Andrés López López “Florecita” pasó del mundo del narcotráfico, en el que fue integrante del Cártel del Norte del Valle, a la televisión. Escribió El Cártel de los sapos y parte de esa crónica se reflejó en una serie del mismo nombre producida por Caracol, en Colombia.
Es la historia de los retazos que dejó la caída de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela y la irrupción violenta de Wilber Varela “Jabón”.
Uno de los ejes del relato es la entrega de los capos a la DEA. La serie de delaciones, traiciones y malentendidos en la búsqueda de impunidad a cambio de información.
La idea de acordar con la DEA parecía atractiva, ya que se podían obtener condenas cortas, mantener buena parte del dinero que dejaba la producción de drogas y su trasiego y, quizá lo más relevante, salvar la vida. El propio López López es un ejemplo de esa dinámica de acuerdos y en su caso le resultó provechoso.
En 2013, en El Dorado, Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán, Dámaso López Núñez “El Licenciado” y Dámaso López Serrano “El Mini Lic”, máximos jefes del cártel de Sinaloa, comentaron los vericuetos de la serie televisiva.
“El Chapo” estaba convencido que El Cártel de los sapos tenía patrocinio de las autoridades de Estados Unidos “para meterle ideas a la gente, para que colaboren con ellos y todos se hagan dedos y sapos”. Esto se lo contó López Serrano “El Mini Lic” al periodista Luis Chaparro, quien publicó una amplia entrevista en la revista Proceso, con quien es el mando más alto del grupo criminal de Sinaloa que se ha entregado a las autoridades estadounidenses.
En efecto, las ideas sembradas por la serie funcionaron, a tal grado que el propio “Chapo” Guzmán Loera y “El Licenciado”, les pidieron a sus hijos que pensaran en las posibilidades de entregarse a la DEA, para salir del negocio, garantizar la seguridad de sus esposas e hijos e inclusive ayudar a la organización al proporcionar datos de sus enemigos a la agencia antidrogas.
Era una suerte de fantasía, porque la historia del cártel cambiaría con la caída en prisión del propio Guzmán Loera en 2014, su fuga en 2015 y su recaptura en 2016 y con los enfrentamientos que se desataron cuando se le extraditó a los Estados Unidos y quedó claro que tenía que haber un relevo en las estructuras de mando.
El único que continuó en pláticas y estableció los contactos pertinentes fue El Mini Lic, quien sí se entregó en 2017 y se convirtió en un colaborador relevante de las fiscalías al norte del Río Bravo.
Terminó peleado a muerte con los hijos de “El Chapo” Guzmán y, aunque vive en Estados Unidos, cuenta con información sobre el propio cártel y diversas componendas con autoridades policiacas.
Al periodista Chaparro le contó su historia y en ese sentido es un testimonio valioso para entender las dinámicas del crimen organizado, pero debe ponderarse con distancia y escepticismo. Es un criminal y no lo niega, aunque relata su propia evolución hasta estar donde está.
El trabajo de Chaparro es notable, porque no se va con la finta y sabe que El Mini Lic está acusado de mandar asesinar en 2017 a Javier Valdez, uno de los periodistas más profesionales y conocedores del México violento.
Si una cosa enseña El Cártel de los sapos es justamente la de desconfiar de cada una de las versiones que cuentan los protagonistas de una etapa por demás salvaje. Igual aplica para los barones de las drogas en nuestro país, los que también quieren que impere su relato, a sabiendas de que ello es sumamente complejo.
Fuente.-@jandradej/ imagenes/web
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