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viernes, 10 de abril de 2015

La "CAPTURA CRIMINAL del ESTADO"...deja una "GUERRA FALLIDA" o solo una "GUERRA SANGRIENTA ?".


Es una exageración decir que México ha vivido los primeros años del siglo XXI una guerra civil. Quizá sea también una exageración sostener lo contrario. La llamada guerra mexicana contra las drogas ha sido a su manera una guerra civil: de las bandas del crimen organizado entre sí, y de éstas con las fuerzas de seguridad del Estado.
La ausencia de bandos discernibles, batallas formales y causas invocadas públicamente por los combatientes, desmienten el cuadro clásico de lo que llamamos guerra civil, pero la intensidad de la violencia, la regularidad de los enfrentamientos y, sobre todo, la cantidad de las bajas impiden mirar la violencia mexicana sólo como una epidemia criminal.
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 Las 80 mil muertes y los 22 mil desaparecidos atribuibles a la guerra contra el narco entre los años de 2008 y 2013 entran en el rango numérico de conflictos bélicos recientes. Son una cifra muy superior a las 23 mil bajas en combate de la primera Guerra del Golfo de 1990-91, y a las 50 mil de la guerra entre Etiopía y Eritrea de 1998-2000. Están en la escala de los 112 mil civiles muertos en Irak, durante la segunda Guerra del Golfo de 2002.1 Son cifras de violencia sin precedente en el México moderno. Creo que la guerra de los años recientes entre las bandas criminales ha sido una forma de guerra civil, y la guerra entre estas bandas y las fuerzas de seguridad del Estado ha tenido por momentos la forma de una rebelión o al menos de una resistencia armada. En todo caso, se trata de una alteración radical de la paz en un país que había registrado en las últimas décadas una disminución sostenida de la violencia. Otro rasgo que acerca el fenómeno a la experiencia de la guerra: su aparición relativamente inesperada.
 En 1990 México tenía una tasa de 19 homicidios por cada 100 mil habitantes. Para 2007 la había reducido casi a la mitad: ocho por cada 100 mil. En los siguientes cinco años los homicidios dolosos se triplicaron. Fueron ocho mil 867 en 2007 y 27 mil 199 en 2011. La tasa pasó de un moderado ocho por cada 100 mil habitantes, cercano a las tasas de Estados Unidos y Canadá (cuatro y cinco por cada 100 mil, respectivamente), a un escandaloso 24 por cada 100 mil.2
La pregunta no contestada sigue ahí: por qué esta espiral de muerte en un cielo razonablemente despejado. El hecho central es, desde luego, la declaración de la guerra al narcotráfico y al crimen organizado hecha precisamente en 2007 por el gobierno de México y el despliegue correspondiente de la fuerza pública.
Fernando Escalante Gonzalbo ha ofrecido la explicación más compleja de las consecuencias de esta decisión y, por ello mismo, la más difìcil de historiar. Según Escalante, la guerra del Estado contra el crimen, iniciado con el operativo militar del Ejército en Michoacán al empezar el año 2007, fracturó un territorio regido por previos acuerdos de tolerancia y contención de la violencia, rompió códigos funcionales no sólo de la violencia de los narcotraficantes y sus bandas, sino de muchos otros grupos, vecinos e inquilinos del submundo de la violencia legal. Aquella decisión echó al espacio público la propia máquina violenta del Estado, que se desplegó sobre estados y municipios en innumerables operativos de ocupación territorial: retenes, batidas, redadas, enfrentamientos y persecuciones. El choque de la máquina de la violencia legal del Estado con las redes ilegales, no sólo del narco sino también del crimen organizado y el desorganizado del país, abrió un espacio de choques y secuelas de violencia en lugares no buscados. La intervención del Estado multiplicó la violencia y la contraviolencia de muchos actores, invisibles o latentes hasta entonces, pero de pronto amenazados e inducidos a una mayor violencia por el mismo aumento geométrico de ésta.3
 Complementaria de esta explicación es la de Eduardo Guerrero sobre la estrategia misma de la guerra, que consistió en fragmentar a las grandes bandas del narcotráfico para volverlas pandillas más manejables, aunque acaso más violentas, que pudieran ser neutralizadas en el ámbito local. La política de descabezamiento de las organizaciones criminales fue un surtidor de violencia debido a la lucha interna por el poder que seguía al descabezamiento y por la agresión de las bandas rivales suponiendo débil a la descabezada. Algo semejante, aunque de menor intensidad, producía cada gran decomiso de cargamentos de drogas prohibidas. Era atribuido por los afectados a complicidades de las bandas rivales con la autoridad o a delaciones internas. En ambos casos había que extender castigos ejemplares, que no eran otra cosa que ejecuciones.4
Todo empieza en el narcotráfico pero no todo regresa a él. Al principio, hasta los años cuarenta del siglo pasado, el narcotráfico tiene en México la forma de redes familiares toleradas, cuando no organizadas, por políticos y autoridades locales. Para los años ochenta del siglo pasado, cuando se cierra la ruta del Caribe y México se vuelve un lugar de paso alternativo a la cocaína colombiana, el negocio crece. Adquiere la forma de una primera red monopólica, análoga a la del poder hegemónico del Estado, en cuyo seno el narcotráfico tiene cómplices del tamaño de la policía política del régimen, la Dirección Federal de Seguridad, radicada en la Secretaría de Gobernación, cuyos comandantes muestran a los jefes del narco sinaloense el camino de la ciudad de Guadalajara y apadrinan su traslado en los años ochenta.5 La hegemonía sinaloense es desmontada por el propio Estado, en los mismos años ochenta, a raíz del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, en 1985, precisamente en Guadalajara. El asesinato crea un problema diplomático y convierte en persecución la antigua tolerancia y la antigua complicidad con los narcos. La destrucción del incipiente monopolio, cuyo líder es un antiguo policía, Miguel Ángel Félix Gallardo, deja en el negocio un escenario de bandas rivales, hijas de la misma mata.
Desde la prisión Félix Gallardo convoca a un encuentro en Acapulco para que sus bandas herederas se repartan pacíficamente el negocio. El reparto encumbra a personajes menores que con el tiempo serán legendarios del narcotráfico mexicano. Los hermanos Arellano Félix reciben Tijuana; Sinaloa es para Ismael El Mayo Zambada, Héctor El Güero Palma y Joaquín El ChapoGuzmán; Ciudad Juárez para Amado Carrillo, el futuro Señor de los Cielos, y Tamaulipas para la banda del Golfo, un gang de viejos contrabandistas que incursiona tarde en el narcotráfico, a final de los ochenta, aprovechando justamente el vacío sinaloense.
El reparto se acuerda pero no se cumple. Pronto las bandas herederas luchan entre sí. La pequeña historia de sus rupturas formaría un libro de intensidades shakesperianas. La destrucción del monopolio rompe la posibilidad de un manejo centralizado del negocio, mejor opción para la paz pública que la guerra intestina que siguió. Digamos para economistas ortodoxos que en el caso de los mercados ilegales lo que conviene a la sociedad y a los consumidores no es la competencia sino el monopolio. La presencia y la permanencia en esos mercados se consigue a tiros. Lo que puede esperarse de una mayor competencia en ellos no son mejores precios sino mayor violencia.
