En mayo de 2009 publiqué un reportaje sobre un grupo financiado por empresarios que se dedicaba a cazar secuestradores. El jefe operativo del comando denominaba El Grupo a esa estructura parapolicial que se desenvolvía en el Distrito Federal, Nuevo León y Estado de México, entre otros lugares.
En el caso de la segunda entidad, realizaba acciones en San Pedro y Monterrey. Ahí colgó a un par de delincuentes en la vía pública. Los capos (me aseguró el jefe de El Grupo) habían dado acuse de recibo del mensaje: “Aquí se les acabó el negocio, nos chingamos al que sea”. Y sí, prácticamente desaparecieron los plagios entre las familias más adineradas de la región: luego de los colgados, El Grupo hizo correr en las calles la historia (verídica) de cómo había planeado el asesinato de un plagiario… dentro de una prisión chilanga. “Nosotros decidimos quién vive y quién no”, me dijo el líder sin inmutarse.
Cuando los canallas eran llevados ante la justicia, El Grupo operaba discretamente junto con mandos policiales locales y federales. El jefe me permitió ver varios videos de sus interrogatorios a secuestradores: unos eran realizados en instalaciones policiales (los más civilizados) y otros en casas de seguridad del comando, donde los plagiarios, si no confesaban quiénes eran sus cómplices, eran torturados hasta que revelaran lo que se les preguntaba (nombres, roles, direcciones, teléfonos).
Yo tenía dudas acerca de la participación de elementos federales, hasta que el jefe de El Grupo me lo comprobó dos veces de manera inequívoca: cogió su Nextel, lo puso en modo radio-altavoz, y se comunicó con uno de los más importantes mandos policiales del país. Le habló por su nombre. No había duda: era él. Escuché todo lo que hablaron sobre dos casos y la forma en que se pusieron de acuerdo para operar.
En San Pedro, supe entonces, además de las eventuales incursiones de El Grupo, todos los grandes empresarios (a excepción de uno) pagaban piso. Habían aceptado, o se habían resignado a pactar con extorsionadores.
Para terminar con eso, Mauricio Fernández, quien ya fue alcalde de San Pedro y podría ganar otra vez este año, creó su comando Rudo, un émulo de El Grupo. Operó, según él, en coordinación con las fuerzas del Estado mexicano. Recién tuvo la ocurrencia de culpar al Ejército de ejecuciones extrajudiciales en las que habría incurrido su escuadrón Rudo. Ya le respondieron. Quiso recular y pedir perdón, pero hay una pregunta: ¿las carencias del Estado justifican que una autoridad cree, como aquellos empresarios, comandos parapoliciales?
Entiendo el hartazgo, el miedo, lo he vivido, pero me parece un peligro que servidores constitucionales se vuelvan extremistas para… ocultar sus ineptitudes e ineficacias. ¿Y si eso, el caso Mauricio, cunde por todo el país? Cuidado con engendrar más infiernos…
Fuente.-jpbecerracostam@prodigy.net.mx
http://twitter.com/jpbecerraacosta
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