Pocos mexicanos son tan conocidos en el mundo entero como el empresario Carlos Slim. De él se ha escrito todo, o casi todo. Muchas cosas las ha reservado para sus más cercanos. Pero, de cuando en cuando, varias de ellas salen a la luz.
El libro Slim, biografía política del mexicano más rico del mundo —escrito por Diego Osorno, uno de los periodistas más respetados del país— revela aspectos desconocidos.
Por ejemplo: la ruptura entre el magnate y el ex presidente Carlos Salinas de Gortari —en cuyo gobierno obtuvo Telmex—, de quien censura que se diga “el más chingón”, que “él lo hizo todo limpio y que los demás son unos pendejos y sucios”… y que “Telmex es una mierda”.
También dedica un capítulo a la vida del hermano más cercano del ingeniero: Julián Slim Helú, agente de la temible Dirección Federal de Seguridad y del que apenas se conoce un poco.
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Y lo poco que se sabe ahora es inquietante: en febrero de 1974 Julián Slim interrogó al líder de un grupo guerrillero, cuyo cuerpo sin vida y con huellas de tortura se encontró, cinco días después, cerca de la residencia del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, previamente asesinado por la Liga Comunista 23 de Septiembre. Con la autorización de la editorial Debate, emeequis reproduce segmentos donde se narran estos dos hechos. El libro ya se encuentra en librerías..
POR DIEGO OSORNO*
L
a relación entre los hermanos Julián y Carlos se afianzó tras la muerte de su padre. En 1966 el primogénito Julián acompañó al altar a su hermano Carlos, en su matrimonio con Soumaya Domit. Desde esas fechas Julián empezó a trabajar en las agencias de seguridad nacional del régimen del PRI. De acuerdo con un expediente que conseguí de él en la PGR —tras varios años de litigio—, Julián fue miembro de la generación 1957 de la Facultad de Derecho de la UNAM. Sin embargo, del mismo modo que su nombre no aparece en los reportes de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) ni de la fiscalía especializada en investigar delitos políticos y sociales del pasado, en la Facultad de Derecho su tesis, “Efectos de la buena y mala fe en el derecho civil mexicano”, tampoco es fácil de encontrar. Resulta mucho más sencillo localizar en la Facultad de Ingeniería Civil la de su hermano Carlos, la cual se inicia con la dedicatoria: “A mis hermanos”.
Siguiendo la pista de los documentos consultados sobre la trayectoria policiaca del hermano del magnate, da la impresión de que la carrera de Julián iba en ascenso, pero justo cuando su hermano Carlos empezó a ser conocido en el mundo empresarial, aquél desapareció del escenario público. En 1991, cuando Carlos ganó la licitación de Telmex —la empresa de mayor importancia estratégica para la seguridad nacional entre todas las que se privatizaron durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari—, el comandante Julián Slim Helú prácticamente abandonó el servicio público y se convirtió en una especie de leyenda de la que muy poco se habla.
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J
ulián falleció la tarde del jueves 17 de febrero de 2011, a la edad de 74 años. Su cuerpo fue velado en su propia residencia, ubicada en la calle Sierra Leona de la colonia Lomas de Chapultepec, en el Distrito Federal. La noticia de su muerte tuvo escasa repercusión en los diarios de circulación nacional, enfocados al día siguiente en la tristeza diaria que sufría el país a causa de la llamada guerra contra el narco, ligada en más de un sentido a la “guerra sucia” que vivió México en la década de 1970. […]
Fue Excélsior el diario que dedicó el mayor espacio a la noticia de la muerte de Julián, así como a los actos luctuosos que la siguieron. De acuerdo con la crónica firmada por la redacción, en el velorio del antiguo comandante lo mismo pudo verse al ex secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, que al presidente de Banamex, Alfredo Harp Helú; al rector de la UNAM, José Narro, y al presidente de Kimberly Clark, Claudio X. González; al jefe de la policía del Distrito Federal, Manuel Mondragón, y al cantante Chamín Correa.
Héctor Slim Seade, el cuarto hijo de Julián, es el actual director general de Telmex. Él y su tío Carlos Slim Helú fueron los deudos más abrazados y consolados. El sábado 19 de febrero ambos entraron juntos al Panteón Francés, donde una carroza fúnebre transportó, a las cuatro de la tarde, el cuerpo de Julián Slim Helú en un ataúd de caoba. Tras una breve ceremonia de despedida, y ante pocas personas, el cuerpo del policía fue acomodado en un mausoleo.
