Este año Colombia firmó por fin el acuerdo
de paz. Un gran logro a pesar de la polarización interna que generó el proceso.
Pero ojo, como me han dicho muchos colombianos: Colombia no será el paraíso
después de los acuerdos, pero sin duda será mejor. Habrá que trabajar mucho
para hacer de Colombia un país más desarrollado, pero es más fácil hacerlo en
un contexto de paz que en uno de guerra.
Los mexicanos tenemos mucho qué aprender de
la experiencia colombiana con la violencia, el narcotráfico y el crimen
organizado. Somos países con grandes diferencias culturales, geopolíticas y
económicas, pero es evidente que los colombianos han generado un profundo
aprendizaje sobre un fenómeno tan complejo como la violencia que surge del
crimen organizado y la guerrilla, sus efectos sociales, las implicaciones
político-económicas y hasta su dimensión cultural. Necesitamos hacer lo mismo,
pero más rápido.
Justo ahora México y Colombia ocupan
posiciones muy parecidas en los rankings de seguridad. Nuestros índices de
homicidio doloso y otros delitos relacionados son relativamente similares. La
gran diferencia es que Colombia viene de una gran crisis y en México apenas
vamos empezando.
La pregunta es obvia: ¿Cómo le hacemos en
México para no sufrir los efectos de esa curva de aprendizaje? Si a Colombia le
tomó décadas y miles de muertos, ¿cuánto nos costará en México? ¿Es posible
evitar esos costos? No lo sé, pero me preocupa.
Me preocupa porque ese proceso implica
muchas vidas. Mucha corrupción. Serios efectos económicos y una pésima imagen
internacional. Me preocupa porque son dos o tres generaciones perdidas. Un
tiempo valioso e irrecuperable. Y me preocupa sobre manera porque soy de
Sinaloa, uno de los estados que conoce los precios de la cooptación del crimen
organizado desde hace tres generaciones.
En México no hemos entendido el tamaño de
la bestia que nos creamos. Nuestra clase política todavía cree que puede
administrar al crimen organizado. Ingenuos… Basta preguntarle a algunos
gobernadores, platicar con algún Alcalde de Tamaulipas, Sinaloa o Michoacán
para saber quien usa a quien.
En México hay regiones completas dónde no
mandan los líderes formales: manda el crimen organizado. Un ejemplo: hace dos
semanas en Badiraguato los Guzmán y los Beltrán Leyva sostuvieron sendos
enfrentamientos y desplazaron a 200 familias de los poblados de Arroyo Seco, la
Palma y La Tuna. La reacción oficial fue vergonzosa. El Alcalde Mario
Valenzuela: “no puedo ir, no soy suicida”. El Gobernador Mario López Valdez:
“es un pleito entre ellos”. El Estado ausente y el narco presente.
Frente a eso la respuesta institucional ha
sido insuficiente a pesar de los recursos gastados. La razón la conocemos todos
pero nadie se atreve a decirla en público: la corrupción y la narco-política.
Policías controladas por el crimen organizado y políticos que llegaron allí
financiados por dinero sucio. Eso que Edgardo Buscaglia ha repetido hasta el
cansancio y que las élites se niegan a aceptar. Alguna vez un empresario
sinaloense me lo aceptó derecho: “la verdad prefiero no saber”.
Por otro lado está la ausencia del Estado
de bienestar mexicano en grandes regiones del país. Nochixtlán no solo
evidenció un pésimo manejo de la negociación con la CNTE, sino que enseñó
problemas añejos del México profundo: la gran desigualdad y el abandono de
amplios sectores de la población en la pobreza. Sectores que abrazaron la
protesta en un acto rabioso pero comprensible.
En el México clasemediero las redes son
pura víscera. Los comentarios en Facebook y en el café son una mentada de
madre. Todos enojados contra todo lo que implique a nuestra clase política
corrupta y cínica. Esa clase que habita la burbuja perfecta: dinero,
privilegios, poder… impunidad. La clase viral de las #Ladies y
los#Lords.
Pero la experiencia internacional enseña
que la burbuja no dura para siempre. Tarde o temprano el crimen organizado y su
violencia más cruel alcanza a los que se creen intocables: las élites
político-económicas. Los colombianos despertaron después del asesinato de Luis
Carlos Galán.
México enfrenta el reto urgente de detener
el malestar. A las malas cuentas en economía hay que sumar la torpeza política
de Enrique Peña Nieto y su equipo, más preocupados por la sucesión que por el
gobierno. La clase política tiene que mandar mensajes reales de sensibilidad.
Tienen que dejar de simular y escuchar en serio. Mientras que el Congreso
ningunee a la sociedad en la votación de la Ley 3de3, mientras los jueces se
amparen ante la transparencia, mientras Borge pueda cambiar la ley para
garantizarse impunidad, el malestar irá en aumento.
El escenario actual es el caldo de cultivo
perfecto para el crimen organizado: millones de jóvenes sin educación o empleo
enojados con el “sistema”. Si las únicas alternativas de movilidad social son
el narco o la política -o la narco-política- más nos vale estar preparados para
el México que viene: el de la violencia. Y por supuesto, sus incendiarios.
Con partidos políticos alejados de la
sociedad, autoridades electorales desprestigiadas y gobiernos corruptos, la
esperanza actual es la sociedad civil organizada. No es poesía, es lo que hay.
En lo que reconstruimos nuestra vida institucional, tenemos que fortalecer los
espacios de diálogo. Canalizar la indignación para convertirla en acción, en
verdadera incidencia. Nuestro activismo es incipiente todavía, pero ES y puede
alcanzar.
Si a los políticos nos les importa debe
importarnos a los ciudadanos, porque de no hacerlo nos incendiamos todos. Y nos
costará 20, 30 años. Miles de muertos, tal vez más. No exagero, es el México
que se nos viene encima. Tenemos que ofrecer otro: un México en paz. No será
perfecto, pero será mejor.
Fuente.-Adrian Lopez/
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