Con el transcurso de los años -47 ya- el que originalmente fuera un grito de denuncia y rebeldía se convirtió primero en reclamo terco, luego en consigna, después en estribillo para llegar a nuestros días como una frase hueca. Seguramente serán miles los manifestantes que en diversas partes del país y sobre todo en la capital salgan a las calles para gritar a coro, una y otra y otra vez, que el dos de octubre no se olvida.
Me temo que la inmensa mayoría de ellos no tiene una idea cabal, acaso ni siquiera una referencia lejana, de lo que significaron los hechos ocurridos en Tlatelolco al anochecer de aquel lejano jueves de 1968. Pocos tendrán claro que aquel episodio fue algo mucho más complicado, grave y cruel que una represión militar violenta contra un grupo de manifestantes (en la que el número oficial de muertos, en increíble coincidencia, fue de 43): se trató en realidad de una maniobra planeada y orquestada desde el poder. Un crimen de Estado, cuyo autor principal, Luis Echeverría Álvarez, disfruta hoy de su plácida vejez luego de haber sido exonerado del delito de genocidio por un tribunal federal en 2009, después de tres años de prisión domiciliaria. Por supuesto, tampoco hubiera ocurrido en San Cosme una nueva matanza de estudiantes indefensos el Jueves de Corpus de 1971, de la que no fue ajeno el propio Echeverría Álvarez.
Lamentablemente no puedo compartir la afirmación de que el dos de octubre no se olvida. De ser así, este país sería otro y la impunidad no sería la característica principal de un sistema político anquilosado y corrupto. Perverso, pues. Ocurre que la memoria de los mexicanos es más delgada y endeble que un espagueti. Si efectivamente el dos de octubre no se hubiera olvidado habría sido imposible el regreso del PRI a los Pinos y la restauración de un aparato de control absoluto de la vida nacional, que incluye por supuesto a los partidos de oposición. Sería impensable, por ejemplo, que alguien como Manlio Fabio Beltrones, actual dirigente nacional del tricolor, ocupara la presidencia del Congreso Mexicano. Beltrones es un miembro distinguido de la nomenclatura priista. En ella inscribí hace más de un año a otros notables del sistema como Gustavo Díaz Ordaz, Fidel Velázquez, Joaquín Hernández, “La Quina”; José Díaz de León, Carlos Salinas de Gortari, Alfonso Martínez Domínguez, Raymundo Abarca Calderón, Alfonso Corona del Rosal, Jorge Rojo Lugo, Gonzalo N. Santos, Carlos Sansores Pérez, Víctor Cervera Pacheco, Carlos Jonguitud Barrios, Arturo Durazo Moreno, Rubén Figueroa Figueroa y Rubén Figueroa Alcocer; Oscar Flores Tapia, Antonio Toledo Corro, Carlos Hank González, Manuel Bartlett Díaz (hoy adalid de la democracia); Arturo Montiel Rojas, Mario Villanueva Madrid, Emilio Gamboa Patrón. Habría que sumar a nuevos miembros como los dos Duarte, desgobernadores uno (César) de Chihuahua y otro (Javier) de Veracruz, o el ex gobernador coahuilense y exdirigente nacional priista Humberto Moreira, entre muchos otros.
Supongo que no habrían ocurrido los fraudes electorales estatales sucesivos de Baja California, Sinaloa, Durango, Nuevo León, Chihuahua, San Luis Potosí, Sinaloa, Tabasco, Puebla en los ochenta y noventa; la proliferación y protección durante décadas del corporativismo, el charrismo sindical, los acarreos, la compra y coacción de votos; el saqueo ostentoso y los despilfarros presidenciales sexenio tras sexenio, los negocios millonarios privados a costa de los cargos públicos, la “caída del sistema” en 1988, el endeudamiento externo ilimitado, las devaluaciones (que ya vivimos de nuevo), la inflación galopante, las grandes mansiones, los yates y los aviones de los integrantes de la clase política, el crecimiento incontenible de la miseria extrema y de la brecha entre ricos y pobres; el deterioro de la educación pública, el establecimiento de una cultura de la simulación y de la ilegalidad; el control y la sumisión voluntaria o impuesta de los medios de comunicación, la persecución y asesinato de críticos y opositores.
Seguramente olvidamos también que el infierno que hoy vive Guerrero tiene su explicación en esa realidad de impunidad y en una historia de autoritarismo, represión y crimen. Es tal vez el mejor ejemplo de lo que el PRI ha representado para México a lo largo de la historia. El último antecedente conocido del escalofriante episodio de Iguala, donde 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa fueron levantados y desaparecidos el 26 de septiembre de 2014, ocurrió 19 años atrás, el 28 de junio de 1995. La masacre de Aguas Blancas fue un crimen perpetrado por la policía estatal de Guerrero y planeado por Rubén Figueroa Alcocer, el hijo, en el vado de ese nombre, ubicado en el municipio de Coyuca de Benítez de la Costa Grande. Hubo 17 campesinos muertos. La matazón le costó a Figueroa Alcocer la gubernatura, pero no la cárcel, como debió ocurrir.
Por eso y mucho más pienso que la conmemoración del Dos de Octubre perdió ya todo sentido. A la vez que repetir el desgastado estribillo, convertido en consigna mitotera, los manifestantes que este viernes saldrán a la calle caerán seguramente en la paradoja de evocar una fecha que según ellos no se olvida y pedir la renuncia del presidente de la República, como ocurre ya en todas las manifestaciones callejeras. Habría que aclararle que si efectivamente el dos de octubre no se hubiera olvidado, Enrique Peña Nieto –el cachorro predilecto del Grupo Atlacomulco, ahijado y protector de Arturo Montiel— no sería Presidente de este país. Válgame.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: