La Plaza de Santo
Domingo, ubicada a tres calles del Zócalo en el Centro de la Ciudad de
México, es el lugar donde sucede todo lo relacionado con la falsificación de
documentos oficiales.
En el siglo 19 se establecieron en esta plaza los
escribanos, encargados de redactar cartas o documentos legales a quienes
conformaban el índice de analfabetismo de la época. Ahora los escribanos se
convirtieron en impresores y dueños de imprentas; y con ello, Santo Domingo se
volvió zona de los “coyotes” de los documentos falsos.
En las calles aledañas, los billetes cambian de
manos en algún edificio como muestra del éxito de un negocio clandestino, los
turistas toman fotos del Antiguo Palacio de la Inquisición sin darse cuenta de
lo que sucede frente a ellos, y yo busco un título universitario ilegal.
Camino sobre Santo Domingo y miro la estatua de
Doña Josefa Ortiz de Domínguez, sentada en una silla al centro de la plaza,
como fiel espectadora de mi búsqueda de un título de licenciatura falso. Me
muevo rápidamente por la calle República de Brasil en busca de un coyote que
además de hacerme un documento apócrifo, esté dispuesto a platicar conmigo,
contarme su historia y dejarme conocer su taller.
Los coyotes de aquí son aquellos que están en
busca de cualquier bisne relacionado con la falsificación de documentos.
Inmóviles entre el movimiento de las personas que circulan a diario estas
calles, esperan encontrar una que busque lo que ellos ofrecen. “Aquí hacemos
de todo, ahora sí que lo que el cliente quiera. Original o chueco, no importa,
todo es bisne; hacemos y deshacemos lo que nos pidan”, me dijo el primer coyote
con el que me encontré, pero que no me dio mucha confianza.
Quienes coyotean corren un menor riesgo de ser
aprehendidos por la policía que los impresores, porque no traen con ellos
evidencias físicas de algo ilegal, nomás están parados buscando clientes. En
el caso de los impresores, por el contrario, sí hay material, equipo, archivos
y todo tipo de evidencias que los delaten, porque trabajan en un lugar fijo.
Luis es un viejo amigo. Alto, moreno y conocedor
del Centro, él tiene un negocio de venta y reparación de celulares a unas
calles de Santo Domingo. Hace una hora que abrió su negocio y entre el caos de
comerciantes, espera comenzar un día más. Siente un movimiento en las tripas a
causa de la digestión y sube al baño que está sobre su local. Sentado en el
escusado, recibe mi llamada y contesta:
—¿Cómo estás, cabrón? ¡Qué milagro!— me dice.
—Estoy en tu negocio, ¿dónde estás?
—Estoy echándote de cabeza —suelta una carcajada
y continúa— ahí voy para abajo.
Sale del viejo edificio donde se encuentra su
negocio y lo saludo sin tocar su mano, después le presento a Paquito, director
de arte de VICE México y quien en esta ocasión me acompaña como fotógrafo.
Sellan el saludo con un apretón de manos.
"Con
una computadora, impresora y Corel, clonas lo que quieras".
Luis sabe que estoy ahí por una razón más que
sólo para saludarlo, así que sin darle más vueltas al asunto, le pregunto si
conoce a algún coyote y le digo para qué lo necesitamos. Se queda callado y
pensativo, saca su teléfono celular sin decirme una palabra y hace una llamada.
Después de una corta onversación, cuelga y me pide que esperemos una hora a
que llegue su conocido para platicar con nosotros y ver si accede. Afirma que
todo se puede si llegamos al precio: “Todos aquí andan en busca del varo, cabrón”.
Dos horas después y sin señales del contacto
de Luis, nos invade un sentimiento de estar perdiendo el tiempo y el día
continúa avanzando mientras Luis come tranquilamente un plato de comida china
callejera. Mientras mastica bocados de arroz frito mezclados con carne hasta
dejar limpio el plato de unicel, nosotros insistimos en que llame una vez más
a su amigo. Esta ocasión el coyote aseguró que la espera sería de tan sólo
diez minutos. “¿Ya ven? Ahí viene. Así es este tipo de negocios, nada es
formal y tienes que esperar”, confesó Luis.
Después de vender una funda de iPhone en cien
pesos y atender a dos clientes que buscaban reparación de su teléfono,
llegaron tres tipos sobre una motoneta. Uno de ellos bajó y echó una mirada
al negocio; me acerqué a él, le expliqué lo que queríamos y sin dudarlo
contestó:
—Uh, eso no se puede, está cabrón. Nadie de
aquí te va a dejar que entres a su taller, eso es como poner el dedazo y
decir: “Aquí es donde está todo el pedo”.
Conseguir entrar al taller de algún coyote no
es fácil porque desconfían de todos. Nadie deja que cualquier persona que no
esté relacionada con el negocio conozca su oficina, ya que si la policía
llega a dar con ellos podrían pasar de cuatro a diez años en la cárcel, de
acuerdo al artículo 239 del código penal del Distrito Federal, que tiene que
ver con falsificación de documentos oficiales.