Localizado a la entrada del panteón, el monumento sobresale por el busto esculpido de Julián Slim Haddad, el patriarca de la familia de Carlos, el mexicano más rico del mundo, y de Julián, el policía de la “guerra sucia” del que nadie se acuerda.
El joven profesor de matemáticas Manuel López Mateos entró el 22 de enero de 1975 a la mesa número 5 de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Estaba ahí para denunciar a Miguel Nazar Haro y a Julián Slim Helú por secuestro y lesiones. Ellos eran agentes del grupo policiaco con más negra fama en la historia de México: la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Manuel López Mateos fue detenido a las 10 horas del día 29 de noviembre de 1974 por agentes de esta dirección y conducido a la misma para investigación de sus relaciones con el grupo subversivo y terrorista denominado Unión del Pueblo, habiéndose encontrado en su domicilio vasta documentación y propaganda de diversas organizaciones subversivas.
Al ser interrogado manifestó [fragmento borrado], originario de Veracruz, profesor de matemáticas en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde siempre se ha ostentado como elemento revolucionario que ha participado desde su época estudiantil en diversos movimientos auspiciados por el Comité de Lucha de la Facultad de Ciencias.Asimismo, confesó haber fungido en múltiples ocasiones como intermediario en la difusión de propaganda y literatura subversiva entre el estudiantado, valiéndose para tal fin del ascendiente que le da su carácter de maestro universitario.
Este es un fragmento del reporte que elaboró el capitán Luis de la Barreda para proteger a sus agentes Miguel Nazar Haro y Julián Slim.
Al calor de la “guerra fría” —bajo cuya lógica maniquea toda disidencia era “comunista”— las acusaciones contra aquella poderosa policía a las órdenes de la Secretaría de Gobernación eran inusuales: como primera línea de defensa contra los enemigos del Estado, la DFS era intocable. Todo valía “para garantizar la gobernabilidad”.
La denuncia de López Mateos nunca se investigó.
Treinta años después, en el año 2000, el PRI perdió la Presidencia de la República. El PAN llegó al poder. La alternancia puso fin a siete décadas de monopolio partidista y se inició la época actual, considerada de transición política.
Para investigar los asesinatos, las desapariciones forzadas y otros delitos cometidos durante el conflicto al que eufemísticamente se le llama “guerra sucia” —¿acaso existen “guerras limpias”?—, el nuevo gobierno de Vicente Fox Quesada creó una fiscalía especial. De forma paralela, buena parte de los archivos de la antigua DFS se abrieron y con base en éstos se produjeron toneladas de notas periodísticas y textos académicos, libros de reflexión sobre aquellos años traumáticos e informes especiales de la CNDH. Pero, entre todo esto, poco se tradujo en justicia. La impunidad prevaleció, ahora dispersa entre el caos “democrático”.
En uno de esos expedientes desclasificados y guardados en las que fueron crujías de la antigua cárcel de Lecumberri —“El Palacio Negro”, lo llamaban entonces—, hoy sede del Archivo General de la Nación, está guardada la reseña interna de la denuncia de López Mateos, registrada bajo una averiguación previa de efímera duración: la 8430/sc/74.
En el informe interno de la DFS se anota al respecto:
El 22 de enero de 1975, Manuel López Mateos (sobrino del ex presidente) presentó denuncia en la Procuraduría General de Justicia y Territorios Federales, en contra de Miguel Nazar Haro y Julián Slim Helú, por los delitos de privación ilegal de la libertad y los que resulten, motivo por lo que la mencionada Procuraduría solicita la comparecencia de ambos, Nazar y Slim, ante la Mesa 15 a efecto de que rindan su declaración acerca de los hechos referidos en la denuncia.
El tono administrativo de la nota tuvo una respuesta inmediata y enfática. En el mismo documento oficial, marcado con la clave 21-500-75, una nota manuscrita ponía las cosas en su lugar, indicaba las prioridades del Estado y definía lo que tenían que hacer Nazar Haro y Slim Helú ante el citatorio del Poder Judicial: “De ninguna manera se presenten, por orden superior”.
Y así fue.
