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Tantas
veces que anunciamos la extinción del dinosaurio priista. Tantas ocasiones que
celebramos su fin, sólo para despertar y encontrarlo todavía ahí. Violento,
rapaz, omnívoro. Arrasando con todo a su paso, destructivo e imbatible.
Ni el
meteorito Fox, ni doce años de panismo y alternancia, ni la ineptitud del
peñanietismo han logrado acabar con él. Aunque cojea, herido, en el Estado de
México y en Veracruz y en Nayarit y en Coahuila, sobrevive. Persiste. Ruge. Sus
acciones siguen pesando y reverberando como lo demuestra este ciclo electoral,
marcado por las prácticas del pleistoceno. El mapacheo preelectoral, la compra
de credenciales, la compra de voto, el reparto de despensas, el dispendio
clientelar, la tarjeta "La Efectiva". Todo lo que pensábamos
superado, ahora redivivo. El jurásico renaciente. El pasado presente.
Presente porque nunca se fue. Porque como lo ha citado Luis Carlos Ugalde, "el PRI no era el dinosaurio, sino el cuidador de la jaula de los dinosaurios". Y la jaula permanece intacta, protegiendo a reptiles de todos los partidos y no solo a especímenes priistas; cuidando a los vertebrados terrestres de todas las ideologías, de todos los colores. Los Morenorraptores, y los Perredesaurus, y los Priceratops horridus, y los Panatopsianos. Y aunque en esta elección la consigna fue "ni un voto más al PRI", con la esperanza de debilitar a su especie, eso no bastará. Las similitudes taxonómicas, morfológicas y ecológicas entre los partidos y los personajes y sus prácticas políticas persisten. El problema no es la supervivencia del Prianosaurio Rex; es la persistencia de la jaula que resguarda a otros bípedos y cuadrúpedos que tanto se le parecen. La jaula del ecosistema que nutre y alimenta y ampara a muchos monstruos más.
En un inteligente artículo sobre la elección en el Estado de México, José Merino lo subrayó: la lección de la contienda es el quiebre del sistema electoral mexicano. Un sistema antes elogiado, ahora fosilizado, incapaz de "prevenir, documentar y castigar excesos, irregularidades, coerciones y manipulaciones... antes de llegar a la urna". Un sistema al que le urgen mejoras en la fiscalización, el financiamiento y el proceso de calificación electoral. Pero eso no es suficiente. ¿De qué sirve sacar al PRI de la jaula cuando ha sido progenitor de otras lagartijas con dientes y garras igualmente terribles, cuando sus descendientes y parientes actúan de la misma manera en el mesozoico mexicano? El imperativo entonces es desmontar las barrotes de una jaula dentro de la cual sobreviven reptiles con armadura y cuernos y colas y crestas, depredadores de la era democrática. La tarea pendiente no es nada más patear al PRI; implica también rediseñar el armazón autoritario que le ha permitido persistir.
La cárcel dentro de la cual la democracia mexicana vive capturada. La pajarera que contiene aquello que la transición electoral no logró extinguir. El embalaje armado de vicios. El clientelismo, la vetocracia empresarial, el capitalismo de cuates, la impunidad, el patrimonialismo, el peculado. Problemas que van más allá del sistema electoral y tienen que ver con la rendición de cuentas horizontal; retos que trascienden el comportamiento de los partidos y abarcan el desempeño del gobierno. Si las elecciones son un cochinero es porque el sistema político lo permite. Si los partidos violan la legislación electoral, es porque al Estado mismo le conviene que sea así. Si los dinosaurios -priistas, panistas, perredistas, pevemistas- actúan como lo hacen es porque la jaula erigida para alentar su reproducción sigue ahí. Pueden morder y atacar y arrebatar y arañar, comicios tras comicios. La jaula jurásica acoge a todos.
