El presunto pedófilo pudo ver gente que golpeaba su puerta. ¿Eran vecinos? ¿Policías?
Una mujer tenía letras en su chaqueta. Y mientras David Timothy Deakin trataba de averiguar qué querían decir las siglas “NBI” en la computadora de su cama, agentes de la Oficina Nacional de Investigaciones (NBI, según sus siglas en inglés) ingresaron por la fuerza en su guarida de cibersexo.
En la vivienda de dos habitaciones se encontró ropa interior y zapatos de menores, cámaras, esposas, pipas para fumar meth y pilas de discos duros. En la pared alguien había escrito “mi mami y mi papi me quieren”. En la computadora había videos e imágenes de niños y niñas realizando actos sexuales.
“¿Por qué todo el mundo pregunta sobre chicos que vienen a mi casa?”, dijo Deakin, de 53 años, con el torso desnudo y sudando intensamente. Sus anteojos estaban empañados y las autoridades le habían atado las muñecas por la espalda.
El arresto de Deakin el 20 de abril saca a la luz uno de los rincones más ocultos de la internet, donde pedófilos de Estados Unidos, Europa y otros sitios pagan a intermediarios en las Filipinas para abusar a la distancia de menores, incluso bebés, ordenándoles hacer cosas vía streaming en vivo.
Esta nueva forma de delito, el turismo sexual usando webcams, se esparce rápidamente. Las Naciones Unidas habla de “un alarmente crecimiento de nuevas formas de explotación sexual de menores online”. El FBI dice que hay una epidemia y que a toda hora del día hay constantemente 750 mil abusadores de menores en línea.
Casi todos los casos se originan en las Filipinas, donde angloparlantes, buenas conexiones de internet y un amplio sistema de transferencias internacionales de efectivo se combinan con una enorme pobreza y fácil acceso a chicos vulnerables. La víctima más joven de que se tenga noticias, rescatada hace pocas semanas, tenía meses. La mayoría son menores de 12 años.
La Associated Press observó recientemente una redada y rescate, y lanzó una investigación con repercusiones internacionales.
“Esto debería servir como advertencia”, comentó la jefa de la unidad del NBI que combate el tráfico humano, Janet Francisco. “Los meteremos presos y morirán en la cárcel”.
Cuando la policía ingresó a su vivienda, Deakin transmitía contenido ilícito a través de la red anónima Tor. Los agentes dijeron que tenía abierta una página de la web que borra el contenido de su teléfono. Pero lo ataron con la cuerda para cargar su iPhone antes de que pudiera apretar el botón.
La AP y los investigadores le preguntaron varias veces por qué tenía imágenes obscenas guardadas en su computadora.
“No hay niños frente a la cámara en mi casa, ni siquiera vestidos, hasta donde yo sé, ni con sus madres”, respondió.
Agregó que esas imágenes y videos pueden haber llegado cuando descargó una gran cantidad de archivos usando BitTorrent, una herramienta empleada por académicos y artistas, pero también por pornógrafos infantiles.
Deakin dijo que es un estadounidense que se crió en Peoria, Illinois, en una familia dividida. Trabajaba reparando o instalando techos en el verano y tenía los inviernos libres. Usó ese tiempo para estudiar computación. Se mudó a las Filipinas en el 2000 tras conseguir un trabajo en ese terreno, incluida la instalación de programas Blackmagic de streaming.
En años recientes Deakin dijo que ganó 30 dólares la hora como administrador de sistemas. Pero su casa estaba llena de basura y no tenía nada en la nevera. Reinaba el desorden y platos a medio comer.
“Bien sabes lo que has hecho en esta habitación”, le dijo una investigadora a Deakin.
Luego le mostró fotos de varios niños. Deakin se encogió de brazos y dijo que una de ellos estaba probablemente en una casa vecina con su prima. Minutos después la policía rescató a dos niñas, de nueve y 11 años.
La AP no entrevistó a las niñas. Las víctimas recuperadas en este tipo de redadas necesitan atención física y psicológica inmediata. Pero en los jardines de un refugio para sobrevivientes de la explotación sexual a unos 100 kilómetros al sur de donde vive Deakin, una muchacha de 19 años, Cassie, describió sus padecimientos. La AP no usa su nombre completo para proteger su privacidad.
Cassie es la hija menor de una familia pobre y le creyó a un hombre que fue a su pueblo y le prometió darle una vida mejor si se iba con él a la ciudad. Ella tenía 12 años por entonces.
A los pocos meses, el hombre le aclaró la piel, le alisó el cabello y la puso a trabajar.
“Necesitaba una niña que mostrase su cuerpo frente a la cámara”, expresó.
El abuso terminó cuando su hermana mayor se enteró lo que pasaba e hizo una denuncia ante la policía.
Algunos pedófilos que ven todo por la internet niegan estar abusando de nadie, aduciendo que no tocan a los menores.
“No es tan solo un delito virtual. Es un delito con todas las de la ley”, sostuvo Sam Inocencio, abogado especializado en derechos humanos que dirige la oficina de las Filipinas de la Misión Justicia Internacional, un organismo que apoya las actividades de la policía y los abogados. “La explotación sexual online es probablemente la cosa más diabólica que he visto”.
En el 2013, la explotación sexual de los menores generó atención internacional cuando investigadores de la agrupación holandesa sin fines de lucro Terre des Hommesdifundió la imagen animada de una supuesta niña filipina de diez años llamada Sweetie. En 10 semanas, mil hombres de 71 países trataron de descargar imágenes ilegales de la animación en grupos de chat y foros online.
El año pasado hubo 8.2 millones de denuncias relacionadas con la explotación sexual de menores online, prácticamente la misma cantidad registrada en los 17 años previos en forma combinada.
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