Se suele ilustrar al Partido Revolucionario Institucional
(PRI), sobre todo en la prensa y en las redes, como un Tyrannosaurus
Rex. La imagen transmite el mensaje de un animal antiguo, agresivo,
monstruoso, carnívoro, asesino por naturaleza; uno torpe y extinto, o en vías
de extinción.
Esta caricatura, sin embargo, podría no ser tan acertada.
El PRI bien podría quedarse otros 78 años en el poder, recuperándolo y
soltándolo a conveniencia, con los partidos “opositores” como comparsa para
mantener el control de grandes porciones de la población y de los presupuestos.
Eso es lo que dice cualquier análisis de sus números.
El PRI es un T-Rex en una parte: es agresivo, monstruoso,
carnívoro, asesino por naturaleza. Pero no tiene nada de torpe, ni de extinto.
De hecho, me sorprende que siquiera se le piense torpe (dinosaurio en
cristalería). Tan el PRI no es torpe que distintos análisis indican que los
escándalos del Presidente Enrique Peña Nieto y su equipo por posible corrupción
o por golpes a la libertad de expresión le afectan al Gobierno federal, pero no
a su partido.
¿Y qué hace que millones de mexicanos sigan votando
masivamente por el PRI? Hace 15 años que perdió la Presidencia de la República
y hace tres la recuperó, pero nunca ha caído, digamos, en el hoyo. Vea: en la
elección presidencial de 2000, 13 millones 579 mil 718 mexicanos le dieron su
voto. En 2006 fueron 9 millones 237 mil, en un proceso en el que el candidato
era malo (Roberto Madrazo) y los del PAN y la izquierda se veían bastante
competentes y competitivos (Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador). Y
en 2012, 14 millones 509 mil 854 votaron por el partidazo. Grosso modo,
37 y pico millones de votos en 12 años (de 2000 a 2012), sólo en elecciones
presidenciales.
¿Qué hace que millones de mexicanos sigan votando
masivamente por el PRI? Y entiendo que una eventual respuesta tiene muchas
aristas. De antemano digo que, al menos para los propósitos de este texto, no
entraré en los lugares comunes (que no por comunes son falsos): que si la torta
y el Frutsi, que si las tarjetas de Soriana o Monex o que si los ofrecimientos
en efectivo. A esa coreografía le falta la música: lo que realmente hace que
esos mexicanos vendidos voten por el PRI no son los alicientes ilegales, sino
la estructura que mueve, físicamente, los recursos y los votantes.
Mi pregunta va en otro sentido. Pregunto qué alienta la
decisión de esos millones que votan voluntariamente por el PRI: qué piensan,
qué los impulsa por dentro.
Porque, contra los reduccionistas que se niegan a aceptar
que hay priistas convencidos, sí es una decisión de muchos millones acudir a
las urnas, cierto día, a cierta hora, y frente a una boleta y con el marcador
en la mano pintar una X sobre el logotipo de su partido: el PRI. ¿Es porque ven
un país creciendo, en paz, que resuelve sus problemas y que imparte justicia?
¿O acaso ven un país que no vemos los demás; uno que va hacia allá, hacia ser
más justo, más equitativo, menos violento? ¿Qué es lo que les hace
voluntariamente depositar su confianza y el futuro de sus hijos en el PRI?
He escuchado muchos argumentos. Algunos dicen que es “la
ignorancia” la que lleva a muchos a votar por el PRI; otros más, que el miedo
al cambio. Hay quien sostiene que es pereza mental en dosis extrema, o egoísmo
en dosis que envenenaría a cualquiera. O que son monos amaestrados por la
televisión. Habrá mucho de eso, sin duda. Pero hay más.
Entre esos que votan voluntariamente por el PRI debe
haber razones muy diversas. Enumero algunas:
1. Es la “tradición familiar”. El abuelo votó por el PRI,
el padre votó por el PRI, el hijo hace lo mismo. No importa cómo hayan vivido
esas tres generaciones: se vota PRI y ya, porque es lo que saben hacer mejor.
2. Es la incompetencia de la oposición en elecciones. Los
candidatos son malos o no inspiran confianza. Los del PRI son malos por
conocidos. Se vota PRI.
3. Es incompetencia de la oposición cuando es gobierno.
Lo resumo en un solo caso: ese fraude llamado Vicente Fox… aunque puedo agregar
a Felipe Calderón y a infinidad de opositores locales que llegan ganan
elecciones.
4. Es conveniencia. Les conviene votar por el PRI. Qué
importa cómo le vaya al país: eso no está en el razonamiento; es porque un
primo de un primo podría resultar beneficiado. O el amigo de un amigo. Y como
el PRI reparte, pues mejor el PRI que cualquiera.
5. Es por amor-egoísmo. Ama al PRI. Ama lo que
representa, lo que le ha dado, lo que le promete y lo que le cumple, si es que
le cumple. Y el amor es ciego. Y el amor es, además, un sentimiento egoísta. Es
un “te amo a ti, a quien he escogido, y no a todos los demás”. Aún en el amor
que une a una familia o a más de un individuo; en el amor que tiene un fan por
su equipo de futbol, hay ese egoísmo.
Fin de la lista.
***
En junio de 2009 escribí en el periódico El
Universal: “Mi padre votó por el PRI. Mis tíos [maternos], por la
izquierda. Mi madre tuvo claro que votar era un acto en solitario y recomendó
(sólo eso) que, excluidos por pertenecer a una religión minoritaria, no lo
hiciéramos por el PAN. Yo he votado sin falta desde que tengo 18 años. Hicimos
muchas veces lo que nos llamó el deber”.
