Roberta Lajous Vargas, embajadora de México en España, aparece en primer plano. A solo dos lugares de ella está sentado Eugenio Ímaz Gispert, hasta hace muy poco director general del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). Otros nueve funcionarios de la embajada también sonríen frente al lente de la cámara.
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La fotografía fue publicada a través de la plataforma Twitter, el martes 8 de mayo. Según el mensaje que la acompaña, la reunión consignada tuvo como propósito capacitar al personal de la Cancillería sobre temas relacionados con los próximos comicios.
¿Qué hace Eugenio Ímaz en Madrid? Pues resulta que el antiguo responsable de la inteligencia del Estado mexicano ingresó, con sigilo y por la puerta de atrás, a trabajar para la Secretaría de Relaciones Exteriores, con rango de ministro y un sueldo nada despreciable (más de siete mil euros mensuales).
Su nombre no aparece en el organigrama de la dependencia, tampoco sus datos de contacto, mucho menos el cargo que ocupa desde abril de este año. No es nuevo que, quienes se creen dueños del gobierno, tomen los cargos públicos como botín personal; sin embargo, a diferencia de otros tiempos, la arbitrariedad es difícil de esconder. Sobre todo, cuando los diplomáticos tuitean imágenes de sus reuniones internas y luego sonríen plenos de satisfacción.
Quizá la Cancillería reclutó a Eugenio Ímaz como becario porque este ex agente de inteligencia tiene una buena relación con el gobierno de España: en marzo del año pasado obtuvo la Cruz de Plata al mérito policial por la colaboración que el Cisen prestó para atrapar al terrorista de la ETA Ángel María Tellería Uriarte.
Sin embargo, en México su trayectoria contrasta por poco lucidora. Nunca el centro responsable de proveer inteligencia al Estado mexicano tuvo un papel más mediocre que durante los años en que Ímaz Gispert fuera su director. Dedicado al espionaje político para propósitos inconfesables, el Cisen descuidó su rol como institución clave de la seguridad nacional.
Las pifias de Ímaz han merecido sendas gotas de tinta: desde el mítico escape de Joaquín El Chapo Guzmán del penal de La Palma, mientras sus agentes lo vigilaban, pasando por la nula aportación de este centro a la investigación sobre los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, cruzando por la pérdida de varios miles de kilómetros que cayeron en manos del crimen organizado, así como por la ceguera cómplice frente a la corrupción abrumadora en los gobiernos locales.
Pero eso sí, el Cisen desarrolló robots adictos a intervenir en las redes sociales con el objeto de atacar a los detractores del gobierno, espió a la oposición —fuera y dentro del PRI—, grabó y luego difundió conversaciones privadas, filtró información y expedientes que dañaron la reputación de muchos y todo esto, mientras los profesionales de la inteligencia mexicana eran desechados para contratar en su lugar a leales servidores del gobernante en turno.
El desmantelamiento del Cisen lleva ya muchos años, pero su peor degradación ocurrió durante la gestión de Eugenio Ímaz. La única virtud que tiene este hombre es su lealtad incondicional al futuro senador, Miguel Ángel Osorio Chong; acaso por esta razón lo premiaron como ministro de la embajada de México en España.
ZOOM: Es momento de sacar la lupa para observar qué otros puestos y presupuestos de la administración pública están siendo repartidos como premio para quienes no lo merecen; mientras tanto, las redes sociales seguirán siendo ventana privilegiada para enterarse de las fatuidades y los despropósitos.
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