Agentes armados de Academi (antigua Blackwater) vigilan los movimientos del personal de EU en Bagdad. |
Oportunidad. Milicias privadas se alistan para vivir una nueva era con el nuevo presidente de Estados Unidos, que por un lado potencia la industria armamentista y, por otro, defiende el aislacionismo estimulando la contratación de sicarios para proteger sus embajadas e intereses en zonas calientes como Afganistán.
Es como un sueño hecho realidad para ejércitos privados y sicarios de todo el mundo. Un empresario, fanático de las armas y sin ningún tipo de escrúpulos, durmiendo en la Casa Blanca y dirigiendo el mundo desde el Despacho Oval.
Con la llegada al poder en enero del republicano Donald Trump, compañías que ofrecen al mejor postor soldados a la carta, sin importarles la nacionalidad, la bandera o la causa por la que tomarán las armas, sino el cheque que reciban, olfatean negocio. La combinación de aromas es irresistible: el presidente de Estados Unidos quiere impulsar la industria armamentista nacional y, al mismo tiempo,k no quiere bajas estadunidenses en el exterior, principalmente los que patrullan embajadas en puntos calientes del planeta, como Irak, Pakistán o Afganistán. La única salida, por tanto, es la contratación de pequeños ejércitos privados, aunque la mala fama de estos implique que estas operaciones sean casi secretas.
Belicista, pero no intervencionista. En poco más de cuatro meses gobernando, el nuevo presidente de Estados Unidos ha dejado claro que quiere inundar de dólares al Pentágono, pero al mismo tiempo no ha renunciado a su política aislacionista de campaña. Esta aparente contradicción se explica con su intención de destinar más dinero a modernizar la capacidad disuasoria y defensiva del Ejército de EU, y destinar la menor cantidad posible al envío de tropas a países en conflicto.
Esta misma semana dio dos ejemplos de su estrategia militar. El martes, el Pentágono probó con éxito, por primera vez, un misil tierra-aire intercontinental, en respuesta a la amenaza de Corea del Norte de lanzar un cohete con ojiva nuclear que alcance la costa del Pacífico de EU. Un día antes, Trump ordenó armar a los kurdos del norte de Siria, para combatir al Estado Islámico. Todo, con tal de no enviar tropas a infiernos como el sirio, y evitar así las terribles fotos de ataúdes envueltos con la bandera de las barras y las estrellas, que tanto daño hicieron a la imagen del presidente George W. Bush y a la moral del Ejército estadunidense.
La privatización de la guerra. La contratación de “soldados privados” por parte de Estados Unidos no es nueva, pero era casi desconocida para la opinión pública, que creía que la guerra era “cosa del Pentágono”. Esto era así hasta que estalló el escándalo Blackwater, la compañía encargada de proteger al personal de Estados Unidos en Bagdad, tras la invasión ordenada por Bush para derrocar a Sadam Husein.
Luego de un confuso incidente callejero en el centro de la capital en 2007, al paso de una caravana con personal de la embajada de EU, los escoltas de Blackwater abrieron fuego contra los viandantes, matando a 17 civiles.
Siete años después, cuatro mercenarios fueron hallados culpables y condenados a penas de cárcel en EU. El escándalo destapó los oscuros negocios entre el Pentágono y Blackwater, compañía de mercenarios fundada en 1997, cuyo primer contrato con el Departamento de Defensa lo firmó en 2003 y por el que recibió 27.7 millones de dólares por el envío de sus “tropas” a Irak. Destapó, asimismo los abusos cometidos por estos “matones a sueldo”, muchos procedentes de países ex soviéticos, en países como Afganistán o Uganda.
Sin embargo, con un simple cambio de nombre —del agresivo Blackwater al inofensivo Academi— las aguas se calmaron y los negocios regresaron, incluso bajo el mandato del presidente Barack Obama. Según fuentes cercanas al Pentágono, hasta 30 mil empleados de esta empresa contratados por EU pasaron por Irak.
Multinacional armada. El salvaje atentado terrorista ocurrido ayer en Kabul, en el que murieron 90 personas y más de 400 resultaron heridas, entre ellos once estadunidenses que trabajan en la cercana sede diplomática, podría acelerar la estrategia de Trump de sacar cuanto antes a sus compatriotas y que sean estos “soldados privados” los que se encarguen de proteger sus intereses en ese país centroasiático en guerra, sin tener en cuenta que a muchos de ellos (mexicanos, por ejemplo) el presidente los consideraría unos “inmigrantes ilegales y peligrosos” si vivieran en EU.
La tragedia de los civiles kabulíes podría convertirse así en negocio para multinacionales de la guerra como Aegis Defense Services, que ha participado en misiones militares en unos 40 países y ha sido contratada por una veintena de gobiernos, e incluso por Naciones Unidas.
Pese a su origen británico, Aegis ha recibido contratos de hasta 300 millones de dólares del Pentágono, lo que le ha permitido a sus dueños crear un ejército privado de hasta cinco mil empleados.
Estos “ejércitos”, como Defion Internacional, con sede en Perú y dedicada a reclutar contratistas latinoamericanos para misiones por todo el mundo, tiene garantizado con Trump un futuro brillante, aunque tratarán siempre de trabajar en la mayor oscuridad posible.
Fuente.-fransink@outlook.com
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