En ese texto, y en algunos posteriores, anuncié que no
votaría. Estaba harto del país de Felipe Calderón. Estaba harto de las opciones
que ofrecían los partidos.
A toro pasado, creo que nos equivocamos los que alentamos
en 2009 la abstención. Había mucho coraje contra el PAN y contra la guerra de
Calderón; pero nos equivocamos. El PRI es una maquina muy bien enaceitada de
votos: promesas a pasto y pagos en abonos le han permitido conservar una masa
de egoístas. Con ayuda de los gobernadores, es una fábrica de cooptación, una
mano larga para corromper: ofrece y da de aquí y de allá para mantener su base
sólida. Creo, entonces, que un llamado responsable hoy es a votar, masivamente.
Nos equivocamos en 2009 y el PAN se hundió: tres años
después, la experiencia Calderónlo mandó al tercer sitio en las
presidenciales. Pero el castigo trajo de regreso al PRI. Sus millones de
arrastrados aceptaron otra vez la rebanada de aire y recuperó la Presidencia de
México. Y, bueno, para redondear cifras tan altas hay que aceptar que otros
votan voluntariamente por ese partido.
Simpatizo con Javier Sicilia. Honesto y fiel a sus
creencias, ciudadano en armas, aliado de causas que a pocos le interesan, es un
individuo con el que yo quisiera marchar, si es que fuera activista y marchara.
Pero ya vimos que romper sin traer el pegamento en la mano termina en un acto
puro de anarquismo. Su mismo movimiento lo ha padecido. El llamado de Sicilia a
no votar es entendible pero no creo que arroje soluciones viables, por ahora,
en este momento.
La mezcla de acarreados y convencidos hace obligatorio
votar masivamente por otras opciones si se quiere reducir el poder del partido
que tanto daño ha hecho a México. No soy analista político ni mago; apenas soy
un observador que les dice: a mis 47 años, las únicas veces que he visto a las
ratas correr de regreso a las alcantarillas, por lo menos temporalmente
asustadas, es cuando millones salen a las calles con el garrote en la mano (un
voto por cabeza) a enfrentar al sistema.
Ya se que luego se cuelan los pendejos como Fox. Ya lo
se.
Pero ese es tema para luego.
***
Ahora vuelvo a la pregunta original: ¿Qué hace que
millones de mexicanos sigan votando masivamente por el PRI? Tengo una
hipótesis: es porque el PRI da resultados. Y antes de que me caigan a palos,
déjenme argumentar.
Es como irle a un equipo de futbol: no da nada, nunca; un
equipo de futbol no resuelve la pobreza, la desigualdad, la injusticia; pero
alguna vez cada tres o seis años, por lo menos, permite sentir a muchos
millones que han ganado. Los que ganan son los jugadores pero millones sienten
como propio el triunfo. Seis años la pasan del nabo, y un día en esos seis años
su equipo gana. Gran borrachera (como después de una final de futbol); un
sentimiento de triunfo inigualable sigue a la “victoria colectiva”. Y luego,
otra vez, a la amargura de los días.
Y así ha sido siempre, por lo menos desde la Revolución.
Los obreros tienen su 1 de mayo, por ejemplo; los universitarios, el 20 de
noviembre. Días de marchar en celebración. Días en los que el gobierno (o el
partido tricolor) son uno y uno mismo. Aunque después, a la inmensa mayoría, le
vaya de la chingada.
Millones de amaestrados para esos estímulos: millones que
ven como propio el triunfo del PRI aunque no les dé más que rebanadas de aire y
desazón. Millones que un día disfrutan “su triunfo” aunque en la misma
borrachera, los líderes priistas les roben la cartera y los zapatos, la camisa
y la mujer. Ejércitos que llevaban el rostro de Eruviel Ávila en las banderas y
nunca más lo volverán a ver. Millones que aplaudieron bajo el sol al candidato
de las estrellas, Enrique Peña Nieto. Millones que por lo menos un día cada
seis años sienten ser parte de algo, y en realidad lo son, aunque no como ellos
creen. Son parte de la masa infame que mantiene a los verdugos del país en el
poder. Son el voto duro: el que ha sostenido a una sola clase en el poder.
Suena rudo, pero así es.
No veo más opción que mandar a esos millones de regreso a
casa con su equipo derrotado. Una y otra vez. Y los partidos de oposición deben
llevarle justicia social, equidad, seguridad a esos que han salido derrotados
en la cancha (o en las urnas) para que entiendan que es posible cambiar, sin
consecuencias, de equipo. Y que de hecho cambiar de equipo puede resultar
mejor.
De otra manera, lamento decirles, el PRI conservará otros
78 años las bases que lo sostienen.
Esos millones que, aunque los defraude, votan por el
partido que empobreció a sus abuelos, que empobreció a sus padres, que los
empobreció a ellos y que empobrecerá a sus hijos y a sus nietos, deben
encontrar en la oposición una oferta viable. Hay que hacerlos olvidar su
amor-egoísmo por el PRI. Dejar de aman lo que representa –como un equipo de
futbol–, lo que les ha dado y quitado, lo que les promete y lo que les cumple,
si es que le cumple. Y el amor es ciego. Y el amor es, además, un sentimiento
egoísta. Pero es posible desamar, y aquí se me ocurre sólo una fórmula: un
clavo saca otro clavo.
Por eso creo que, si millones siguen amando al PRI, es
porque han encontrado puros adefesios en la oposición.
Insisto: qué dinosaurio ni qué ocho cuartos. El PRI es el
PRI, señores. Debería vérsele con más respeto. Deberían quitarse el sombrero
cuando sus colores se levantan.
No se malinterprete: no hablo de bájense los calzones. No
como lo hacen esos millones que siguen secuestrados moralmente por el partido
de las mayorías.
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