La guerra de las bandas domina los años noventa, pero da un salto cuántico al empezar el nuevo siglo cuando la presión de la guerra intestina lleva al Cártel del Golfo a hacerse de un brazo armado sin precedentes, formado por militares venidos de cuerpos especiales del Ejército. Este hecho singular da carta de ciudadanía al grupo de sicarios que cambia para siempre la lógica y la intensidad de la violencia del narcotráfico en México. Ese grupo de sicarios son Los Zetas.
Volveré con detalle al momento de la creación de Los Zetas, pero la explicación de su impacto requiere un contexto.
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Al empezar el siglo XXI diversos hechos convergen para debilitar al Estado y potenciar la guerra de las bandas.
El año 2000 es el de la primera alternancia pacífica en el poder que registra la historia de México. Termina ahí la hegemonía del PRI y aparece la realidad institucional que esa hegemonía encubre, a saber: la de un gobierno débil si no cuenta con las facultades extralegales que lo hacían fuerte en los hechos. Buena parte de su eficacia era su arbitrariedad. La pluralidad del Congreso, donde el nuevo gobierno federal es minoría desde 1997, y la permanencia en la mayor parte de los gobiernos locales con gobernadores de origen priista, agudiza la debilidad federal y da lugar a formas extrañas de autonomía política en los estados. La naciente democracia mexicana ve propagarse una forma de federalismo en la que los estados son menores de edad en dos cuestiones centrales del gobierno: cobrar impuestos y aplicar la ley. Cuando se trata de contener a las bandas del narcotráfico en su expansión territorial, los gobiernos locales —sus policías, sus aparatos de seguridad y de procuración de justicia— son fáciles presas del terror y del dinero.
Sobre esta debilidad institucional crece la tormenta perfecta de la guerra contra el crimen, alimentada por los siguientes hechos:
1. 1995. Estados Unidos adopta una política de sellamiento de su frontera sur. Se propone cerrar el paso de dos de las cosas que más compra de México: droga y mano de obra, ambas prohibidas. Entre 2001 y 2008 Estados Unidos duplica el número de agentes de la Patrulla Fronteriza. El cruce de la frontera se vuelve más duro y más caro. Se duplica también el número de migrantes que mueren queriendo cruzar por lugares cada vez más peligrosos: 263 en 1998, 463 en 2012. La política de sellamiento incluye la deportación. Durante el último gobierno de George Bush el número de mexicanos deportados crece hasta los 400 mil por año. Como parte de esa ola, entre 2002 y 2008 aumentan 35% las deportaciones de presos mexicanos que purgan condenas en cárceles estadunidenses. Un número creciente de ex convictos sin oficio ni beneficio es soltado en las ciudades fronterizas mexicanas, bullentes de ofertas criminales. 100 ex convictos son soltados cada año en las calles de Ciudad Juárez.
2. 2004. Estados Unidos levanta el embargo de armas de asalto que pende sobre su industria riflera. A partir de ese año pueden comprarse rifles de alto poder muy baratos en las ocho mil armerías de la frontera. El poder de fuego de las bandas del narcotráfico crece exponencialmente con esta medida. Miembros de la Patrulla Fronteriza y del Ejército mexicano son sorprendidos en más de una ocasión por la inesperada superioridad del armamento de las bandas criminales.
3. 2006. El gobierno colombiano aumenta sus decomisos de cocaína en 65%. Como consecuencia de la escasez, durante los siguientes dos años se duplica el precio de esta droga, la más rentable del mercado, que se vuelve a la vez más atractivo, más complicado y más violento que nunca para los competidores.
4. 2008. México establece que los vuelos privados que entran a su territorio desde el sur deben tener un primer punto de contacto fronterizo en Cozumel o Tapachula. La medida interrumpe el canal de transporte que hizo la grandeza del Cártel de Juárez, cuyo jefe, Amado Carrillo Fuentes, era llamado El Señor de los Cielos porque en su flotilla de aviones con cocaína proveniente de Sudamérica no se ponía el sol. Bajo las nuevas restricciones del flujo aéreo el paso de la droga por tierra se vuelve asunto de vida o muerte para las bandas mexicanas. Se crea una nueva realidad territorial: para tener control del tráfico hay que controlar las rutas y las ciudades por donde cruza la droga. Las bandas son obligadas a desplegarse físicamente por toda la República. Empieza la gran batalla no por los cargamentos sino por los territorios. El narcotráfico mexicano sigue siendo un negocio de venta de estupefacientes, pero se vuelve también un negocio de dominio territorial. La lucha por el dominio territorial reproduce las rivalidades de las bandas, a las que además persigue el Estado, con Ejército, Marina y Policía Federal. El narcotráfico se vuelve en estos años una guerra de múltiples frentes. En prácticamente todo el territorio nacional hay disputas armadas de las bandas entre sí y de ellas contra los cuerpos del Estado por el control del territorio.6
Se consolida así una lógica de guerra universal entre bandas bien armadas, que luchan a muerte por el dominio territorial de plazas y rutas hacia los pasos fronterizos de mayor rendimiento: Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Matamoros, Reynosa. El Cártel del Golfo y Los Zetas luchan por el control de Tamaulipas contra el Cártel de Sinaloa de El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada. El Cártel de Sinaloa pelea por Ciudad Juárez contra el Cártel de Juárez de Amado Carrillo Fuentes, y mantiene su guerra contra el Cártel de Tijuana de los Arellano Félix. Ambiciones y traiciones rompen el Cártel de Sinaloa y desatan otra guerra intestina, ésta contra sus antiguos aliados, los hermanos Beltrán Leyva. Para el año 2010 el Cártel de Sinaloa mantiene cuatro guerras simultáneas: contra Los Zetas y el Cártel del Golfo, contra el Cártel de Juárez, contra el Cártel de Tijuana y contra su propia escisión.
Las guerras del Cártel de Sinaloa son las más mortíferas, explican 67% de las ejecuciones de aquellos años: más de 40 mil muertes.7 Pero el grupo criminal que cambia el eje de las cosas y hace la diferencia para la sociedad mexicana es el de Los Zetas.
Conviene detenerse en la gestación de Los Zetas porque introducen en las guerras del narco una forma de control territorial inexistente hasta entonces. De su modus operandi derivará un método de captura criminal de los gobiernos locales y, como consecuencia de ésta, una captura de la sociedad local, mediante diversas formas de amedrentamiento, control social, despojo, secuestro y un sistema de pago de cuotas y derechos que envidiaría el sistema impositivo de cualquier Estado. Éste es el eslabón último del crimen, el lugar donde habría que dejar de llamarlo crimen pues empieza a ser otra cosa: no el Estado paralelo de que nos hablan las historias de la mafia siciliana, sino una especie de propietario sustituto del Estado, en particular de sus formas municipales. Los Zetas son la organización criminal que inicia este camino de captura de los gobiernos locales ya no por la complicidad interesada, aquiescente o temerosa de éstos, sino por su poder de coacción directa sobre el espacio público y sus instituciones. El lugar de la República donde llegó a sus últimas consecuencias este proceso fue Michoacán y, según muestran los acontecimientos recientes, su vecino estado de Guerrero.