La jaula sistémica, la que trasciende filiaciones partidistas y alternancias sexenales. La que no podremos destruir sin transparencia y rendición de cuentas y fiscales autónomos y procesos judiciales impolutos y fiscalización del gasto público y congresos locales que sean un contrapeso y medios sin línea y auditores que expongan y órganos de control que denuncien y sistemas anticorrupción que sancionen. Si no sustituimos la jaula de la impunidad por la arquitectura del rediseño institucional, no importa quién gane o quién gobierne; los dinosaurios estatales y federales y presidenciales continuarán asolando al país, seguirán devorando a la democracia. Elección tras elección.
Presente porque nunca se fue. Porque como lo ha citado Luis Carlos Ugalde, "el PRI no era el dinosaurio, sino el cuidador de la jaula de los dinosaurios". Y la jaula permanece intacta, protegiendo a reptiles de todos los partidos y no solo a especímenes priistas; cuidando a los vertebrados terrestres de todas las ideologías, de todos los colores. Los Morenorraptores, y los Perredesaurus, y los Priceratops horridus, y los Panatopsianos. Y aunque en esta elección la consigna fue "ni un voto más al PRI", con la esperanza de debilitar a su especie, eso no bastará. Las similitudes taxonómicas, morfológicas y ecológicas entre los partidos y los personajes y sus prácticas políticas persisten. El problema no es la supervivencia del Prianosaurio Rex; es la persistencia de la jaula que resguarda a otros bípedos y cuadrúpedos que tanto se le parecen. La jaula del ecosistema que nutre y alimenta y ampara a muchos monstruos más.
En un inteligente artículo sobre la elección en el Estado de México, José Merino lo subrayó: la lección de la contienda es el quiebre del sistema electoral mexicano. Un sistema antes elogiado, ahora fosilizado, incapaz de "prevenir, documentar y castigar excesos, irregularidades, coerciones y manipulaciones... antes de llegar a la urna". Un sistema al que le urgen mejoras en la fiscalización, el financiamiento y el proceso de calificación electoral. Pero eso no es suficiente. ¿De qué sirve sacar al PRI de la jaula cuando ha sido progenitor de otras lagartijas con dientes y garras igualmente terribles, cuando sus descendientes y parientes actúan de la misma manera en el mesozoico mexicano? El imperativo entonces es desmontar las barrotes de una jaula dentro de la cual sobreviven reptiles con armadura y cuernos y colas y crestas, depredadores de la era democrática. La tarea pendiente no es nada más patear al PRI; implica también rediseñar el armazón autoritario que le ha permitido persistir.
La cárcel dentro de la cual la democracia mexicana vive capturada. La pajarera que contiene aquello que la transición electoral no logró extinguir. El embalaje armado de vicios. El clientelismo, la vetocracia empresarial, el capitalismo de cuates, la impunidad, el patrimonialismo, el peculado. Problemas que van más allá del sistema electoral y tienen que ver con la rendición de cuentas horizontal; retos que trascienden el comportamiento de los partidos y abarcan el desempeño del gobierno. Si las elecciones son un cochinero es porque el sistema político lo permite. Si los partidos violan la legislación electoral, es porque al Estado mismo le conviene que sea así. Si los dinosaurios -priistas, panistas, perredistas, pevemistas- actúan como lo hacen es porque la jaula erigida para alentar su reproducción sigue ahí. Pueden morder y atacar y arrebatar y arañar, comicios tras comicios. La jaula jurásica acoge a todos.
La jaula sistémica, la que trasciende filiaciones partidistas y alternancias sexenales. La que no podremos destruir sin transparencia y rendición de cuentas y fiscales autónomos y procesos judiciales impolutos y fiscalización del gasto público y congresos locales que sean un contrapeso y medios sin línea y auditores que expongan y órganos de control que denuncien y sistemas anticorrupción que sancionen. Si no sustituimos la jaula de la impunidad por la arquitectura del rediseño institucional, no importa quién gane o quién gobierne; los dinosaurios estatales y federales y presidenciales continuarán asolando al país, seguirán devorando a la democracia. Elección tras elección.
fuente.-Denise Dresser/
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