Entre los
documentos más solicitados están el certificado de preparatoria, actas de
nacimiento e IFEs falsas.
Negociamos y les aseguramos que todo sería
anónimo. Se miraron los tres y nos dijeron que le echarían una pensada.
Subieron de nuevo a la motoneta y se alejaron. Paquito y yo nos sentamos en la
banqueta, a sólo unas horas de que el día terminara; él me miró y dijo:
“Vas a ver que sí aceptan”. También asentí lleno de falsa seguridad, con los
dedos cruzados sin que él los viera.
Unos minutos después, la moto estaba de vuelta
y comenzamos a negociar el precio. Querían diez mil pesos por el título
universitario, una entrevista y la oportunidad de ver su taller. Confiado por
el ambiente del Centro, aseguré que era imposible pagar esa cantidad y ofrecí
cinco mil. Intercambiamos cifras y acordamos pagar 5,500 pesos.
“Entonces vamos”, dijo uno de ellos y caminamos
con él, mientras los otros dos se adelantaron en la motoneta, dejándonos
atrás y a su vez, nosotros dejando el negocio de Luis. Llegamos a la entrada
de una vecindad y caminamos hasta llegar al patio. Ahí se encontraban los
otros dos hombres y nos abrieron la puerta de un cuarto pequeño, oscuro y
frío, que tenía un escritorio al centro sobre el cual estaban una computadora
vieja y una impresora. “Esto es todo, aquí con que tengas una computadora —no
importa cuál sea— una impresora y Corel, puedes empezar a falsificar lo que
quieras”, dijeron.
Además de coyotes y falsificadores de documentos en la Plaza de Santo Domingo, también hay escribanos que ofrecen sus servicios.
Además de coyotes y falsificadores de documentos en la Plaza de Santo Domingo, también hay escribanos que ofrecen sus servicios.
A petición de mi coyote, no usaré su nombre
real y lo llamaré Juan. Él es el dueño de la oficina. Hace unos años tuvo
una riña con un microbusero en Tepito que terminó con un año en la cárcel para
él. En ese entonces era un chico de 21 años y su novia, de 20, estaba
embarazada. “Salí después de un año y ya no trabajé en Tepito, quería
encontrar un trabajo formal, como quien dice, pero todos los que encontraba
estaban mal pagados. Después de salir estuve como dos o tres meses sin
trabajar. De ahí me vine a Santo Domingo para poder mantener a mi familia”.
—¿Qué es un trabajo mal pagado para ti?
—Me ofrecían 600 u 800 pesos a la semana por un
horario de seis de la mañana a diez u once de la noche. Además tampoco
encontraba trabajo porque iba saliendo del reclusorio.
Al no encontrar un buen empleo, comenzó a
trabajar en el negocio familiar, ya que la mayoría de los hombres de su
familia se dedican a esto. “Papá, hermanos, sobrinos, primos, casi todos andan
en este pedo pero cada quién su jale, o sea, cada quién sus broncas, por eso
yo me independicé”, platica mientras prende un cigarro, aunque aclara: “Yo no
pude estudiar contaduría pero quisiera que mi hijo terminara una carrera”.
Los coyotes de Santo Domingo buscan clientes
entre todas las personas que diario caminan por República de Brasil; cuando
los consiguen, van a un taller como en el que estamos parados y ahí se realiza
el trabajo. Pero por supuesto, las ganancias son menores. Los clientes nunca
conocen estos lugares. Aquellos que son dueños de un taller reciben ganancias
mayores a la de los coyotes, ya que no necesitan que alguien haga el trabajo
por ellos, además de recibir el trabajo que los coyotes les llevan a diario.
“Aprendí a usar Corel y empecé a sacar mejores
trabajos que todo Santo Domingo completo. Con ese programa clonas lo que
quieras”, recuerda. “Los primeros seis meses estaba coyoteando, como todos los
demás y así no sacaba el dinero para solventar a mi familia. No me alcanzaba
porque yo de coyote nunca la pude armar, por eso decidí poner mi taller. Un
señor de Santo Domingo me ayudó, me dio todos los archivos y comencé a
trabajar. Le daba una renta de 500 o 600 pesos a la semana, pero después me independicé
y me vine a esta oficina”.
El coyote
muestra el pergamino para imprimir el título.
Los archivos se hacen desde cero. “Todo se arma
aquí. Haz de cuenta que tú me traes un certificado, y me dices: ‘¿Sabes qué?
Lo quiero igualito’, yo lo hago justo como el original y ese archivo lo guardo
para cuando alguien más quiera ése mismo. Como quien dice, nosotros los
clonamos”. Juan comenzó a recibir el trabajo de varios coyotes de la zona,
además de contar con un cliente fuerte que le pedía más de veinte actas de
nacimiento a la semana, elevando sus ganancias a un promedio de 18 mil pesos al
mes.