Los Zetas nacen como una guardia personal del jefe del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, un pequeño contrabandista de cocaína, dueño de un taller mecánico, que fue escalando el mando del cártel conforme sus cabecillas eran presos o asesinados, alguno de ellos por el propio Osiel. Para no negar el dicho de que hampa y crimen son caras de la misma moneda, se dice que quien hace entrar en el negocio del narcotráfico al Cártel del Golfo, hasta entonces sólo una máquina de contrabando tradicional, es el comandante José González Calderoni, personaje inverosímil de las guerras mexicanas del narco. Entre los hechos de su leyenda se cuenta el haber detenido al capo Miguel Ángel Félix Gallardo, hasta ese momento, 1989, su cómplice y amigo. Se dice que González Calderoni mantenía con su dinero una nómina paralela de policías en la Procuraduría General de la República, donde fungía como un comandante más. Se dice que estuvo presente en la reunión convocada en Acapulco por el propio Félix Gallardo, ya preso, para definir los territorios que heredarían sus bandas filiales. En esa reunión González Calderoni habría reservado para sí, y para otro comandante, Carlos Aguilar Zárate, veterano de la Operación Cóndor de los años setenta, el territorio tamaulipeco, con su generosa red de pequeñas y grandes ciudades fronterizas: Nuevo Laredo, Reynosa, Matamoros, Ciudad Alemán.
Las bandas filiales de Félix Gallardo saldrían de aquella reunión a no respetar lo acordado y a pelear entre sí con celo fratricida. González Calderoni habría seguido con su proyecto de Tamaulipas para lo cual habría detenido el mismo año de 1989 al viejo capo del Cártel del Golfo, Juan Nepomuceno Guerra, y apadrinado el ascenso de un sobrino de éste, Juan García Ábrego, hermano de Mario, amigo de la infancia de González Calderoni en Reynosa. Juan García es detenido el 14 de enero de 1996 y deportado a Estados Unidos, en lo que muchos señalan como el fin de la protección política que el Cártel del Golfo recibió del gobierno federal durante el gobierno de Salinas de Gortari, el mismo de la preponderancia de González Calderoni.8 El hermano del preso Juan García Ábrego, Humberto, es el único de la familia que puede heredar el mando pero Humberto cae preso, acusado de lavado de dinero, y cuando sale libre en 1997 decide retirarse con sus ganancias. No vuelve a saberse de él. No hay más familia disponible para tomar el mando en el Cártel del Golfo. Será desde entonces el único cártel que no es un negocio fundado en redes familiares
Desde la prisión García Abrego entrega el mando a su lugarteniente Oscar Malherbe, pero Malherbe es arrestado en la ciudad de México en febrero de 1997. Su detención deja tres aspirantes menores a la jefatura criminal: Baldomero Medina, que lleva y trae droga en tractocamiones de su propiedad y le llaman por eso El rey de los tráileres; Salvador Gómez, El Chava, un temido y temible pistolero que se dedica al robo de autos en gran escala, y Osiel Cárdenas Guillén, un pequeño contrabandista de cocaína, crecido a la sombra de los comandantes de la policía que comparten el negocio del tráfico en la ciudad fronteriza de Miguel Alemán, del brazo de un capo local, Gilberto García Mena, El June. Nadie sabe cómo se conocen El Chava y Osiel, pero sí que se caen bien y se unen, bajo el mando tácito de El Chava, para hacerse de la jefatura del cártel. El Chava ordena el asesinato deEl rey de los tráileres, quien no muere en el ataque pero queda paralítico y se retira de la competencia a un tranquilo segundo plano de negocios en Tampico. Chava dispone también la ejecución de un policía de la judicial federal, Antonio Dávila, El Comandante Toño, que pretende quedarse con el negocio. Chava y Osiel matan al Comandante Toño en un enfrentamiento donde muere uno de los sicarios de Chava. La investigación del asesinato es suspendida mediante un soborno de 40 mil dólares pagados al procurador de Tamaulipas, Guadalupe Herrera, nada menos que por su hermano Ariel Herrera, apodado El Tigre, sicario de El Chava.9
Chava y Osiel se quedan con el campo en pie de igualdad, aunque Chavaprocede como pareja dominante. Somete a sangre y fuego a los grupos criminales sueltos del estado, controla la prensa, intimida y compra. Osiel establece el canal de paso de la cocaína que viene de Colombia, cruza Centroamérica, entra por Chiapas, sube por Veracruz, llega a la frontera y pasa al otro lado. En el año 2009 un kilo de coca pura vale dos mil 147 dólares al salir de Colombia. Al llegar a una ciudad fronteriza estadunidense vale 34 mil 700 y 120 mil en las calles de Nueva York.10
Osiel y Chava son buena mancuerna. “Medio Tamaulipas es de Osiel y la otra parte del Chava Gómez”, dice Ricardo Ravelo, autor de un muy legible retrato de Osiel Cárdenas. Juntos, Chava y Osiel dominan Tamaulipas por dos años, 1996-97, sin que nadie lo sepa. Juntos caen presos por azar en 1998 sin que nadie comprenda lo que ya son. Juntos se escapan de una casa de arraigo de la SIEDO en la ciudad de México y regresan al dominio invisible de su feudo. Pero el celo ha tomado ya su lugar entre ellos. Chava actúa como jefe y pide constantes sumas de dinero a Osiel, como a un subordinado. “Oye compadre, necesito que me mandes 50 mil dólares por favor”, dice Chava por el teléfono. “Está bien, compadre. Te los mando este mismo día”, responde Osiel. Pero al colgar dice a su séquito. “Mi compadre ya me tiene hasta la madre. Me exige como si él no pudiera generar ingresos”.11 Chava pide a Osiel que le entregue el control de Reynosa. Osiel se resiste, no está dispuesto a trabajar como empleado de Chava. Empieza a creer que su resistencia hará que Chava lo traicione. Pensar que lo traicionan es una especialidad de la cabeza de Osiel. Confiesa su temor a un agente federal, ex soldado, a quien tiene en su nómina en la ciudad fronteriza de Miguel Alemán. El agente federal se llama Arturo Guzmán Decena, un teniente del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), cuerpo de elite del Ejército destacado con funciones policiales en la frontera de Tamaulipas. Guzmán Decena propone a Osiel crearle una guardia pretoriana formada por militares que lo protejan de Chava y de todos. Osiel acepta y da el siguiente paso en su cabeza: debe matar a Chava Gómez.
