Los domingos se le iban como agua. De mañana a noche, sin importar la hora, la vida de Ricardo Romero, el último día de la semana, era puro futbol.
Sin importar quién jugara, se bebía desde el primer al último partido, las repeticiones y los comentarios de la jornada por las noches. Don Ricky no perdonaba su ritual ni en un festejo, ni ante un compromiso. El futbol de los domingos era suyo, sobre todo si jugaba el Ame.
Tan íntimo era el séptimo día para él, que también fue un séptimo día, un 10 de mayo de 2020, en el que don Ricky dio el último suspiro.
En medio de una crisis sanitaria, a sus 77 años, Ricardo murió acompañado por su hija Carolina en su casa en Cuernavaca, Morelos, la ciudad donde había vivido los últimos 40 años, los seis más recientes, solo.
Ricardo es muchas cosas. Es padre, abuelo, amigo, hermano, garnachero y futbolero, un hombre de calle, dice su hija, pero no es un número.
No lo es porque no entra en las estadísticas que –hasta hace unos días– presentaba a las 19 horas el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell: 33 mil 526 defunciones por Covid-19 reportadas hasta el 9 de julio por las autoridades de salud.
Ricardo es, en todo caso, un número futuro que aún no se alcanza a ver. Miembro de aquella cifra que en meses, quizá dentro un año, surja para contrastar las neumonías registradas en 2020 con las que ocurrieron en años pasados y así dar luz sobre todas aquellas personas que murieron en sus casas con síntomas de Covid y sin prueba, cuyas actas de defunción rezan sólo una certeza: neumonía.
A don Ricardo le apasionaba el futbol.
“ASÍ, DE PRONTO, ME ESTABA QUEDANDO SIN PAPÁ”
Cuando el 28 de febrero el gobierno mexicano hizo público el primer contagio de coronavirus en el país, Carolina Romero comenzó a preparar un protocolo de seguridad para ella y su familia.
Su padre, Ricardo, que vivía solo en su casa en Cuernavaca, rechazó la invitación de viajar a la Ciudad de México y hacer la cuarentena en casa de su hija. Entonces acordaron que ella se encargaría de enviarle alimentos, apoyarle en todos sus trámites y estar en comunicación 24/7.
“Era como su secretaria personal a distancia”, cuenta en videollamada. La única condición era que Ricardo no podía salir para nada. A la señora que le apoyaba con la limpieza le pagaron su sueldo y le pidieron que no fuera a trabajar, era un riesgo para ambos.
Dos meses de encierro después, Carolina tuvo una llamada con su padre que la preocupó. Le notaba la voz extraña, como entrecortada, esa voz que sale cuando uno tiene ganas de llorar, pero se aguanta. Y lo primero que pensó fue que a su padre, un adulto mayor que vivía solo, le estaba pegando el encierro, la soledad.
“En vez de pensar que estaba enfermo, lo que pensé es que estaba angustiado, porque llevaba dos meses encerrado solo”.
Esa preocupación la hizo visitarlo. Se sentía tranquila, porque durante dos meses no había salido para nada de su casa, todo lo que necesitaba lo pedía a domicilio, por ello no se consideraba un factor de riesgo e hizo la visita.
Llegó y le sorprendió ver a su padre, un hombre pulcro y cuidadoso con su imagen personal, en pijama. “Me siento muy cansado”, le dijo.
Carolina contrató entonces un enfermero, más que por una cuestión de salud, como un método de compañía. Pensó que a su padre le vendría bien tener con quien compartir comida y una buena plática los próximos días, en lo que ella podía volver a pasar más tiempo con él.
“Regresé a casa y el viernes por la noche me llamó el enfermero porque mi papá tenía mucha fiebre y la saturación de oxígeno muy baja. Así, de pronto, sin saberlo, me estaba quedando sin papá”.
LAS NEUMONÍAS ATÍPICAS
El viernes 8 de mayo, en la conferencia de las 19 horas, López-Gatell explicaba que en el primer trimestre del año habían disminuido las neumonías no especificadas, respecto al promedio de años anteriores.
Por medio de una gráfica, mostró que entre 2015 y 2019, contemplando el periodo enero-abril, las neumonías atípicas no bajaron de 8 mil a nivel nacional –siendo 2015 el año con menor número, 8 mil 155– mientras que para este año habían registrado sólo 7 mil 317.
“Ha habido inquietud de este tema de los casos de Covid en personas que fallecen y que desafortunadamente no se las alcanza a tomar una muestra de secreciones respiratorias para el diagnóstico”, dijo en relación a un reportaje de The New York Times que ponía en duda los datos oficiales y señalaba que las defunciones en el país eran el triple de las que se reportaban de forma oficial.
Mientras el subsecretario detallaba los lineamientos que se utilizan en el país para el correcto llenado de las actas de defunción que permitirán cuantificar los daños de la pandemia en un futuro, en Cuernavaca, un hombre de 77 años comenzaba a pelear por su vida.
