Igual estamos hablando de un pueblo olvidado de Zacatecas
o de un rancho en Tamaulipas, de soldados o de policías federales acusados de
matar a presuntos delincuentes con total alevosía, no importa. El fondo es la
guerra que nos negamos a entender y/o a negar, a concluir para el bien de la
República.
Hoy Tanhuato, aquel enfrentamiento en el que murieron 42
civiles y un policía federal, vuelve a ser noticia porque aparentemente el
expediente oficial se ha hecho público y ahí, dice Carlos Loret de Mola,
aparece los tiros de gracia y demás.
Como en Zacatecas donde militares “levantaron” para
después asesinar a siete jóvenes porque eran “criminales”.
Insisto da igual, el fenómeno social es lo que debería
tenernos sin dormir.
Porque son muchos incidentes para que sigamos pensando
que han sido aislados, excepción a la regla.
Y porque tener autoridades con licitud para matar
equivale al peor suicidio colectivo, a que una noche vengan por ti a tu casa
sin razón alguna.
Lo que no entienden muchas autoridades, grandes sectores
de la sociedad, es que todo comenzó cuando el presidente Felipe Calderón
decidió declarar la guerra a un enemigo omnipotente y aterrador.
Aquel día de inicio de su mandato constitucional en
Michoacán cuando, con una chaqueta militar que le quedaba grande, partió el
universo entre buenos y malos, gente del Gobierno y enemigos.
Cuando comenzaron, nuestras autoridades, a saber, sentir,
imaginar que debían abatirlos, vencerlos, derrotarlos para salvar al país.
A partir de ahí todo está imbricado en una razón moral.
Alrevesada, pero una razón moral.
Cuando los militares van a entrenamiento, o sus jefes a
las distintas escuelas castrenses, les enseñan que deben defender a la patria
con sus vidas, que deben atacar al enemigo que quiera someter a la nación, que
son guardianes de nuestra soberanía.
Y luego vino Calderón a decir que estos, criminales, eran
enemigos de la patria que tenían controlado el territorio nacional, que
destruían valores, que arruinaban a familias, que envenenaban a los niños con
droga.
En fin, que eran los peores entre los peores, asesinos
sanguinarios.
Que frente a este enemigo había que salvar al país.
Seguramente entonces, como ahora, criminales tenían
sometida a la sociedad de poblaciones enteras. Y me queda claro que había que
poner orden, que no había policías confiables (como sigue sin haberlas), y que
eso era una guerra.
La diferencia es que para mí, como para millones de
mexicanos el vocablo guerra tiene una acepción, una traducción equis. Ajena a
nuestras costumbres, vocablos, honores, valores, uniforme.
Y para los militares no es así, guerra es justamente eso:
una guerra que debe librarse para ganarla frente a un enemigo.
De ahí viene la permeabilidad. El sentimiento moral de
que se está haciendo lo correcto, lo que corresponde, lo que es obligación.
Esto, porque sus jefes e instructores son militares, se
transmite con igual fuerza a los policías federales que como los soldados están
convencidos “que viven, vivimos todos una guerra que debe llevar a aniquilar al
enemigo. Si a esta muy peligrosa ecuación le agregamos la adrenalina de
compañeros secuestrados, torturados, asesinados por los criminales enemigos,
las consecuencias son terribles, son justamente las que estamos viviendo.
Pero, insisto, el problema es la declaración de guerra
oficial, hecha por el primer mandatario en su momento, es decir, por el
comandante en jefe de todas las fuerzas armadas.
Cuando logren comunicarle a decenas de miles de militares
y policías federales que no vivimos una guerra, que los jóvenes que se han
incorporado a grupos criminales por falta de oportunidades no son enemigos que
deben exterminar, todo tendrá que cambiar.
A no ser que, por el contrario, sí estemos viviendo una
guerra y lo que deba cambiarse sean las leyes, para declarar un “Estado de
Omisión” donde sea legal matar a los “enemigos” en cualquier circunstancia.
La verdad es que ya va siendo tiempo de que el Gobierno
tome una decisión en este ámbito, o se asumen las consecuencias de una
declaración de guerra que pone a militares y policías con formación militar en
la calle, fuertemente armados y dispuestos a aniquilar al enemigo, o se
detienen las masacres porque no vivimos en guerra. Así de simple.
De otra forma el doble mensaje a las fuerzas del orden
público, a las instituciones, a los uniformados va a ser cada día más
peligroso, no solamente en la contabilidad de los muertos…
fuente.-
Isabel Arvide/EstadoMayor
@isabelarvide
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: