En la pequeña habitación en la que se aloja desde julio de 2020, El Colillas toma la fotografía de su hija y la muestra con orgullo. Afirma que el día más feliz de su vida fue cuando se convirtió en padre y el más triste cuando agentes de la policía capitalina le dijeron que encontraron el cuerpo de su hija, motivo por el que persiguió a los judiciales que asesinaron a la joven y a ambos los mató con un arma 9 milímetros.
Durante 26 años, Enzo (nombre ficticio) estuvo preso en el Penal Varonil de Santa Martha Acatitla, acusado de homicidio. Tras la rejas pudo dar clases de inglés a otros internos y entrar al centro de cómputo, donde aprendió a arreglar computadoras. Gracias a ese trabajo es que logró que le redujeran su pena, pero en cuanto estuvo en libertad, inició otro infierno: no poder reinsertarse a la sociedad.
“Lo primero que hice cuando salí de la cárcel fue contar el dinero que tenía, eran 914 pesos. Entonces fui a un Oxxo y me tomé un café decente, me compré una cajetilla de cigarros y me metí a un baño público para tomar una ducha con agua caliente, luego me senté en una banqueta y pensé: ‘¿Qué voy a hacer?’”.
A pesar de ser ingeniero en sistemas computacionales y de hablar con destreza cuatro idiomas le fue imposible encontrar un empleo, porque a los lugares a los que iba le pedían la carta de antecedentes no penales.
“Sabía que por mi edad, ahora tengo 70 años, me iba a ser muy difícil encontrar un trabajo, pero lo realmente complicado es que cuando uno sale de la cárcel, queda marcado, hasta para ser afanador en el Metro me pedían carta de antecedentes no penales, además, el motivo por el que estuve en prisión fue asesinato, nadie le da segundas oportunidades a alguien que empuñó un arma contra otra persona”, lamenta.
En junio de 2021, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) hizo un llamado a los sistema penitenciarios estatales y federales para realizar actividades “sustantivas” que permitan cumplir la Ley Nacional de Ejecución Penal (LNEP) y garanticen el acceso a servicios básicos en reclusión y a una efectiva reinserción social.
Sin embargo, Enzo no gozó de esta garantía. En el olvido quedó aquel hombre de 1993, cuando tenía 40 años y tenía negocios, casas, una esposa originaria de Medellín, con quien educó a una joven que entonces tenía 17 años. El salir de prisión lo marcó, no importó que fuera ingeniero en sistemas, con una maestría en Alemania.
“Cuando entré a la cárcel entendí que perdí todo, no sólo mi matrimonio, mis posesiones, sino mi identidad, dejé de ser una persona con nombre y apellido para convertirme en el número de un recluso. Ya en prisión me era imposible comprar cigarros; uno solo llega a costar hasta 40 pesos, entonces me ponía a recoger las colillas que los otros compañeros tiraban, de ahí vino mi apodo El Colillas”, cuenta.
Para julio de 2020, cuatro meses después de haber salido del reclusorio, El Colillas ya había gastado todo su dinero; con la esperanza de encontrar empleo invirtió en un juego de desarmadores, discos para grabar software y un antivirus, ofreció sus servicios.
Pero nadie lo contrató: “De verdad recorrí toda la Plaza de la Computación, negocio por negocio, pero nadie me dio trabajo, ahí más que por haber estado en la cárcel, fue por mi edad, a los 70 ya no ven funcional a uno. También busqué en empresas de limpieza, pero la carta de antecedentes es una traba, te ven como criminal”.
Ante la falta de dinero y trabajo, Enzo acudía a comedores comunitarios, en particular a los que diversas iglesias abrieron en medio de la pandemia, en uno de ellos conoció a quien ahora es un gran amigo, Juan Manuel, el hombre lo invitó a asistir a otro comedor comunitario los fines de semana y de paso le pidió que le arreglara un equipo de cómputo.
Así fue como El Colillas llegó al comedor de la Fundación Lázaro, que nació como un hogar para personas en situación de exclusión social, según Tatiana Galindo, a cargo del proyecto.
“Fundación Lázaro fue creada por laicos católicos hace 16 años en París, Francia, y su objetivo es impulsar hogares para personas que viven en situación de exclusión social: lo que buscamos promover es la reinserción social y la ayuda a quienes más lo necesitan. El proyecto nació en París, pero ya hay casas Lázaro en Bélgica, España y Suiza, y México se convirtió en el primer país de América Latina en abrir un hogar colaborativo”, destaca.
En 2020, durante la pandemia por Covid-19, se pretendía abrir Lázaro en el país, pero por el tema del confinamiento se decidió que en lugar de una casa para residentes se abriera un comedor para personas en situación de calle, al que llegaron personas que habían perdido su empleo; a la fecha cada fin de semana se ofrecen alrededor de 150 comidas. Y en uno de esos comedores está Enzo, quien busca superar su pasado.
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