Osiel Cárdenas se somete a una cirugía plástica en Jalisco para ponerse pelo y hacerse la barba partida, razón por la cual no acude al bautizo de su hija en Tuxpan, Veracruz. Deja los preparativos en manos del propio Chava Gómez, padrino de bautismo de la criatura. Repuesto de la operación, Osiel se cita con Chava en el puerto de Mezquital, un punto del sistema lagunario de Tamaulipas al que llevan droga en lancha desde las costas de Veracruz. Osiel recoge a Chava Gómez en el muelle de Mezquital y lo sienta en el lugar del copiloto de la camioneta que él maneja. En el asiento de atrás viaja Guzmán Decena. Todos son bromas y risas en el trayecto hasta que Guzmán Decena saca una pistola y le dispara a Chava en la cabeza. Los gatilleros de Chavaque vienen atrás son asesinados. El cuerpo de Chava es tirado en un zacatal con una pistola en la mano para sugerir que fue muerto en un tiroteo. Nadie encuentra el cuerpo sino tres días después, cuando un lugarteniente de Osiel llama a un periódico diciendo dónde está. El rumor de la verdadera historia de la muerte de Chava Gómez le gana a Osiel el apodo de El Mata Amigos.12
No es el primer amigo que ha hecho matar Osiel Cárdenas. Años atrás, se ha enamorado de Hilda Flores González, la Güera, esposa de su socio Rolando Gómez Garza, El Roluys, a quien conoce en la cárcel en 1994 y de quien se dice amigo entrañable. Rolando descubre un día la relación de su mujer con Osiel. Osiel se entera y se adelanta a lo que supone que será la venganza de Rolando: ordena a sus sicarios que lo maten y le envíen la foto del cadáver: quiere cerciorarse de que ha muerto.
La ejecución de Rolando Gómez, El Roluys, es una exhibición del nuevo estilo de los sicarios del Golfo, el estilo Zeta. Rolando Gómez es sorprendido en su casa con toda su banda. Para evitarse tiroteos, Guzmán Decena y su gente vuelan los tanques de gas de la casa con todos los que están adentro. Mandan luego la foto del cadáver de Rolando a Osiel. Cuando la imagen entra al fax de su casa de Tomatlán, en la costa de Jalisco, Osiel dice a Paquito, su amigo y valet: “Ahora sí, Paquito, la Güera es sólo mía”. El recuerdo de su amigo Rolando perseguirá las noches alcohólicas de Osiel. A la vista de la foto del cadáver de su amigo suele quejarse y burlarse: “¡Ay, pinche compadrito puto!”.13
Me detengo en estos detalles de la conducta criminal porque sus raptos y desmesuras me parecen inherentes a la naturaleza del fenómeno. Sin asomarse aunque sea un momento al interior violento y caprichoso de los jefes criminales, es imposible entender la lógica a menudo atrabiliaria del narco, sus cadenas causales impredecibles y la profundidad de las consecuencias que pueden derivarse de un arranque de cólera o de la hipótesis de una traición.
Osiel Cárdenas Guillén es un paranoico pero es también un estratega. Sueña con un imperio criminal, y lo va construyendo. Asegura de sus pares colombianos el abasto de cocaína, extiende su red de policías compradas a todas las plazas por donde pasa su mercancía desde Centroamérica, forma una red de abogados y una cadena de periodistas que callan y hablan lo que les pide. Es clara su necesidad de una red de sicarios que le permita hacer todo esto: expandirse y defenderse, pues la guerra de las bandas de principios de siglo incluye la batalla contra el Cártel del Golfo.
Los Zetas se expanden con el imperio criminal de Osiel bajo la guía de Guzmán Decena. En julio de 1998, cuando Osiel confiesa sus temores a Guzmán Decena y acepta que le forme un círculo de protección, el militar deserta de su puesto y procede a crear la guardia del capo. Contrata a miembros del GAFE y de otros cuerpos del Ejército: el 7º Batallón de Infantería, el 15 Regimiento de Caballería Motorizada. Los bautiza como Zetas y a sí mismo como Z-1, en recuerdo, se dice, de que los primeros que acudieron a su llamado estaban adscritos a la base Zeta de la ciudad de Miguel Alemán, cuna criminal de Osiel Cárdenas y lugar de encuentro de éste con Guzmán Decena, el Z-1.
Los primeros Zetas no son más de 60 miembros, pero su perfil es letal. Decir que vienen del GAFE, recuerda Guillermo Valdés, es decir que “han sido entrenados por militares de fuerzas especiales estadunidenses e israelíes”. Saben sobrevivir “en las circunstancias más adversas”, han aprendido “métodos de inteligencia, contrainteligencia y contrainsurgencia”, son expertos “en telecomunicaciones, en operativos de ataque y rescate, en tácticas de interrogatorio, y en fabricación y uso de explosivos”.14
Son parte de un cuerpo de elite que el gobierno ha puesto en contacto con las plazas dominadas por narcos a falta de policías capaces de lidiar con el problema. A juzgar por el tono de las invitaciones a desertar que les hace Guzmán Decena, son cuerpos mal pagados y mal tratados por el Ejército. Las mantas dejadas por los primeros Zetas para atraer a sus pares dicen: “El grupo operativo Los Zetas te necesita, soldado o ex soldado”. “Te ofrecemos un buen salario, comida y atención para tu familia: Ya no sufras hambre ni abusos nunca más”. “Únete al Cártel del Golfo. Te ofrecemos beneficios, seguro de vida, casa para tu familia. Ya no vivas en tugurios ni uses los peseros. Tú escoges el coche o la camioneta que quieras”. El reclutamiento Zeta se extiende pronto a Guatemala y a su temible cuerpo de Kaibiles.15
Como he dicho antes, de todas las redes del narcotráfico, la del Cártel del Golfo es la única que no está cruzada por lazos familiares. Es una red sin una lógica de complicidad o confianza por razones de parentesco. Los Zetas agregan a esta impersonalidad familiar la impersonalidad del orden y la disciplina militar. Son la primera organización paramilitar del narco mexicano, quizá del narco en general. Escribe Ioan Grillo:
Los Zetas basan inicialmente su cadena de mando en el Ejército mexicano del que procedían. Había jefes y subjefes, como en el Ejército… Tienen campos de entrenamiento, con campos de tiro y terrenos para simular ataques (donde) se han encontrado arsenales de armas pesadas, incluso cajas de bombas de mano. Los cursillos duran dos meses, y en ellos se enseña a utilizar lanzagranadas y ametralladoras de 0.5.16
Al empezar el siglo, en el año 2000, la nómina de sicarios y sobornos del imperio de Osiel Cárdenas, lo que él llama “mi empresa”, alcanza los dos millones y medio de dólares.17 Se dice que los altos costos de mantenimiento de Los Zetas llevan a Osiel Cárdenas a autorizarles que se busquen sus propios ingresos. El negocio grande de la droga será del cártel, pero Los Zetas podrán conseguirse sus propias rentas en los lugares donde operan. Es una decisión de largas consecuencias en la evolución criminal de Los Zetas. A partir de entonces pueden y deben conseguir sus propios ingresos. Su primer paso es someter y extorsionar los circuitos ilegales de las ciudades donde cuidan el paso de la droga: robo, prostitución, juego, piratería. Luego vendrán la venta de protección, el tráfico de personas, el despojo y el secuestro.
