Todo fue un fracaso, habrán visto entonces que sufrir nunca sirvió de nada y, sin embargo, es tan rabioso pensar en la chancleta con pus y sangre de la guatemalteca Catherine Díaz que libraba apenas la brasa negra del pavimento.
un gobierno bueno con metodos muy malos:
Arrastraba a sus dos nenes, cargaba una maleta, miraba lo que quedaba de la vanguardia de la caravana: haitianos, rápidos y potentes, desesperados, iban ya muy lejos.
"Ellos están acostumbrados a caminar, me imagino yo, porque ni llagas tienen en los pies, y nosotros, si usted me viera una llaga que tengo en el otro pie se asusta, porque ni siquiera se me ha reventado", dice.
Había caminado durante tres días y dos noches de Tapachula a Escuintla, lo que en un auto se hace en una hora. El dolor no le permitía pensar ahora que iba a Mapastepec: a seis horas a pie. Ni el dolor ni su esposo Gherson que iba a unos metros atrás, con un desgarre en la pierna.
Tampoco él podía pensar porque era el último de una caravana de 300, 350 hombres y mujeres, que habían salido desde las seis de la mañana y ahora eran pura sombra en el infierno del día. Nenes sudorosos, ingenuos y sonrientes, como si por la huida a 40 grados hacia Disneylandia fuera un día divertido.
Damiana, una nena de cuatro años, que la noche anterior, en el estrepitoso aguacero de Escuintla, se cayó en el jardín y se abrió la cara. La cargaba su padre, Nilton Lizandro, otro guatemalteco, de 41 años, de Tiquisate, "de allá donde si te amenazan o huyes o matas, lo que sea primero".
Nilton decidió huir un mes atrás con Berlin, su esposa, y sus cuatro hijos. Nilton, el mayor que ya sabía decir su edad con todos los dedos de la mano, y la más chica, Niraldy, de dos.
Originario de Guatemala, crecido en Zacatecas y deportado de California a los 41 años a donde había nacido, pero no recordaba, Nilton Lizandro cargaba además una maleta, más pesada que los cuatro niños juntos. Nilton, el pequeño caminaba. Berlin cargaba a la menor. Niraldy iba en brazos de un haitiano bondadoso. Al final, por rescatar a Niraldy, Nilton Lizandro iba a ser detenido. Esa es la rabia.
La misma con la que el cubano Juan Díaz, nacido en San Miguel del Padrón, lugar de lodo, mugre y mierda, a 40 minutos de la Habana del turismo revolucionario. El pelo a rape, las bermudas azules, gastados los tenis, maldecía al régimen que lo llevó a buscar una mejor vida en Venezuela, luego en Chile y ahora en el capitalismo más feroz del planeta, donde hasta los pobres de regímenes comunistas saben que serán más ricos.
De paso, maldecía al Presidente López Obrador por decirse humanista y mandar a la Guardia Nacional que los había golpeado el sábado en Huixtla.
"Son los mismos revolucionarios, son los mismos", gritaba, rezagado. Juan Díaz, aunque fuerte como los haitianos, prefería no separarse de su grupo.
"Te estoy diciendo que yo viví en Venezuela cuando vivía Chávez. Que había de todo todavía, pero sabía que todo se iba a caer a la mielda como este país, que si lo siguen chinchando se va ir a la mielda. Es la misma política de la revolución".
Eran las once de la mañana, no habían ni desayunado. No había un puesto de ayuda, agua, algún sandwich, alguna naranja. Se entretenían suplicando en las rejas de las casas, y el tropel de haitianos ya no estaba a la vista. Detrás, amenazante, una patrulla de la Guardia Nacional avanzaba a su ritmo.
Los haitianos, los más pobres del mundo, se habían apoderado de la caravana del hambre. Decían cuándo avanzar, cuánto dormir. Al final, con su miedo de que la migra mexicana mandara tráileres para regresarlos a Tapachula, impedían que los centroamericanos tomaran un aventón.
"Los haitianos nos gobiernan", se quejó el nicaragüense Ivanox Brandon Molinares, un perseguido de la dictadura del ex revolucionario Daniel Ortega. Pero era injusto: algunos gigantes negros ayudaban a la familia como la de Nilton.
Los últimos estaban a 19 kilómetros de Mapastepec. En un punto perdido, sin la vigilancia ya de los haitianos, detuvieron una camioneta, pero un elemento de la Guardia Nacional los obligó a bajarse. Se hincó un salvadoreño, suplicó por los niños. Sufriría si no sirvió de nada. Esa fue una seña porque cuando siguieron avanzando, llegaron los soldados de la Guardia Nacional a ese punto. Ocho autobuses blancos, patrullas, agentes de migración como el que había aplastado la cabeza a un migrante el sábado.
"Vamos a seguir conteniendo", había amenazado López Obrador el domingo. Eso hicieron en la entrada a Mapastepec.
Nilton Lizandro escondió a su mujer y sus tres nenas en la maleza. Menos a Niraldy porque la cargaba un haitiano que salió del escondite asustado. A Nilton Lizandro lo detuvieron cuando cruzó el operativo de agentes antimotines para recuperarla.
Por fortuna, dijo por la tarde, Berlin y sus tres niños estaban a salvo. Aunque no sabía dónde iban. Tampoco él y Niraldy cuando eran únicos pasajeros de uno de los autobuses con rumbo desconocido. Mandó un video con su celular: "Mire, aquí la nena va bien, va en el aire acondicionado", dijo y se reía, su risa amarga causaba más rabia. La nena sonreía.
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