaciones Policiales a la que pertenece, por ejemplo, el excomandante de la Policía Federal Rodolfo Valverde Ocaña, quien en octubre de 2020 narró a EMEEQUIS cómo fue testigo de que Cárdenas Palomino y Genaro García Luna se enriquecieron cobrando cuotas ilegales a mandos de la Policía Federal.
El día que nos sentamos a conversar, Celso A. llegó acompañado de otros dos expolicías federales de una organización hermana –Ciudadanos Uniformados A.C.– quienes también conocen de primera mano la negra fama de Cárdenas Palomino.
El segundo en hablar fue Francisco B., quien tuvo un importante cargo en la extinta Agencia Federal de Investigación, donde Cárdenas Palomino fue director general de Investigación Policial entre 2001 y 2007, periodo en el cual presuntamente torturó a Mario Vallarta, Sergio Cortés Vallarta y Eduardo Estrada para que incriminaran a la francesa Florence Cassez y confesaran ser integrantes de la falsa banda de secuestradores “Los Zodiacos”.
“Eran los años en que este hombre era poderosísimo. Podía hacerte culpable del peor delito con solo mover la mano. Su centro de tortura eran mis oficinas, un edificio en la calle Casa de la Moneda (número 333) en la (alcaldía) Miguel Hidalgo. Si caías ahí, y te visitaba el jefe, te chingabas”.
Un recuerdo en especial atormenta a Francisco B., quien dice que todos los días pide perdón a Dios por no haber tenido el valor de enfrentar a Cárdenas Palomino en el sexenio de Felipe Calderón: un hombre y una mujer a quienes torturaron en el sótano de aquel edificio para que aceptaran que eran integrantes de Los Zetas.
“Yo era muy estricto con mis muchachos. No se les permitían chivos expiatorios. Si traían un detenido, me tenían que comprobar que se había hecho una detención apegada a Derecho… pero si se metía Cárdenas Palomino todo valía madres. Para él no era importante quién lo había hecho, sino quién la iba a pagar.
“Me enteré del caso de esa pareja… todos mis muchachos me dijeron que los habían agarrado afuera de una plaza ahí por Orizaba, que no es cierto que los habían agarrado en una persecución con armas de uso exclusivo del Ejército, pero que el jefe ya había dado la orden de que los iba a trenzar, así que no había nada qué hacer por ellos. Luego se ensañaba con gente inocente y nunca entendí por qué era así”.
Según Francisco B., con autorización de Cárdenas Palomino, ambos fueron torturados para que se inculparan del delito de delincuencia organizada: a ella, le contaron, que la violaron frente a él; a él, le dieron toques eléctricos en los testículos frente a ella. No está seguro si eran hermanos o primos, pero el séquito de Cárdenas Palomino y García Luna usó ese amor familiar a su favor para que la pareja cediera a las presiones.
“Eso era muy común. Era el estilo del señor (Cárdenas Palomino). Así como con Florence Cassez… torturaban a tu hermano, a tu esposa, a tus hijos y te inculpabas. Luego salía a decir que había desarticulado a tal o cual banda, pero nomás metía inocentes a la cárcel porque los verdaderos culpables pagaban una fortuna para seguir libres”.
La imagen de Cárdenas Palomino que se difundió cuando fue detenido. Foto: Cuartoscuro.com.
LO COMÚN DE AQUELLOS DÍAS ERA TORTURAR
El tercer expolicía de la mesa es uno de esos “muchachos” de Francisco B., un hombre de 41 años con cara de niño, Jorge C., exagente de la AFI, quien siente la necesidad de contar lo que vio en aquellos años trabajando bajo la bota del policía al que Felipe Calderón le dio la primera Medalla al Valor en la historia de México.
“Yo, por suerte, tuve como superior a Francisco, y yo me pude exentar de todo eso que se hacía en el sótano, pero otros compañeros no podían. Si se rehusaban a hacer lo que se les pedía, les tocaba arresto o los otros compañeros los golpeaban. O peor: te inventaban que no habías pasado tus exámenes de control de confianza y te amenazaban con meterte a la cárcel.
“Eso también hizo el señor: metió a muchos agentes y policías federales honestos a la cárcel y a los corruptos, los que le servían, les daba ascensos. Muchos de los que torturaban terminaron de jefes y por eso es que la tortura se volvió algo común. Es más, lo raro con ellos era obtener una confesión limpia. Casi siempre había que hacerles algo a los detenidos”.