En la primera década del siglo Los Zetas dejan de ser una banda, empiezan a volverse una federación. Tienen un jefe en cada plaza y una formación de unidades militares llamadas “estacas”, a la vez escoltas del jefe y células primeras de acción y vigilancia en el lugar. No sólo pelean por el control de las rutas del narcotráfico, también buscan el control de los territorios. Empiezan por ganar a las autoridades locales, en particular a los policías, sometiéndolas a la disyuntiva de colaboración o ejecución. Someten luego a las bandas del crimen local mediante el mismo dilema de plata o plomo. Establecen finalmente derechos de piso y el cobro de cuotas para autoridades políticas y negocios legales. Pronto sus ingresos por narcotráfico, origen del despliegue territorial, no son su principal fuente de dinero. Su principal negocio ahora es la exacción de la comunidad y de la economía local.
Los Zetas son la punta de lanza de la expansión del Cártel del Golfo hacia Michoacán en el año 2001. La expansión es consecuencia de una idea estratégica de Osiel Cárdenas: quiere abrir una ruta de tráfico que una el Pacífico y el Golfo para tres negocios. Primero, la marihuana y la amapola que se cultivan en las barrancas michoacanas. Segundo, las anfetaminas que son la mercancía de moda y han hecho la fortuna de un cártel local, asociado a los Arellano Félix. Tercero, el control de puerto industrial Lázaro Cárdenas, el mayor del Pacífico, por el que pueden llegar todas las cosas necesarias para el tráfico, empezando por la cocaína sudamericana, terminando por la seudoefedrina, precursor químico de las drogas de diseño cuyo comercio está prohibido en Estados Unidos pero permitido en México. Osiel quiere ir de Michoacán a Tamaulipas para evitar el paso por las ciudades del noroeste y el norte, rumbo a Tijuana y Ciudad Juárez, que no controla. Quiere dirigir el flujo hacia las ciudades fronterizas tamaulipecas, que en principio son suyas.
Al empezar el siglo el cártel que domina el negocio de drogas prohibidas en Michoacán es el llamado Cártel del Milenio, una suma de dos redes locales, la de la familia Valencia, que opera en Michoacán en alianza con el Cártel de Tijuana, de los Arellano Félix, y la banda de los Amezcua, que ha construido discretamente un pequeño emporio de producción de metanfetaminas en el estado vecino de Colima. Osiel se une en Michoacán a una pequeña banda llamada La Empresa, que ha roto con el Cártel del Milenio, y se ofrece como aliado en el territorio. El jefe de La Empresa es Carlos Rosales, apodadoEl Tísico, un guerrerense que al parecer fue un tiempo guardia comunitario, cuyos lugartenientes son Nazario Moreno, El Chayo, un migrante entrenado en el tráfico y la religión durante su estadía en Estados Unidos, y José de Jesús Méndez, El Chango, un traficante de marihuana de Michoacán hacia Reynosa.18
El Tísico ha tenido un problema personal con Armando Valencia, uno de los jefes del Cártel del Milenio. Su esposa Inés Hernández Oseguera, con quienEl Tísico ha tenido un hijo, se ha puesto a vivir con Valencia, a quien le ha dado otro hijo. El Tísico ha roto entonces con el Cártel del Milenio y ha creado La Empresa y ofrecido a Osiel Cárdenas y al Cártel del Golfo una base de entrada a Michoacán.19
Los Zetas entran a Michoacán de la mano de La Empresa, pero se toman pronto todo el cuerpo. Establecen su base en Apatzingán, corazón de la Tierrra Caliente, y se despliegan sobre la zona. Es un despliegue particularmente violento que desplaza al Cártel del Milenio, con 100 ejecutados en 18 meses y el control sobre la región, la ruta y el puerto Lázaro Cárdenas ambicionado por Osiel Cárdenas. Las extorsiones crecen como plaga sobre productores de aguacate y limón, muy prósperos en la Tierra Caliente, pero también sobre otros negocios, grandes y pequeños que engrosan “las filas de contribuyentes forzados del impuesto zeta”.20
En 2002 matan a Guzmán Decena, con relativa facilidad para tratarse de quien se trata: mientras come en un restorán de mariscos. Pero Los Zetas siguen, ahora bajo el liderato, más impersonal y temible aún, de Heriberto Lazcano, El Lazca, cuya fama sanguinaria no hace sino crecer.
En 2003 cae preso Osiel Cárdenas en una historia digna a la vez de la tragedia clásica y de una mala novela moderna: una gitana le lee la mano y le dice que alguien cercano habla mal de él. El único cercano que hay en el entorno de Osiel, que vive en eterna fuga, es su valet y amigo Paquito, de quien empieza a sospechar. Cuando Paquito descubre que Osiel sospecha de él, sabe que irremisiblemente lo matará. Se entrega a las autoridades como testigo protegido y les da las claves para detener a Osiel, entre ellas su hábito de hablar todos los días con su familia en Matamoros y los números de los 30 teléfonos celulares que el propio Paquito ha organizado para que su jefe y amigo hable por uno distinto cada día y sea inmune a las intervencions telefónicas.21
Al momento de la detención de Osiel Cárdenas, Los Zetas son ya 300. No sólo militares de elite, también sicarios selectos de otras procedencias, pero todos con la disciplina del origen. Máquinas disciplinadas de matar. La prueba de que hay ese nuevo actor mortífero en las guerras del narco llega para los enemigos del Cártel del Golfo en el año de 2004, cuando el Cártel de Sinaloa, luego de un reagrupamiento y algún pacto con el Cártel de Juárez, decide tomar la plaza de Nuevo Laredo para dar inicio a la conquista de Tamaulipas. El jefe del brazo armado del cártel sinaloense, Arturo Beltrán Leyva, recluta pandilleros de la frontera y miembros de los temidos maras salvatruchas para asaltar Nuevo Laredo. En enero de 2004 hay más de 100 asesinatos en la ciudad fronteriza. Más de 600 en todo el estado de Tamaulipas ese año. Casi todos del lado de los invasores.
Los Zetas explican a sus rivales la razón de los muchos cadáveres que aparecen tirados en las calles de Nuevo Laredo. Dejan una manta que dice: “Chapo Guzmán y Arturo Beltrán Leyva. Manden más pendejos como estos para seguirlos matando”.22 La masacre de Nuevo Laredo deja claro que los temibles sicarios de las guerras previas nada tienen que hacer en la era de Los Zetas. Se trata, dice Guillermo Valdés, de “un verdadero punto de inflexión en la historia de la delincuencia organizada en México: el de organizaciones criminales apoyadas en verdaderas maquinarias para matar”.23
La epidemia criminal de Nuevo Laredo produce el primer operativo de ocupacion militar y policiaca de una ciudad: la operación México Seguro, del año 2005, último de la presidencia de Vicente Fox. Será el modelo de intervenciones posteriores, en particular la de Michoacán, de 2007.
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En octubre de 2004, en otro escenario, aunque en una vía parelela del conflicto que estallará años más tarde, es detenido Carlos Rosales, El Tísico, jefe de La Empresa michoacana. Sus herederos, Nazario Moreno, El Chayo, y José de Jesús Méndez, El Chango, descubren al subir en la escala que la cuenta de sus negocios con Los Zetas les son desfavorables. El grueso de las rentas criminales va para Tamaulipas o se queda en Los Zetas. En particular parece haber una disputa por las rentas del puerto Lázaro Cárdenas, la verdadera gallina de los huevos de oro de la ocupación de Michoacán.24 Al liderato de El Chayo Moreno y el Chango Méndez, se ha incorporado en esos años Servando Gómez, La Tuta, profesor normalista cercano a las células del llamado Ejército Popular Revolucionario, un linaje resistente de la guerrilla de los setenta que sobrevive en la montaña de Guerrero y en la Tierra Caliente michoacana.