Estreché la mano de Manuel López Mateos a mediados de 2009 en la recepción de un lujoso hospital de la ciudad de México. Estaba ahí para revisarse el corazón. Aquel joven —que acaso por ser sobrino del ex presidente Adolfo López Mateos se atrevió a denunciar a los intocables comandantes de la DFS— era ahora un hombre calvo y con gafas, que tenía a su cargo la dirección de la entonces recién fundada Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO). Detrás de los lentes, su mirada sugería los episodios trágicos que vivió décadas atrás, por los que yo quería entrevistarlo.
López Mateos se apoyaba en el brazo de su esposa, que lo acompañaba mientras nos dirigíamos a la cafetería del hospital. Tras charlar sobre su natal Veracruz, de amigos en común y de la insurrección de Oaxaca en 2006, le pregunté sobre su denuncia contra Nazar Haro y Slim Helú, quienes —según los archivos desclasificados— lo detuvieron bajo la sospecha de que pertenecía al grupo Unión del Pueblo, una organización armada cuyos fundadores, los hermanos Cruz Sánchez, siguen en la clandestinidad y operan bajo las siglas del Ejército Popular Revolucionario (EPR), uno de los grupos guerrilleros que persisten en el México del siglo XXI, además del EZLN.
López Mateos pareció desconcertarse. Volteó a ver a su esposa y le acarició el rostro. Después me compartió su resumen de aquellos años: tras las masacres de estudiantes perpetradas por el régimen del PRI en 1968 y en 1971 aumentó el número de jóvenes que decidían encarar la represión gubernamental con grupos armados inspirados en Fidel Castro y Ernesto Che Guevara —dijo—, aunque el gobierno de Cuba, en esos años, tenía una mejor relación con el emblemático policía político de la época, Fernando Gutiérrez Barrios, que con cualquier dirigente guerrillero mexicano.
Luego me habló del sueño revolucionario, la liberación de México y las características autoritarias del régimen cuya esquizofrénica naturaleza —revolucionaria pero institucional— hizo que fuera definido por Mario Vargas Llosa como “la dictadura perfecta”.
En 1974 alguno de aquellos grupos guerrilleros colocó una bomba en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde López Mateos estudió y apenas empezaba a impartir clases de matemáticas. El acto provocó que varios universitarios fueran detenidos y llevados a los separos de la DFS, sospechosos de ser los dinamiteros. Uno de ellos fue el sobrino del ex presidente.
A López Mateos lo golpearon y lo encerraron a partir de la una de la tarde del 29 de noviembre de 1974 y durante 24 horas en la sede policiaca, ubicada junto al monumento a la Revolución mexicana.
Frente al mausoleo nacional donde yacen los restos de Pancho Villa y otros héroes de la patria, el agente Miguel Nazar Haro le daba puñetazos al “sospechoso”, a quien en los archivos se le clasifica como “elemento revolucionario”, aunque durante la golpiza se le decía “pinche revoltoso”.
Dos meses después, López Mateos decidió denunciar a los agentes que lo detuvieron y lo golpearon.
—¿Julián Slim Helú también lo torturó? —pregunté.
—¿El hermano de Carlos Slim? —reviró—. No, él no me golpeó.
—En la denuncia usted incluyó su nombre —dije mientras acercaba el documento.
—Él también estaba ahí, pero él no me golpeó. Sólo fue Nazar Haro.
El principal grupo guerrillero de esos años fue la Liga Comunista 23 de Septiembre. En el otoño de 1973 esa organización de inspiración marxista ejecutó las dos acciones más radicales de su breve existencia: el 17 de septiembre de ese año el empresario cervecero Eugenio Garza Sada fue asesinado en Monterrey por uno de los comandos de la liga en un intento de secuestro; un mes después, otro comando guerrillero plagió en Guadalajara al cónsul británico Anthony Duncan Williams y al empresario del almidón Fernando Aranguren Castiello. Garza Sada era un dirigente carismático de Nuevo León —el estado más industrializado del México de esos tiempos—, mientras que Aranguren Castiello era uno de los líderes empresariales más destacados de la zona occidental de México.
La liga expresó sus demandas: a cambio de liberar a Duncan Williams y a Aranguren Castiello pedían 200 mil dólares y el traslado de 51 opositores presos a Corea del Norte. El gobierno rechazó el emplazamiento mediante un mensaje de radio transmitido en cadena nacional. Un día después el cónsul británico fue liberado, aunque Aranguren no corrió con la misma suerte: fue ejecutado a sangre fría y su cadáver se encontró en la cajuela de un automóvil abandonado.