Su peor recuerdo es el de una vez que, lejos de la protección de Francisco B., otro mando de la AFI conocido como “El Casino” le exigió que llevara dos tambos de agua al sótano para aflojar a un imputado. Y Jorge C., por temor a las represalias, aceptó el encargo creyendo que sólo dejaría el agua y se retiraría. Pero no fue así: sus compañeros lo obligaron a presenciar cómo ahogaban a un detenido que gritaba que vieran sus cuentas bancarias para que se aseguraran que no era ningún capo, sino un pobre herrero adicto a los solventes.
“Le decían ‘el bautizo’ y era meterse en el tambo y sacarte, así un buen rato, como haciendo sentadillas. Cuando ya se te había metido toda el agua a la nariz, metían unas pinzas como de carro, pasaban corriente al agua y te electrocutaban todo el cuerpo. Y yo llegué a ver ahí a Cárdenas Palomino, viendo, no haciendo los toques, pero dicen que tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata, ¿no?
“Y, pues sí, coincido con lo que dice Celso A… yo también le vi esa cara como de niño travieso. Ponía unos ojos bien raros. No sé, se notaba que le gustaba ver el sufrimiento de la gente”.
EL HOMBRE SIN UÑAS
Te decía que yo vi a Cárdenas Palomino torturar dos veces. Pero hubo otros que lo debieron ver unas 20 o 30 veces. Sólo que esos no van a hablar. Son de su equipo, los que se hicieron de un dineral con esas torturas. Luego les decían que estaban firmando sus confesiones y los hacían firmar el endoso de una factura del coche o las escrituras de un terreno. Todo se lo repartieron… hicieron un negociazo.
Yo no. Yo no era de su equipo. Por eso sólo lo vi dos veces. Pero con la segunda me bastó. Yo sé que lo que te voy a contar es muy fuerte y no me vas a creer. O tal vez sí. Pero te lo juro por mi madre que es cierto. Y lo sabía Genaro García Luna y lo sabía Felipe Calderón, porque no había forma de que no supieran esas cosas.
La segunda vez fue un mes después de esa tarde en el Centro de Mando, el que ahora es de la Guardia Nacional. Mismo lugar, por ahí del campo donde se practica tiro. Ese lugar le gustaba a Cárdenas Palomino porque cuando había prácticas sólo se escuchaban los tiros y no se distinguían los gritos de las personas.
Yo iba detrás de mi jefe porque iba a hablar con un señor que le dijeron que era un contador de La Familia Michoacana. Que según era el que manejaba el dinero de los narcos de allá. Pero nomás de verlo te dabas cuenta que era un señor humilde, más jodido que uno, ¿cómo ese iba a ser el operador financiero?
Ya llegó todo aflojado al Centro de Mando. Traía unas bolotas en la cabeza que, cuando uno anda en este negocio, sabe que se hacen con los cachazos de las pistolas. Y caminaba como si le hubieran roto las piernas. Luego dijeron que fue porque se cayó en el operativo cuando lo agarraron, pero eso ni sus mamás se lo creen.
Mi jefe llegó todo tenso. Hasta la quijada traía trabada como perro de pelea. Se quitó el saco, se metió a una sala y nos ordenó que saliéramos. Se quedó con dos compañeros nada más, cercanos a él, uno al que le decían “El Tijuano” (y si hay algún policía federal de esa época, sabe a quién me refiero) y otro con cara de que odiaba al mundo.
Yo nomás escuchaba los gritos. Unos alaridos, perdón la expresión, como de perro atropellado. Me quería tapar los oídos. Hasta me puse a rezar, que ya se acabara eso. Imagínate: los gritos de un señor que pudiera ser tu papá y los balazos de los compañeros practicando sus tiros.
Como a la media hora salió Cárdenas Palomino. Su cara se había relajado, ya hasta tenía como una sonrisa burlona. Se le notaba relajado, bien tranquilo, como cuando te echaste una copita. Ya luego me enteré de lo que le hicieron a ese hombre: me dijeron que se quedó sin uñas de las manos.
No pude dormir durante tres meses. Todavía le pido a Dios que me perdone por no meterme. Pero si de algo sirve contarle esto a la prensa, pues que sirva. Yo lo único que espero es que Cárdenas Palomino pague, pero no que le quiten las uñas en la cárcel, sino que tampoco pueda dormir. Y que ojalá Dios lo perdone, pero que la justicia lo haga pagar todo el maldito daño que causó con su ambición.
Fuente.-@oscarbalmen/
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