El ChayoEl Chango y La Tuta diseñan su separación de Los Zetas con singular astucia. A mediados de 2006 formalizan el nacimiento de una nueva organización llamada La Familia Michoacana, cuyo objetivo es expulsar a Los Zetas de la Tierra Caliente. La oferta criminal de La Familia Michoacana es increíble en sus términos y sorprendente en su efectividad: una mezcla de redentorismo social, patriotismo michoacano, exaltación religiosa, autoridad sustituta y terror criminal. La resume Eduardo Guerrero:
Servando Gómez La Tuta consideraba que un elemento clave para el éxito de La Familia Michoacana era construir una relación armónica con las comunidades basada en la cooperación y en una lógica de beneficios mutuos, sin terror ni amenazas. Nazario Moreno fue especialmente receptivo a las ideas de La Tuta, a las que les imprimió un carácter evangélico de salvación personal. Justificaron sus acciones bajo la idea de que obedecían a una moral superior. Mediante un discurso que combinaba elementos de reivindicación social, evangelismo y exaltación de la identidad regional, esta nueva organización se presentó en las comunidades de Tierra Caliente como aquella que los liberaría de la opresión de Los Zetas. El elemento clave que permitió a La Familia Michoacana contar con una base social fue su capacidad para distribuir bienes y servicios. Para lograrlo el cártel puso en práctica una estrategia novedosa, pues además de construir una amplia red de vínculos con la policía municipal, extendió su presencia en las áreas de desarrollo social y obra pública de los ayuntamientos. De esta forma, las comunidades veían recompensada su colaboración mediante la construcción de un hospital, la pavimentación de una calle o el acceso a agua potable y a La Familia le permitió presentarse como una “autoridad” más eficaz para responder a las demandas sociales que el mismo gobierno.25
En su primera aparición pública, el 6 de septiembre de 2006, La Familia Michoacana arroja seis cabezas cortadas en una pista de baile de Uruapan. Su mensaje adjunto dice: “La Familia no mata por dinero, no mata mujeres, no mata inocentes, muere quien debe morir, sépalo toda la gente. Esto es Justicia Divina”. Días después explican que su organizaciòn está formada por trabajadores de Tierra Caliente y que su objetivo es terminar con la opresión criminal.
En los siguientes meses la feria de ejecuciones de la guerra de La Familia Michoacana y Los Zetas sacude al estado. Éste es el litigio de sangre que decide la intervención del presidente Felipe Calderón en Michoacán, en los primeros días del año de 2007, el primer paso de lo que será un proceso sostenido de intervenciones militares y policiacas en gran escala para contener el crimen organizado durante todo el gobierno de Calderón (2006-2012) y hasta ahora.
La intervención militar en Michoacán tiene el efecto buscado de contener la espiral de homicidios pero el efecto no buscado de golpear más a Los Zetas que a La Familia Michoacana, dejando a ésta quedarse con el campo y garantizar, con su propio ejercicio de captura del territorio, cierta estabilización de la violencia, incluso cierto clima de tranquilidad pública, en el contexto de un más amplio dominio criminal.26
Durante los siguientes años, hasta la rebelión de las llamadas autodefensas de la Tierra Caliente en el año 2013, la Familia ejercerá sobre Michoacán el modelo Zeta de control y expoliación territorial, pero con una dimensión completamente nueva en la guerra del narco, la del control político y la solidaridad social del territorio. En 2009 algunos miembros de la organización dicen ser nueve mil hombres armados, todos con adoctrinamiento religioso en la funambulesca religión inventada por Nazario Moreno y resumida en su libro Pensamientos. Muchos de cuyos pasajes, dice Ioan Grillo, que lo ha tenido en sus manos, “tienen ese estilo de autoayuda evangélica que puede oírse en sermones que se pronuncian desde Mississippi hasta Río de Janeiro”. Por ejemplo:
Le pedí a Dios fuerza, y me dio dificultades para hacerme fuerte. Pedí sabiduría, y me dio problemas para resolver. Pedí prosperidad, y me dio cerebro y músculo para trabajar.27
A plata y plomo, dice Eduardo Guerrero, la Familia se hace de lealtades en todos los ayuntamientos. Si el funcionario no accede a colaborar a cambio de una cuota o se descubre que trabaja para Los Zetas o el Cártel del Milenio, es eliminado. Sólo en 2006 son “ejecutados en Tierra Caliente un total de cinco directores y un subdirector de seguridad pública municipal, un comandante y siete policías municipales, presumiblemente por no alinearse con La Familia Michoacana”. El control llega a ser tan efectivo que Servando Gómez, La Tuta, puede hacer una asamblea de presidentes municipales para no tener que hablar uno por uno con ellos. Les dice que todos deben pagar “diezmo”, es decir, un porcentaje fijo de la nómina municipal y otro tanto del destinado a obras públicas.28
Rafael García, presidente municipal de Coalcomán, describe la captura de esos años:
Cuando yo ingresé a la administración, el primer mes de enero, tuvimos una reunión en Las Bateas, en Apatzingán. Ahí se nos dijo que finalmente les teníamos que dar el diezmo de lo que era del ramo de obras, y aparte de lo que se consiguiera, ya fuera obra convenida u obra federal. No había necesidad de que nos dijeran los vamos a matar, vamos a secuestrarlos, era por demás. Mientras estuviéramos pagando no había amenaza, todos felices y contentos. La policía municipal nos la tenían sometida, yo no mandaba. A mí me mandaban a través de los comandantes de la policía municipal. Es una gran presión sobre todo de la población, con la gente que tú te comprometiste de que vas a hacer obra y programas sociales y no poder hacerlo. Es que tú estás metido, estás coludido pero ¿yo qué hago? El que se atrevió a ponerles el dedo ya no está aquí.29
El dominio sobre la economía local y sus rentas es efectivo también. A semejanza de lo que hace con los alcaldes, La Tuta puede convocar a una asamblea de productores de aguacate, limón o ganado para fijarles las cuotas que van a pagar por sus huertos y ranchos. Más tarde tendrán el control directo de los huertos y dirán cuánto y cuándo puede cosechar cada quien.
La Familia Michoacana y luego Los Caballeros Templarios, alcanzan también un grado de solidaridad social y de respaldo a sus métodos sin antecedentes en otras organizaciones criminales, entre otras cosas garantizando la seguridad, ejerciendo funciones de policía y protección contra otras bandas, en particular Los Zetas. Es el momento culminante de lo que se ha llamado la pax narca: ser los criminales más eficaces y confiables que la autoridad en materia de seguridad pública.
 Fátima Monterrosa, reportera del programa noticioso Punto de partida, tuvo una experiencia directa de este fenómeno una noche de agosto de 2013, en Tumbiscatío.