Era la guerra.
Los grupos económicos de Monterrey y Guadalajara ya estaban enemistados con el presidente Luis Echeverría Álvarez debido a su discurso nacionalista, a la buena relación que tenía con Fidel Castro y a que había emprendido programas sociales que ellos veían como procomunistas.
Tras los crímenes contra Garza Sada y Aranguren Castiello arreció la disputa entre los empresarios y el régimen. Algunos líderes patronales de Monterrey desconfiaban del gobierno, incluso al grado de sospechar que Echeverría había ordenado los asesinatos de ambos personajes, que trataba de encubrir haciéndolos pasar como una acción de la guerrilla.
La tensión aumentó y la DFS recibió la orden de encontrar de inmediato a los autores materiales e intelectuales de los crímenes para contener los reclamos empresariales y proteger así al titular del Poder Ejecutivo. La cacería de los guerrilleros se desató en invierno y no se prolongó demasiado: en los primeros días de febrero de 1974 aparecieron muertos los dos dirigentes nacionales de la Liga Comunista 23 de Septiembre que habían planeado los secuestros de los empresarios.
La geografía de los hallazgos no fue casual: el cadáver de José Ignacio Olivares Torres fue arrojado en el cruce de las calles Altos Hornos y Metalúrgica, de Guadalajara… muy cerca de la casa de la familia de Aranguren. El cuerpo del otro dirigente guerrillero, Salvador Corral García, apareció en un lote baldío de la colonia Fuentes del Valle, de San Pedro Garza García, Nuevo León, el municipio donde residían los deudos de Garza Sada.
Los dos guerrilleros tenían señales de haber sido largamente torturados antes de su ejecución.
Era la guerra.
Con la lectura de los archivos desclasificados de la DFS es posible conocer con mayor detalle la forma en que reaccionó la corporación ante los asesinatos de Garza Sada y Aranguren Castiello, y el afán con que buscaron a los guerrilleros involucrados.
Los redactores habituales de la corporación eran policías anónimos con un nivel medio de estudios. Algunos tenían inquietudes literarias y una prosa de extravagante precisión, con guiños infrarrealistas.
A Salvador Corral García se le describe así en uno de los reportes:
Tiene 26 años de edad. 1.63 metros de estatura. Complexión delgada. Color blanco. Pelo castaño, semiquebrado y abundante (acostumbra peinarse de raya). Ojos negros, vivaces y profundos. Nariz roma, grande. Boca regular. Labios gruesos. Barba cerrada. Mentón agudo. El pabellón de la oreja izquierda, más abierto que el de la derecha. Medio jorobado o de espaldas cargadas. Camina en forma peculiar porque tiene los pies planos. Mueve mucho los brazos al andar.
Un oficio interno del 15 de noviembre de 1973 prueba que Corral García era uno de los principales blancos de la cacería, junto con sus hermanos, de los cuales uno, Luis Miguel, también murió tiempo después bajo una granizada de balas policiacas, mientras que el otro, José de Jesús, fue detenido por la DFS el 8 de marzo de 1976.
Desde entonces, José de Jesús se encuentra desaparecido. Su ausencia es testimonio mudo de una verdad: no todos los muertos de la “guerra sucia” tienen una tumba.
Ciudad Juárez, Chihuahua. En virtud de que se señala a Salvador Corral García, de 26 años de edad, originario de Corrales, municipio de Tepehuanes, Durango, como uno de los presuntos asesinos del señor Eugenio Garza Sada y de quien se presumía se encontraba en esta población, elementos de esta Dirección Federal de Seguridad y de la Policía Judicial de Monterrey, NL, se abocaron a su búsqueda, localizándose únicamente a su hermano Roberto Corral García, de 28 años de edad, mismo que fue detenido a las 17:50 horas de hoy en su negocio denominado “Ferretería Industrial”, ubicado en las calles de Ayuntamiento y Central, de la colonia Industrial de esta ciudad, el que quedó detenido en el Primer Batallón de Infantería.Muy respetuosamente,El Director Federal de SeguridadCap. Luis de la Barreda Moreno
Otros expedientes de la pesquisa de los asesinos de Aranguren Castiello y Garza Sada tan sólo contienen notas periodísticas plagadas de eufemismos y que ofrecen poca información. Sin embargo, hay un documento asegurado en 2005 mediante una diligencia solicitada por la investigadora Ángeles Magdaleno “para evitar la mutilación de documentos clave en los trabajos de nuestra memoria histórica”.
