José Noriel Portillo Gil, alias “El Chueco”, se convirtió en un objetivo prioritario del Gobierno de México después del asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas dentro de una iglesia en Cerocahui, Chihuahua, ocurrido en junio de 2022.
Aunque se realizaron diversos operativos y se desplegaron elementos de las fuerzas armadas no fue posible capturarlo. Un día las cosas cambiaron, pues fue hallado, pero muerto, y recientes investigaciones señalan a dos grupos criminales como los responsables del hecho.
Mientras elementos del Ejército mexicano, Guardia Nacional y policías buscaban al líder criminal sin descanso, él se escondía con toda facilidad; los grupos religiosos reclamaban justicia por los suyos y los habitantes seguridad. Aunque nada de eso llegó, en un cónclave se decidió la suerte de “El Chueco”: asesinarlo era el paso a seguir.
El grupo criminal de Los Salazar y la facción Gente Nueva de Agua Prieta, una célula que controla el norte de la sierra tarahumara, leal al brazo armado de Ismael “Mayo” Zambada, se reunieron para arreglar las cosas entre ellos. Entre las pláticas se nombró a un responsable de las pérdidas registradas: José Noriel Portillo.
Fallarle al narco es una sentencia de muerte, eso fue justo lo que ocurrió con “El Chueco”, y de ser un líder criminal pasó a ser señalado por los fracasos y sí, se lo cobraron con la vida. A balazos lo ultimaron la noche del sábado 18 de marzo, pero su cuerpo fue hallado un día después, en Choix, Sinaloa.
El cuerpo de Portillo Gil, quien había sido encumbrado por el clan Los Salazar desde 2016, tenía nueve impactos de bala en el pecho calibre 7.62 milímetros de AK-47 y el tiro de gracia. En el lugar se localizaron 22 casquillos. Las autoridades señalaron que “El Chueco” habría sido ejecutado al menos 24 horas antes de su localización.
Algo que explica lo ocurrido con “El Chueco”, es lo dicho por la gobernadora de Chihuahua, Maru Campos, quien explicó que a partir del asesinato de los dos sacerdotes jesuitas se intensificaron los operativos en la sierra, erradicándose la venta ilegal de cerveza, disminuyendo la tala clandestina y las extorsiones a proveedores de mineras, por lo que al grupo de “El Chueco” se le habían reducido los ingresos.
Con esto el líder criminal se vio obligado a refugiarse en Sinaloa, limitado de todo, al grado de que al momento de su asesinato no llevaba ni una identificación o distintivo que diera una muestra de quién era el hombre que abandonaron después de asesinarlo.
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