“Esto también es de suerte, las ganancias son
irregulares; puedes tener una semana muy buena pero dos no tanto. Lo más que
me llegué a ganar en una semana fueron 35 mil pesos”, platica. “Nunca supe a
qué se dedicaba ese cabrón. Sólo me pedía cosas y yo chambeaba, ahora sí
que para lo que lo quieran usar ya es su pedo”.
Nueve meses después de haber abierto su propio
taller, entraron tres judiciales sin presentar una orden de cateo a la oficina
en la que estamos platicando. “Pues nos agarraron con todo: actas de
nacimiento, credenciales de elector, facturas, los archivos y las computadoras
llenas de todo lo falso. El día que nos agarraron alguien nos ha de haber
puesto, porque no es normal que los tiras nos cayeran aquí, ve dónde estamos.
Les dije que hiciéramos bisne y a ver de a cómo nos tocaba el baile, pero
esos cabrones querían cien mil varos, no mames, eso es un chingo de dinero y
yo no lo tenía. Nunca he sido de esas personas que guardan dinero. Después de
un rato hicimos las negociaciones, y aunque se querían seguir aferrando con
los cien mil, yo sólo conseguí veinte, más dos computadoras y las aceptaron.
En total, se han de haber llevado con todo, como cuarenta mil pesos”.
Después de fumar un par de cigarros y escuchar
a unos niños jugando en el patio, salimos de la vecindad y cruzamos la calle
en busca de un estudio fotográfico. Entramos a una puerta angosta, subimos
unas escaleras viejas y en el segundo piso, un anciano nos indicó el lugar
donde nos tomaríamos las fotos. “Ustedes díganle al ruco que necesitan fotos
para un título, ellos ya saben qué pedo”, aseguró Juan, y eso pedimos.
Los coyotes también llevan clientes a los estudios fotográficos de la zona.
Los coyotes también llevan clientes a los estudios fotográficos de la zona.
Esperando sobre una banca improvisada por las
fotos ovaladas, en papel mate y a blanco y negro, un chico de no más de 25
años llegó acompañado de otro coyote. Pasó a tomarse unas fotos para
certificado de preparatoria y se sentó junto a nosotros a esperarlas.
Le pregunté si había venido a Santo Domingo a
lo mismo que yo, me miró un poco inseguro y contestó que sí. Pagó cuatro
mil pesos por un certificado de preparatoria. “Quiero meterlo a mi trabajo para
que me aumenten el sueldo”, confesó. Después nos llamaron para entregarnos
las fotos y me despedí de él.
De regreso al taller, Juan dijo que hace esto
por necesidad, ya que en el país no hay trabajos con sueldos buenos y mucho
menos oportunidades. En 2014 el salario mínimo es de alrededor de 67 pesos
diarios. Una persona que gana el salario mínimo, alcanza apenas los 2,018.70
pesos al mes. Si usa el metro (el cual subió a cinco pesos en diciembre) dos
veces al día, de lunes a viernes, gastaría 200 pesos al mes; y si paga 50
pesos diarios de comida, serían 1,500 al mes, lo que da un total de 1700
pesos. Esto le deja un margen de poco más de 300 pesos para gastos extra,
incluyendo la renta. Y es sólo un ejemplo muy optimista.
“Somos un mal necesario para el país. Mira,
ahorita hay muchos que ya están titulados y andan de taxistas o buscándole en
otras cosas porque no hay chamba. Tienes que tener palancas o andar pichando
uno que otro chesquito para que te puedan acomodar en algún lado. Esto ya es
un pedo social que viene desde los políticos, los más ricos y hasta nosotros.
Nadie de aquí viene a trabajar porque es lo que pensaba hacer con su vida, si
no que las circunstancias nos han traído aquí”, afirma Juan.“Todos piensan
que la falsificación es mala, pero ayudamos a algunas personas. Lo que más
nos piden son los certificados de prepa porque con ese documento las personas
encontrarán un mejor trabajo con un mejor sueldo, pero eso no lo entiende mucha
gente que sí tuvo oportunidades de estudiar. Nosotros somos generadores de
empleo y esto te habla de qué tan mal está la situación de educación y desempleo
en el país”.
Aunque confiesa tener miedo de que algún día
lo atoren y no haya oportunidad de pagar una mordida, dice que el riesgo vale
la pena con tal de tener bien a su familia. “Imagina que consigo un trabajo
bueno, pero en cualquier momento te dan una patada en el culo, te despiden y
luego, ¿qué vas a hacer desempleado? Es difícil y el pedo no mejora".
Mientras esperamos que el título universitario
esté listo, las calles del centro están oscuras y los negocios han cerrado.
Juan prende un cigarro más y me da una pequeña lección: “En este país el
que no transa no avanza. Te puedo apostar que muchos de los que están en el
poder son más transas que nosotros, pero nosotros servimos a todos, no sólo a
nuestros propios intereses, como ellos. Puede venir Peña y nosotros le sacamos
su título, no hay pedo. En todas las transas el dinero es el que manda y todos
van a transar con tal de tener más lana”.
Saca una bocanada de humo y me entrega un
título que ahora me acredita como licenciado en periodismo.
Fuente.-
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