En la madrugada tocaron a su puerta y era Servando Gómez, La Tuta, líder de Los Templarios. Le dijo que quería hablar, darle una entrevista. A la mañana siguiente, a plena luz del día y con la gente reunida, se presentó La Tuta en la plaza central de Tumbiscatío. Quería que lo grabáramos, que fuéramos testigos de cómo lo recibía la gente. Una niña se apresuró a besarle la mano, lo llamó padrino. La Tuta, con una pistola al cinto con incrustaciones de metales y piedras, saludaba y ordenaba. Las mujeres competían por ganar su atención, pedían dinero, favores, lo halagaban. La presencia de la cámara no las disuadió.30
En el entorno de la pax narca las fuerzas federales que actuaban en Michoacán terminaron siendo vistas como “fuerzas de ocupación”, en parte, dice Denise Maerker, porque el enfoque general de la intervención policiaca y militar se planteó en términos tajantes de buenos y malos, de federación contra estado, de delincuentes y sospechosos locales contra incontaminados miembros de las fuerzas federales.31 Sigue Denise Maerker:
Plantearse el problema del crimen organizado y de su arraigo en Tierra Caliente como un asunto de buenos contra malos fue uno de los errores del gobierno de Felipe Calderón. Vistos desde afuera, sin un conocimiento de la zona y de su historia, todos los habitantes de la región podían entrar en la definición de malos.
De la Tierra Caliente michoacana ha escrito el historiador Luis Gonzalez y González que es un “infierno fértil” donde la gente sabe “matar y morir sin aspaviento”. Es una de las zonas frágiles, indomesticables de México, refugio histórico de guerrillas y delincuentes desde la Independencia.32
No obstante su identificación con el entorno, en muchos sentidos su condición de pez en el agua, La Familia Michoacana y luego Los Caballeros Templarios, son ante todo una organización criminal. Su estructura organizativa, como se ha dicho, procede de Los Zetas,33 pero ellos añaden a la brutalidad Zeta su propia dimensión feroz. Más que elocuente al respecto es el testimonio de un instructor de reclutas de La Familia llamado Miguel Ortiz, El Tyson, detenido en 2010. El Tyson cuenta a sus interrogadores que una noche, en un monte próximo a la ciudad de Morelia, le reunieron a 40 reclutas de La Familia para que los entrenara como sicarios. Junto con los reclutas le llevaron unos prisioneros zetas. “Los pusimos a que los mataran, los degollaran, los destazaran”, dice El Tyson, para que fueran “perdiendo el miedo a cortar una pierna, un brazo”.
Usamos un cuchillo de carnicero de unos treinta centímetros, un machetito… No es fácil porque hay que cortar el hueso y todo, pero se busca que sufran para que pierdan el miedo a ver sangre. [En descuartizar una víctima tardan] aproximadamente diez minutos. Es mucho, puede durar mucho menos, pero ahí se van poniendo a prueba los muchachos, para que no se pongan nerviosos. Aproximadamente duran diez minutos. [Yo tardo] tres, cuatro minutos”.
Uno de los interrogadores, citado por Grillo, añade un detalle de cotidianidad siniestra. Los nuevos reclutas se mostraban “particularmente aptos para despedazar cadáveres porque muchos miembros de la primera etapa eran carniceros. Los reclutas posteriores trabajaban por lo general en taquerías”.34
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La Familia Michoacana da el salto cualitativo que sigue al de Los Zetas en la historia reciente del crimen organizado de México. Como Los Zetas, los miembros de La Familia Michoacana son sicarios profesionales, disciplinados, con una estructura paramilitar, y ejercen una captura territorial y expoliadora de su entorno. Pero su captura va más allá de la extracción de rentas. Llega al control político y social. Es la captura no sólo de las rentas, sino de la autoridad, de los gobiernos locales y de la sociedad: la forma más penetrante y compleja que haya alcanzado nunca el crimen organizado en el país. Este salto cualitativo del dominio criminal se da en otros sitios de la República, es parte de la lógica de la guerra contra las drogas. Pero en ningún trayecto es más nítido como en el que va del Cártel del Golfo a Los Zetas a la Familia Michoacana y a la sucesión de ésta, Los Caballeros Templarios.
El dominio de La Familia sobre Michoacán, siempre desafiado por Los Zetas, no deja de producir episodios de violencia sorprendentes. El 15 de septiembre de 2008 alguien hace explotar unas granadas entre la multitud que acude en Morelia a la ceremonia popular del Grito de la Independencia. El hecho es calificado como el primer “acto de narcoterrorismo” de la guerra mexicana contra las drogas. Los Zetas y la Familia se culpan mutuamente del atentado. Cualquiera de los dos pudo haberlo hecho siguiendo el mandato de la costumbre, común a las bandas criminales, de “calentar” las plazas controladas por los adversarios para echar sobre ellos el escándalo, y a continuación la intervención urgida y redoblada del Estado.
Los saltos de violencia de Michoacán bajo el dominio de La Familia Michoacana, y luego de Los Caballeros Templarios, siguen los patrones comunes también a las epidemias de violencia de la guerra contra las drogas. Se producen por captura o muerte de jefes de las bandas o por decomisos de grandes cargamentos que las bandas atribuyen a golpes de sus rivales o a delaciones internas, con la consecuente imposición de escarmientos ejemplares: ejecuciones visibles con cuotas ascendentes de brutalidad y sevicia. Los escarmientos incluyen con frecuencia a policías y soldados que las bandas juzgan cómplices de sus rivales.
La captura del hijo de La Tuta, Luis Servando Gómez, El Pelón, el 28 de enero de 2009, deja tras de sí una ristra de cadáveres que aparecen acompañados de mensajes contra Los Zetas, sugiriendo que éstos han vuelto a Michoacán.35 El 23 de marzo de ese mismo año el Ejército decomisa 8.5 toneladas de anfetaminas en Apatzingán, con valor de 187 millones de dólares. El 19 de abril siguiente la Policía Federal detiene a 44 miembros de La Familia Michoacana. En mayo y junio siguientes son detenidos 38 funcionarios públicos, entre ellos 12 alcaldes de la Tierra Caliente, como sospechosos de complicidad con la Familia. Finalmente, el 13 de julio es detenido un lugarteniente veterano, Arnoldo Medina Rueda, El Minsa, quien trabajaba con La Familia desde que se llamaba La Empresa. Como represalia a todos estos golpes, Nazario Moreno, El Chayo, ordena la ejecución de 12 policías federales el 13 de julio de 2009. El ejecutor de la emboscada es El Tyson, que gana con eso su promoción a jefe de La Familia Michoacana en Morelia, la capital del estado.36
El 10 de diciembre de 2010 la Policía Federal cerca a Nazario Moreno en Apatzingán. Sigue un largo tiroteo después del cual Nazario Moreno, “consciente de que las comunicaciones del cártel están intervenidas, ordena que se difunda la noticia de que ha muerto”. El gobierno da por buena la noticia, que parece tener consecuencias cuando el 24 de enero de 2011, mediante desplegados, mantas y volantes, La Familia Michoacana anuncia su disolución. Se disgrega, dice, “en respuesta a todas las atrocidades, abusos y violaciones que ha venido haciendo la PF contra la sociedad civil de Michoacán”. La disolución no es sino una estrategia para trasvasar las redes de La Familia Michoacana a una nueva organización, Los Caballeros Templarios, que se presenta en sociedad en marzo de 2011 declarando que continuará con “las actividades altruistas que antes realizaba La Familia Michoacana”.37
Los Caballeros Templarios conservan y amplían el dominio sobre Michoacán que tuvo La Familia. Lo hacen visible en las elecciones estatales de 2011 con intimidación a actividades proselitistas, bloqueos carreteros para evitar acceso a casillas y un caudal extra de 26 mil votos, totalmente fuera del patrón de votación de la Tierra Caliente, que da el triunfo al candidato del PRI. 
