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domingo, 3 de septiembre de 2023

"TANIA y el ESTADO que NO FUNCIONA": "MADRE BUSCADORA HABLA de la SIEMBRA de CUERPOS en el PAIS que COSECHA MUERTE"..claramente un estado militarizadamente fallido y fallando



¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos? “Muerte”, responde Tania del Río, socióloga feminista, activista y autora de Las rastreadoras (Penguin Random House), un libro que profundiza en la vida y las historias de las madres buscadoras de México y que analiza el fenómeno de la desaparición forzada en el país.

Ellas, las “mujeres sabueso”, como les dice Del Río, son grupos organizados en la búsqueda de desaparecidos que existen por todo el país. En Sonora, Sinaloa, Guanajuato, Tamaulipas, Veracruz, Colima… grupos de familiares -en su mayoría mujeres- llegan en muchas ocasiones donde no llega el Estado en la búsqueda de sus familiares. Con poco o ningún recurso, estos colectivos han optado por buscar con sus propias manos a sus seres queridos. Sobre ellas pesa la ausencia, como un espada de Damocles que les impide avanzar. No existe el duelo, no existe la certeza, solo la duda y la esperanza de algún día encontrarles, vivos o muertos. Solo así llegarán al final de la angustia que las carcome por dentro y que cada día las obliga a salir a la calle. “El trabajo de las madres buscadoras es la prueba de que el Estado no funciona”, señala Del Río, originaria de Sinaloa, uno de los Estados más violentos de México y escenario de disputas entre grupos del narcotráfico.

el ecosistema criminal perfecto Y PERVERSO:


Del otro lado, la desaparición, como menciona la escritora, tiene como objetivo “borrar la identidad social de una persona, reducir su condición jurídica, dejarla en el anonimato, impedir el derecho a ser sepultado de manera digna y que pueda despedirse de su familia”. Tania del Río se define a sí misma como una “observadora social”, que desgrana poco a poco las consecuencias de la violencia, la impunidad y la falta de justicia para las víctimas. “En este país desaparecen cada día 25 personas. Una cifra muy alta para un país que supuestamente no está en guerra”, cuestiona la autora. Un país donde, sin embargo, no dejan de aparecer fosas clandestinas, pese a la indiferencia de gran parte de la sociedad y la negativa del Estado. “La indiferencia es una de las formas más certeras y sutiles de la violencia”, comenta. “El país ha cohabitado tanto con la impunidad que a menudo hace eucaristía del miedo. Pero, ¿se ha acostumbrado? Una pregunta que tiene por respuesta el silencio”, expone. Un silencio que deja a la sociedad atrapada en un contexto violento que se perpetúa. Con más de 110.000 personas desaparecidas en México sólo existen 36 sentencias por desaparición forzada, de acuerdo al portal
A dónde van los desaparecidos, mientras que la impunidad es cercana del 94%.

“Para mí se trata de una guerra que no tiene un objetivo claro y que la ciudadanía vive en su carne y en su cuerpo todos los días”, responde Del Río que critica la estrategia de mantener al Ejército en las calles para realizar tareas de Seguridad. El último episodio del horror fue solo hace apenas unas semanas tras la desaparición de cinco jóvenes, cinco amigos que salieron de fiesta en Lagos de Moreno, Jalisco, y que supuestamente acabaron asesinados a manos del narco. Hasta el momento no hay ningún detenido ni tampoco se ha encontrado el cuerpo de los muchachos lo que deja un trauma en la sociedad difícil de reparar, igual que sucedió con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. “En los últimos años, el perfil que más predomina en los desaparecidos es el de hombres jóvenes de entre 19 a 30 años, convertidos en carne de cañón. Casi toda una generación perdida de chicos que también afecta al ciclo económico del país”, agrega.

En el momento en el que sus nombres se evaporaron fue cuando sus madres salieron a buscarlos. Las rastreadoras no hace tanto tiempo eran amas de casa, vendedoras, profesionistas a las que la violencia obligó a convertirse en especialistas forenses, médicas y científicas. Del Río cuenta algunas de sus historias. “Empezamos a por no dejar que la Fiscalía del Estado decidiera por nosotras. Tomamos las palas y salimos al monte, lagunas, ríos, parcelas, pozos... Todas con el mismo objetivo: buscarlos y encontrarlos, donde estén y cómo estén”, señala Isabel Cruz, quien busca a su hijo y que representa la voz de tantas familias. Entre las muchas voces de madres que recoge el libro, la de Cruz resuena fuerte: “La madre de un desaparecido tiene tres opciones: sentarse a llorar, hincarse a rezar o salir a buscar ¡Tú decides!”.

Con el paso de los años aprendieron a desenterrar cadáveres con picos y palas, a identificar pedazos de huesos, a moverse en el desierto y a reconocer el olor fétido de los cuerpos en descomposición. “Lo que me sorprende de ellas es que la única forma en la que han logrado sobrevivir ha sido poniendo el cuerpo. En ese acuerpamiento del dolor se han hermanado y entonces se han sostenido unas a otras”, reflexiona la escritora. Su intervención directa en la búsqueda de fosas las pone en la diana de quienes no tienen interés en desenterrar el horror. En los últimos tres años han aumentado los ataques directos contra las buscadoras. Solo en el Estado de Guanajuato, se ha asesinado a cinco activistas que buscaban a sus familiares. Hablamos de cómo esta lucha te desgasta, te desgasta tanto que al final muchas de ellas incluso han fallecido por. Problemas relacionados con esa búsqueda.

La autora hace un recorrido por la historia para explicar que la desaparición forzada en México sucede desde los años 70. Una práctica que en su momento utilizó el Ejército y otras corporaciones para acabar con detractores políticos ―como en la masacre de Aguas Blancas― y que ahora también utilizan los grupos del narcotráfico. “También sucede que a lo mejor los capturan las autoridades y se los entregan directamente al crimen organizado, que son los que desaparecen los cuerpos. Han llegado a inventar recetas para disolver cuerpos, para calcinar, para no encontrar rastro”, explica.

Para Del Río, la existencia de tantas fosas en el país -unas 2.710, según datos oficiales― significa que los perpetradores hacen su voluntad. Y que existe una gran ineficacia del Estado y las instituciones que están desbordadas. “Cada fosa es un acto de ostentación de la impunidad si partimos de que los cuerpos de personas depositadas han sido víctimas de desaparición forzada y seguramente de otros delitos ligados como el secuestro, trata de personas, feminicidio, tortura, etc. Por eso debería ser importante prestar atención al grado de violencia ejercida sobre los cuerpos, además del lugar y la forma en la que fueron encontrados”, menciona en el libro.

“La violencia es tan antigua como la historia de la humanidad, pero dentro de un sistema jurídico la permisividad del Estado es infame”, señala la autora y termina con una reflexión sobre la postura del Gobierno que “imposibilita” estrategias de coordinación y políticas de solución. “El Estado es responsable de lo que sucede, porque permite esta violencia, no rescata a las víctimas ni procesa a los culpables. Si eso no sucede, mucho menos podremos hablar de reparación del daño”, agrega.

Se desconoce de manera precisa cuántos colectivos de padres y madres buscadoras existen en el país, aunque ya tienen presencia en casi todos los Estados. “La única solución que le veo a esto para cambiar es que a nivel de ciudadanos hagamos redes de apoyo, redes solidarias, redes de denuncia. Eso requiere un cierto nivel de rebeldía y desobediencia. Pero es importante no agachar la cabeza. Aislados nos chingan, aislados nos matan. Aislados nos desaparecen”.

Fuente.-Almudena Barragan/Diario Español/


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