Se trata del expediente 11-235-L6, que de la página 163 a la 167 consigna la presencia del guerrillero Salvador Corral García en la Ciudad de México el 1 de febrero de 1974, donde fue interrogado “por el licenciado Julián Slim H., quien se desempeñaba como jefe del Departamento Jurídico de la DFS”.
Este documento demuestra algo que hace más de 30 años se dio como un hecho en los círculos opositores al gobierno, pese a que no se conocían las pruebas oficiales que lo verificaran: el guerrillero Salvador Corral García fue detenido en Sinaloa y llevado a la Ciudad de México para ser interrogado; cinco días después fue asesinado y su cadáver terminó arrojado en San Pedro Garza García, Nuevo León, como tributo de sangre ofrendado por el gobierno priista al empresariado mexicano.
En 2006, tras conocerse los informes con los resultados de las investigaciones especiales de la “guerra sucia” tanto de la CNDH como de la fiscalía especial, éstos fueron menospreciados y criticados prácticamente por todos los involucrados: por un lado, los funcionarios y los ex funcionarios señalados descalificaron las conclusiones, a las que definieron como “tendenciosas”; lo mismo pasó con los familiares de las víctimas y los antiguos guerrilleros, para quienes los reportes eran insuficientes, y sus conclusiones, encubridoras. En suma, la memoria oficial que se intentó hacer de aquellos años turbios recibió pocos comentarios encomiásticos.
En ambos informes hay reportes internos y cientos de testimonios recogidos después de 30 años. En esos documentos están las voces contundentes que confirman, una tras otra, secretos ahora innegables: el hecho de que en la DFS la tortura era un método común de investigación policiaca, que la DFS era la principal máquina represiva del poder y que hubo cientos de testigos y víctimas de sus atrocidades. Luego de ser detenidas —la enorme mayoría de las veces sin órdenes judiciales de por medio—, las personas eran interrogadas con los ojos vendados y se les obligaba a firmar declaraciones y confesiones en medio de amenazas, golpes y tortura mediante la aplicación de toques de corriente eléctrica en los genitales. O se les desaparecía para siempre. Son tantos los casos y tan vasta la documentación al respecto que se necesitarían entre 800 y 900 notas a pie de página para incluir en este libro a cada una de las víctimas.
También aparecen los nombres de casi un centenar de policías que participaron en esta “guerra sucia”: Arturo Durazo Moreno, Salomón Tanús, Jorge Obregón Lima, Francisco Sahagún Baca, Luis de la Barreda Moreno, Francisco Quirós Hermosillo, José Guadalupe Estrella, Florentino Ventura, Miguel Nazar Haro… Sin embargo, un nombre que nunca se menciona en los informes históricos de la CNDH ni de la fiscalía especial es el de Julián Slim Helú, quien ni siquiera fue citado a declarar como testigo, como sí sucedió con la mayoría de los policías de la DFS.
Después de tener en mis manos los documentos oficiales en que se revelaba que Julián Slim Helú interrogó a Corral García antes de que fuera asesinado y tirado en una calle de San Pedro Garza García, Nuevo León, pregunté a varios sobrevivientes de esos años, como los ex guerrilleros Héctor Escamilla Lira, Elías Orozco, Alberto Sánchez y Manuel Saldaña, si habían oído hablar del policía Slim Helú. Ninguno lo recordaba bien. Sólo alcanzaban a señalar que al parecer se trataba de un pariente, “primo o tío lejano de Carlos Slim Helú”, que —al parecer—, después de estar en la DFS, se había incorporado como comandante a la PGR y de quien luego no se volvió a saber nada.
El apellido Slim Helú sí ocuparía un lugar en la memoria nacional, pero en la década de 1990, por la venta de Telmex, la empresa paraestatal más importante de todas las que privatizó el régimen priista en su recta final, antes de que llegaran el año 2000 y la transición democrática a México.
El 27 de mayo de 2008, por medio del Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), solicité a la PGR el expediente laboral de Julián Slim Helú, en caso de que existiera. El 3 de julio, la Unidad de Enlace de la PGR me respondió: sí existía un expediente de un policía con ese nombre, pero no podía entregarlo debido a que era información confidencial.
