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El general está haciendo un trabajo
fantástico. Sacó a esos chavillos de donde se escondían. A todos los rateros
que andaban por acá, secuestrando, matando, extorsionando a los negocios, los bajó.
Limpió la plaza.
Estado de derecho vs. estado de chueco
El comandante lo ha hecho muy bien. Paró la guerra acá, controló la pelea de los cárteles. Mató a unos cuantos, pero es que si los mete a la cárcel salen luego luego. Hizo muy bien su trabajo.
El procurador era excelente. Les quemaba
las manos a los narcos para que contaran como estaba el negocio y a cuáles
políticos locales le habían pagado la campaña. Levantaba a los narcomenudistas
y después ya no aparecían. Dejó de haber balaceras en las calles todos los
días. Hizo un trabajo excelente, por eso lo promovieron.
Usted no sabe lo que es vivir todos los
días con el miedo a las balaceras, tomar otro camino para llegar al súper, a la
escuela, porque están incendiando camionetas en la calle donde vivo.
Usted no sabe lo que es que estén
chupándole gasolina a los ductos en el monte cerca de mi casa, usted no sabe lo
que es que hagan una mina de carbón ilegal en plena ciudad, el peligro que es
eso para todos.
Usted no puede saber lo que significa
que el gobernador venga a casarse aquí, mientras nos estaban secuestrando,
matando, y traiga a sus 200 soldados, vengan todos los políticos de México,
hagan su fiesta para las revistas de sociales, y luego se vayan de nuevo, con
sus soldados, dejándonos en la misma indefensión.
Usted no sabe lo que es que te asalten
en un semáforo mientras vas en el carro con tus hijos, que te maten a tiros en
la puerta de tu casa, que tu padre desaparezca durante años, después de salir a
un viaje para el que yo le hice la maleta.
No sabes lo que es que tu hija sea
descuartizada y disuelta en ácido porque estaba en una fiesta en la que alguien
recibió un mensaje de texto de un grupo contrario a los chavos anfitriones,
los que habían pagado todo el whisky, los que la invitaban a fiestas gracias a
las que estaba juntando dinero para celebrar el cumpleaños a su niño.
Usted no sabe lo que es aceptar dinero
del narco para no informar de las balaceras, de los asesinatos, o hacer muchas
notas sobre las narcomantas que ellos me dicen, sobre las ejecuciones que ellos
me indican que hay que darle prioridad, para comprar una muñeca a mi niña el
Día de Reyes, porque no me alcanza para juguetes con los 5 mil pesos mensuales
que gano aquí en el periódico.
Los malos son ellos, los narcos. Los
soldados, los policías, estaban haciendo su trabajo. Matarlos es su trabajo. Si
usted critica que los soldados le den tiros de gracia a esos huachicoleros es
porque usted está en su casa, con su smartphone y usted no sabe lo que es vivir
en este infierno.
Usted no sabe lo que es vivir en un
sitio sin ley, donde esperamos que venga alguien a salvarnos, como sea, a
controlar la violencia, como sea, a matar a todos esos malditos.
Lo que ha leído hasta ahora, querido
lector, querida lectora, son algunos de los testimonios que durante años
algunos de ustedes me han contado en distintos lugares de México, o me han
escrito.
Su confianza me ha permitido trazar este
diminuto esbozo sobre cómo la violencia en México ha desbordado no solo el
Estado de Derecho, en su aplicación, sino el concepto que tienen sus habitantes
sobre cuáles son los límites permitidos en ese Estado.
Estado de Derecho, entendido en términos
muy simplistas, significa la obligación que tiene el Estado de un país,
conformado por sus poderes gobernantes, de garantizar la aplicación de la ley y
el respeto a los derechos fundamentales del individuo, como la vida y la
libertad.
En los diez años de la guerra contra el
narcotráfico, en los que no se ha decretado un estado de excepción, ni siquiera
una guerra en términos formales, hemos visto en México como el Estado de
Derecho ha mutado en una suerte de salvajismo regional, en la cual los poderes
militares y policiacos se han convertido, en unos casos, en los principales
causantes del pánico de la población.
En otros, estos jefes regionales han
optado por “limpiar la plaza”, tomando como principio básico para su actuar
fuera de la ley, el hecho ampliamente conocido de que muchos de los criminales
pisan la cárcel y salen muy poco después, o continúan presos, pero viviendo en
condiciones no carcelarias, que les permiten hacer grandes fiestas al interior
de los penales y controlar sus negocios ilícitos en el exterior, con la
connivencia de las autoridades.
México discute ahora en el poder
legislativo una Ley de Seguridad Interior que acentúa los miedos de muchas
organizaciones civiles sobre cómo estas violaciones podrían quedar legitimadas.
Los militares han presionado para que se legalice su aprobación, a sabiendas de
que muchos de ellos han sido apresados por cumplir órdenes, que incluían
asesinar civiles a sangre fría.
En esta determinación, según los
principios que rigen el Estado de Derecho, un civil es siempre un civil, aunque
trabaje para el narcotráfico, aunque sea un sicario. Y los militares lo saben.
Como también saben que a los prisioneros no se les ejecuta, ni siquiera durante
guerras formales.
¿Qué hará México ante esta rampante
crisis del Estado de Derecho e, igual de grave, ante el hecho de que a su
población ya parece no importarle tal Estado sino, comprensiblemente, que algún
mesías salve su indefensión inmediata? ¿Es también el Estado responsable de que
su población prefiera que los maten a que los apresen?
Considero muy grave que sigamos contando
muertos, relatando las terribles historias de cada uno de ellos, sin detenernos
a pensar qué está sucediéndole a la psicología de un país donde la barbarie
proveniente de representantes del Estado es permitida, porque sabe a justicia.
Lo más desesperanzador en esta dicotomía
es el hecho, incontrovertible, de que mientras usted lee este artículo, miles
de pobladores de grandes regiones de México, ajenos a esta batalla legislativa,
solo se preguntan si llegarán vivos a la mañana siguiente.
Fuente.-@penileyramirez
penileyramirez@univision.net
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