Epidemias de violencia en el norte del país, particularmente en Nuevo León, por una nueva etapa de la guerra intestina de las bandas, ahora de Los Zetas contra su organización madre, el Cártel del Golfo, distrae la atención federal de Michoacán y permite la consolidación del dominio de Los Caballeros Templarios en ese extraño clima de estabilización e incluso baja de la violencia que suele darse cuando un grupo criminal tiene dominio cabal sobre un territorio: la pax narca. La guerra contra el narco nos ha enseñado que falta de violencia no quiere decir ausencia de dominio criminal. A veces quiere decir lo contrario: dominio pleno.
La crisis que hace evidente la persistencia de ese dominio aparece en la Tierra Caliente michoacana en 2013. Es lo que propiamente puede describirse como un “levantamiento”, el de los llamados grupos de autodefensa.
Dos líderes del levantamiento, Hipólito Mora de La Ruana y José Mireles de Tepalcatepec, emblematizan en sus razones los polos intolerables de la opresión templaria. La gota que derrama el vaso de la paciencia de Hipólito Mora es que le impiden a su hijo cortar limones en su huerto. La que agota la paciencia de Mireles es la cadena de raptos, violaciones y embarazos de las muchachitas de la secundaria de Tepalcatepec que él atestigua como médico.
 Ambas experiencias se dan en el contexto de un aumento de las cuotas y las conductas predatorias de Los Templarios al parecer por un descenso de las rentas venidas del narcotráfico. Escribe Denise Maerker:
En un dato coinciden todos los testimonios. A partir de 2010 se empieza a incrementar la actividad de extorsión de los grupos criminales en la zona. El relato del doctor Mireles refiere que el negocio del tráfico de drogas se les empezó a dificultar y los criminales se volcaron sobre una población indefensa y relativamente rica para extraer recursos y compensar sus pérdidas. ¿Qué fue exactamente lo que pasó? Es difícil decirlo y no tenemos aún información suficiente para concluir en una causa determinada. Surge naturalmente como hipótesis la guerra emprendida por el gobierno de Felipe Calderón contra el tráfico de drogas. Ya sea porque cortó los contactos entre diferentes grupos o porque volvió complicado o imposible el trasiego en un corredor determinado hacia el norte y Estados Unidos. En enero de este año, dentro de los aparatos de seguridad del gobierno, se consideraba que Los Caballeros Templarios acabaron obteniendo sólo el 30% de sus ingresos del tráfico de drogas, lo demás era producto de los secuestros, de la extorsión, de la producción agropecuaria y de la actividad minera.
El levantamiento de los autodefensas de la Tierra Caliente, en buena medida bajo la protección o la tolerancia del Ejército y la Policía Federal, desembocó en una nueva intervención federal en toda forma en Michoacán, a principios de 2014, mediante el nombramiento de un comisionado con amplios poderes que desplazó al gobierno local y arbitró lo que parecia una inminente guerra entre Los Caballeros Templarios y las autodefensas. La intervención, con un un acento menos militar y más político que las anteriores, pareció devolver al estado un horizonte de tranquilidad pública ajena a la lógica de la pax narca.
¿La guerra contra el narco de los últimos años ha sido una guerra fallida o sólo una guerra sangrienta?
Eduardo Guerrero fue el primero en fijar analíticamente, con rigor estadístico, la estrategia de la guerra contra las drogas emprendida en el año 2007 por el gobierno mexicano.
Las líneas de esa estrategia eran que había que golpear a los grandes cárteles, descabezarlos, fragmentarlos en bandas de menor tamaño que dejaran de ser una amenaza para la seguridad nacional y se convirtieran, con el tiempo, sólo en un problema de seguridad pública: bandas quizá más violentas pero de menor capacidad logística y financiera, cuyos crímenes pudieran atenderse en escenarios locales.
 Guerrero mostró con rigurosas mediciones que los costos de la estrategia eran particularmente sangrientos, no tanto por el daño directo que la fuerza pública causaba sobre la organizaciones, sino por la dinámica de destrucciòn y autodestrucción que se generaba entre ellas. La captura o la muerte de cada jefe producía un doble efecto violento: el de la lucha interna para suplir al capo caído y el de la ofensiva de las bandas rivales para aprovechar la debilidad de la banda descabezada. Nadie pensó que la sangría fuese tan larga y que pudiera prolongarse en el tiempo tanto como se ha prolongado.
No obstante, con un ajuste de prioridades hecha a partir de 2011, en el sentido de concentrar los esfuerzos de persecución sobre las bandas más violentas, ésta fue la estrategia sostenida. Puede decirse de dicha estrategia que ha costado más sangre de la que nadie previó. Pero quizá no puede decirse que no ha funcionado porque lo previsto por ella es exactamente lo que ha sucedido en estos años. Los grandes cárteles se han visto debilitados por la captura y la eliminación de sus jefes y sicarios mayores y lo que queda de ellos son bandas menores, desplazadas de las grandes ciudades y refugiadas por su mayor parte en ciudades pequeñas y municipios aislados sobre cuya población y territorio ejercen un dominio criminal de delitos cada vez menos vinculados con las rentas del tráfico de drogas y cada vez más con la extorsión, el derecho de piso, el secuestro, el robo y el terror criminal.38
A partir del cambio de gobierno federal, en el año 2012, la estrategia de combate al crimen organizado se vio reforzada en la idea de perseguir prioritariamente a los grupos más violentos y completada con una discreta pero efectiva decisión de no perseguir el narcotráfico si éste no altera con sus luchas intestinas la paz pública.
Quizás sea cierto que la estrategia funcionó y que asistimos a las convulsiones finales de la violencia prevista: bandas que pueden ser más peligrosas pero no son más poderosas. Es posible que lo que hemos visto en Michoacán y en Guerrero, en materia de dominio y salvajismo criminal, sean los últimos estertores de una guerra y no el principio revitalizado de otra. El paisaje después de la batalla parece ser un periodo todavía largo de captura criminal en zonas débiles, municipios aislados, ciudades menores y espacios urbanos marginales.
A estas alturas del desarrollo de aquella estrategia es difícil sostener que no se ha librado en México una guerra civil. La pregunta es si esa guerra ha valido la pena y si ha conseguido algo de valor equivalente a la destrucción de vidas y a la expansión criminal que produjo.
La respuesta es, desde luego, negativa. Ha sido una guerra cuyos daños son evidentes y cuyos beneficios es imposible describir. 
Fuente.-NEXOS.

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