CUATRO DÍAS CON SÍNTOMAS
La dificultad para respirar es uno de los principales síntomas de Covid. Un porcentaje saludable de oxígeno en la sangre oscila entre el 95 y el 100%, un nivel por debajo es una mala señal, sobre todo aquellos que son inferiores a 80. Una persona con niveles inferiores necesita, sí o sí, oxígeno complementario para ayudarle a respirar.
Cuando Carolina escuchó por teléfono sobre la fiebre y la baja oxigenación de su padre, dio el sí para que se solicitara una ambulancia, pero instantes después recordó que su padre le había hecho prometer dos cosas si una situación así se presentaba algún día.
La primera, que no lo dejaría morir solo en un hospital; él quería morir en casa. La segunda, que si moría, como buen futbolero, tendría que llevar sus cenizas al estadio de las Chivas, en Guadalajara, Jalisco, y regarlas por ahí para que así no pudiera, jamás, perderse un Clásico y la posibilidad de ver ganar al América en casa ajena.
Entonces Carolina regresó la llamada. “Cancelen la ambulancia”. Se asesoró con amigos médicos, quienes le indicaron todo lo que necesitaría para que su papá pudiera estabilizarse desde casa, pero lo más urgente era conseguir una prueba para identificar si se trataba de Covid.
“Para mí no tenía sentido que fuera Covid porque, según yo, mi papá no había salido para nada, no se había expuesto. Mi temor era que fuera otra cosa, pero teníamos que descartar el coronavirus”.
Cuando llegó, su papá estaba inconsciente, no reaccionaba a su voz, a nada. Le fue bajando la fiebre con trapitos húmedos en la frente.
“Así cumplí la promesa que le había hecho a mi papá, que todo lo que pasara, pasaría mientras estuviéramos juntos, en nuestra casa”.
Llegaron médicos a instalar lo necesario, vestidos con trajes como de astronauta. Los vecinos se olvidaron de la empatía; les ganó el miedo y comenzaron a exigir que se sanitizara todo, incluso el interior de la casa. “Nos veían como la peste y ni siquiera sabíamos si era Covid”.
No tuvo tos, sólo dos episodios graves de fiebre y graves problemas para respirar. Lograron conseguir una prueba a domicilio para el lunes 11 de mayo, pero Ricardo se fue una noche antes, un domingo de futbol, con la certeza de que su hija cumplirá la promesa de llevarlo a ver ganar al Ame a Guadalajara.
Don Ricardo no solía utilizar aparatos tecnológicos para convivir.
“TE QUEDAS AHÍ, CON TU MUERTO EN CASA”
Ricardo, recuerda Carolina, no fue un hombre tecnológico. “Era un hombre de periodico, de papel, no de redes sociales”. Esto fue una limitante en la pandemia, porque a diferencia de otras familias, que al menos se ven los rostros a través de una pantalla, en el caso de Ricardo, la única cercanía con su familia era a través de la voz.
Pero en su último momento, Ricardo pudo mirar a su hijo, que vive en Inglaterra, a través de una pantalla y así despedirse. Murió sin dolor, tranquilo, sin miedo a ahogarse, de buen ánimo y dando amor, palabras de cariño a la hija, que llegó hasta su puerta pensando que lo único que tenía papá era una depresión.
“Después, te quedas ahí, con tu muerto en casa. Pasan muchas horas para que puedan ir por él y es una angustia terrible, porque, en esos momentos, más que la pérdida, te llega el miedo al contagio. Ya no estás ahí con tu papá, lo que quieres es no enfermar tú”.
En ese proceso encontró unos tickets que la hicieron descubrir que su papá sí había salido de casa.
“Un ticket de un Oxxo por 32 pesos y un estado de cuenta impreso del Bancomer. Un nito y una coca. ¿Por qué necesitaba salir? ¿Qué le pareció tan importante? Ya sólo él lo sabe”.
CERTIFICAR UNA DEFUNCIÓN SOSPECHOSA
Carolina contrató un médico para que acudiera a certificar la muerte de su padre, había tenido asesoría virtual de médicos y personal, pero nadie que le hubiera dado seguimiento, que pudiera determinar qué le había causado la muerte.
Lo único que quedaba era lo que ella sabía: su papá se había sentido extremadamente cansado desde hacía una semana, tenía problemas en la garganta, había tenido días enteros con dolores de cabeza insoportables, dos episodios de fiebre, dificultad para respirar. Todos ellos síntomas de Covid. Además era hipertenso y diabético, dos factores de riesgo.
El médico que llegó a certificar la muerte supo todo esto. Sin embargo, ante la falta de una prueba que acreditara que era positivo, optó por certificar una muerte por neumonía, no quiso, pese a que Carolina lo solicitó, poner que por los síntomas era un caso sospechoso de Covid.
