Alicia Rabadán levanta la cabeza, con la frente en alto exhala y
muestra la valentía que ha conseguido después de haber experimentado la peor de
las pérdidas. Las canas cubren su cabeza y sus ojos están enmarcados por dulces
líneas de expresión que contrastan con la profunda tristeza de su mirada. Hoy o
mañana, Alicia podría ser tu madre o la mía.
Fue en la noche buena del 2009 cuando Alicia abrazó a su hijo
por última vez. Por esos días Jorge Antonio Parral Rabadán trabajaba como
administrador de una plaza de cobro de Caminos y Puentes Federales en Santa
Rosalía de Camargo. Tenía 38 años, era licenciado en ciencias de la comunicación,
estaba estudiando una maestría y disfrutaba practicar kung fu.
Su sueño fue irrumpido, mientras descansaba en las habitaciones
de su oficina, hombres armados entraron por la fuerza y se lo llevaron. Fue un
comando de un grupo del crimen organizado que además de secuestrar a Jorge se
llevó a uno de sus compañeros. A pesar de la ruda violencia que se ha vuelto
cotidiana en varias zonas de Tamaulipas, y aunque Jorge había ya recurrido a
las autoridades pidiendo apoyo para la protección de él y de sus empleados sin
recibir respuesta, ninguno de sus familiares imaginó que justamente cuatro
meses después de la navidad que compartieron, Jorge sería secuestrado.
Pasaron diez meses para que la familia Parral encontrara, con sus propios
recursos y como resultado de investigaciones particulares, el cuerpo de Jorge
abandonado en una fosa común municipal en el estado de Nuevo León. Después de varias indagaciones supieron que su caso estaba
relacionado con un supuesto enfrentamiento sucedido dos días después del
secuestro. De dicho enfrentamiento se reportaron cuatro personas detenidas,
cuatro liberadas y tres muertos acusados de sicarios, sin investigación previa.
Jorge Antonio Parral resultó ser uno de los tres que perdieron la vida.
Las averiguaciones no dejan lugar a dudas. Recibió tiro de
gracia además de otros balazos, el arma con el que fue agredido era propiedad
de la Sedena, de acuerdo con los datos recabados en la investigación oficial,
el arma pertenecía al cabo de infantería Ramiro Cabo Aparicio.
Han pasado seis años desde que Jorge fue secuestrado y
asesinado. La investigación formalmente se sigue por el delito de “homicidio”
porque no existe un delito específico que tipifique la muerte de civiles a
manos de funcionarios públicos “ejecución extrajudicial”.
Aunque las
autoridades han identificado como responsables por la ejecución y desaparición
de Jorge Antonio a miembros del Ejército, nadie ha sido presentado ante la
justicia. La evidencia de su desaparición fue manipulada: Ocultaron su cuerpo
en una fosa común, a pesar de que su camioneta estaba en el lugar en el que fue
ejecutado y que sus identificaciones como funcionario de Capufe estaban en el
interior. Falsearon también los rasgos físicos documentados en el expediente
para obstaculizar que fuera identificado.
Desde que inició la guerra contra el crimen organizado,
Tamaulipas ha sido flanco de enfrentamientos que no distinguen entre criminales
y civiles, que sustituyen las detenciones por ejecuciones sin juicio y que
ocultan los cuerpos de quienes son abatidos.
Esta podría ser una historia aislada, pero hay registro de
decenas de ellas. En espera de que no surja alguna historia similar después de
la reciente lluvia de balas que tuvo lugar en Nayarit el jueves de la semana
pasada. El uso de la fuerza ejercida de esa forma podría tener como
consecuencia no sólo la violación de derechos humanos de presuntos
delincuentes, sino la muerte de inocentes como Jorge Parral.
En consecuencia, es indispensable que se evite normalizar estos
operativos a través de la aprobación de una “Ley de seguridad interior”. Además
de ser inconstitucional, las propuestas de ley que hay en este sentido, buscan
legalizar la intervención de militares en tareas que les corresponden a las
autoridades civiles. Sin duda es necesario regular la intervención de las fuerzas armadas y
considerar los riesgos que corren en los enfrentamientos con el crimen
organizado. Sin embargo, esta regulación debe ir enfocada a conseguir un retiro
paulatino de las fuerzas armadas paralelo al fortalecimiento de las policías
civiles, a través de un Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Cualquier reforma al marco normativo en materia de seguridad
debe garantizar que no haya más historias contadas por madres como Alicia.
fuente.-Maite Azuela.
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