De acuerdo con el documento “Correcto llenado del certificado de defunción. Muertes por virus Sars-Cov2 (Covid-19)”, de la Secretaría de Salud, en los certificados de defunción sí se puede especificar que se trata de un caso sospechoso de Covid.
Los casos sospechosos, se lee en el documento, se catalogan así cuando se trata de un paciente con enfermedad respiratoria aguda y sin otra causa que explique completamente la presentación clínica y una historia de viaje a o residencia en un país, área o territorio que ha informado la transmisión local de la enfermedad Covid-19 durante los 14 días anteriores al inicio de los síntomas; también cuando un paciente con alguna enfermedad respiratoria aguda haya estado en contacto con un caso confirmado o probable de enfermedad Covid-19 durante los 14 días anteriores al inicio de los síntomas.
O bien, cuando se trate de un paciente que, como en el caso de Ricardo, presentó infección respiratoria aguda grave (es decir, fiebre y al menos un signo de tos o dificultad para respirar), que requiere hospitalización y que no tiene otra causa que explique completamente el cuadro clínico.
“Es una de las cosas que más te duelen, porque la certeza ayuda también a cerrar tu duelo. Pero en este caso no. Me duele ver las cifras y que mi papá ni siquiera esté contabilizado en ellas”.
Para ella, casos como el de su padre, abundan en el país y, como una mujer de números, también sabe que eso impedirá conocer la magnitud real de lo que está ocurriendo con la pandemia.
El subsecretario López-Gatell ha reconocido que las cifras oficiales no alcanzan a medir la realidad, no es un problema exclusivo de México, se ha extendido por todo el mundo.
Uno de los casos más emblemáticos es el de Ecuador, donde en un escenario nunca antes visto, las calles de Guayaquil se vieron cubiertas por los cuerpos de personas que morían en sus casas, al tiempo que las autoridades reportaban cifras bajas de defunciones por Covid.
Uno de los principales problemas, en países como México, es que contabilizan las defunciones que han tenido una prueba que ha dado positivo, descartando aquellos casos sospechosos cuya prueba PCR dio negativo, aún con el conocimiento de que éstas tienen una alta posibilidad de dar un falso negativo. Además de ignorar casos como el de Ricardo que, por las circunstancias, no se alcanzó siquiera a hacer un test.
EL DUELO EN SOLEDAD
Cuando el cuerpo de Ricardo dejó la casa que había habitado hacía seis años, Carolina y Víctor (el enfermero) desinfectaron todo con cloro. El olor del hombre de 77 años fue suplantado.
Ellos, los que quedaron en su lugar, desde aquel 10 de mayo no salieron. Acordaron hacer una cuarentena de 16 días y hacerse una prueba final antes de volver a sus hogares con su familia. El cloro se volvió el compañero; no había día que la casa no fuera desinfectada.
Caro retrasó su duelo durante ese periodo. “Llorar te debilita, te duele la cabeza, la garganta, te falta el aire, como si tuvieras Covid. Yo siento que tuve Covid o mucha tristeza”, dice.
Y es que el Covid –reflexiona– te quita mucho. No sólo te quita a las personas que amas sino también la oportunidad de recordarlos, de abrazarse entre todos los que le han querido, contar sus anécdotas, sus chistes.
Para ella, el duelo en soledad ha sido de lo más difícil. “Después de su muerte, todo giró alrededor de mí, de si estaba bien, si tenía síntomas, el monitoreo de mi oxigenación… No pudimos ni llorar a mi padre”.
Si hubiera habido un funeral como en la vieja normalidad, Caro hubiera contado ante los amigos y familiares de su padre aquella vez cuando, de niña, don Ricky la perdió en la calle, se había distraído viendo unos billetes de lotería; su nieto, un niño que nació de madre Puma, cantaría en honor al abuelo el himno del América que le enseñó a escondidas; y su yerno, lo hubiera llorado como habría querido porque a un señor como don Ricky, se le va a extrañar.
Hicieron un altar para honrar su memoria.
Al término de su cuarentena, con prueba negativa en mano y aún con la incógnita de si tras la muerte de su padre se contagió, Carolina volvió a casa. Junto con su familia hicieron un altar para honrar a Ricardo, le escribieron cartas y, por fin, le lloraron.
“Un rey de la gastronomía garnachera”, ubicaba las calles a partir de puestos de comida; conocido en el centro de la ciudad en cada uno de los locales. “Un abuelo extraordinario”, venía de Cuernavaca a la ciudad en camión sólo para comer con su nieto. Amante de los descuentos. Amiguero con su “palomilla”. Chambeador.
“Todo pasa muy rápido. La enfermedad avanza muy rápido. Aún me pregunto: ¿En qué momento vi a mi papá un jueves y se murió el domingo?”.
fuente.-@AleCrail/
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