Apelé la decisión de la procuraduría con el argumento de que el policía Slim Helú ya no estaba en funciones y habían transcurrido los 20 años reglamentarios para mantener bajo reserva cualquier documento catalogado como confidencial.
Convencida de que debía hacerse pública esa documentación, la entonces comisionada del IFAI María Marván Laborde tomó el caso y me ayudó a ganar el recurso de revisión, un año después. El IFAI exigió a la PGR que me entregara el expediente, donde constaba que Julián Slim Helú inició labores como primer comandante de esa dependencia el 16 de junio de 1983 y renunció el 7 de junio de 1984, una semana después de la muerte de Manuel Buendía Tellezgirón, entonces el columnista político más influyente de México, asesinado por un pistolero contratado por la DFS.
De acuerdo con el expediente, Julián Slim Helú tenía el cargo de primer comandante de la Policía Judicial Federal. Estaba adscrito al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y su clave de cobro era la número 17007011500.0. Recibía un sueldo mensual de 21 mil 240 pesos y un sobresueldo de 7 mil 434 pesos. En el rubro de “Percepciones extraordinarias variables” se lee que, además, le pagaban una “compensación adicional por servicios especiales de 47 mil 326 pesos”; es decir, una cantidad mayor que la cifra conjunta del sueldo y sobresueldo que recibía. En total sus ingresos alcanzaban los 76 mil pesos mensuales.
Los cheques que cobraba estaban firmados por Carlos Madrazo Pintado, hermano ya fallecido del candidato presidencial priista en 2006, Roberto Madrazo Pintado.
Además, el comandante Slim Helú contaba con un seguro de vida por un millón de pesos, contratado con la Aseguradora Hidalgo.
En el documento que conseguí a través de la Ley de Transparencia se consigna que Julián Slim Helú recibió su cartilla militar el 18 de marzo de 1952, tras acudir a 50 sesiones del Ejército mexicano y ser calificado positivamente por su conducta, aplicación y aprovechamiento. […]
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F
ructuoso Pérez Galicia, el amigo de Carlos Slim Helú, me contó en 2009 que entre Julián y Carlos había una excelente relación de hermanos, que Julián se dedicó durante la década de 1990 a trabajar en un despacho de abogados y que ofrecía asesorías de seguridad a las empresas de su hermano Carlos, además de que tenía un rancho en Veracruz donde pasaba largas temporadas.
—¿Usted conoce a Julián Slim?
—Sí, claro. Yo estimo mucho a Julián.
—¿Cómo es?
—Es abogado. Y bueno, toda la familia Slim es gente muy decente, muy sencilla. Sencillísimos. Una cosa que nadie cree, de verdad.
—¿Cómo se llevan Julián y Carlos Slim?
—Perfecto. Se llevan muy bien.
—¿Qué hace Julián actualmente?
—Julián tiene un despacho y aparte creo que tiene unas… vamos a decir “asesorías”, así, entre comillas, para su hermano Carlos.
—¿Cómo es físicamente Julián? ¿Se parece a Carlos?
—Se parecen mucho. Julián es muy tranquilo. Una gente muy culta.
—¿Cómo cree que maneje Julián que su hermano menor sea más reconocido que él?
—No, para nada hay envidias ni nada de eso. Hay un verdadero entendimiento de quién es Carlos.
—¿Y cómo son los otros hermanos de Carlos?
—El único que le queda es Julián.
—¿Y Julián participa de alguna forma en los negocios?
—Yo no sé qué tanto, pero imagino que algo. Por ejemplo, el hijo de Julián es Héctor Slim Seade, el actual director de Telmex. Y otro hijo de Julián, Beto Slim Seade, es quien maneja los hoteles Calinda.
—¿Qué dice Carlos de la época de juventud en que Julián estuvo como policía en la DFS y en la PGR?
—Carlos nos platicaba que era muy inquieto y que andaba en ese medio porque le gustaba.
—Pero era un mundo de muchos riesgos.
—No, pues sí, el mundo es peligroso siempre para todos los que andan entre las patas de los caballos.
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G
ustavo Hirales Morán fue uno de los dirigentes de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Junto con Ignacio Salas Obregón, Ignacio Olivares y Salvador Corral García formaba parte de la dirección colectiva del principal grupo guerrillero de la década de 1970. De todos, es el único que no está muerto o desaparecido. […]
Busqué a Hirales no sólo por su participación y su conocimiento directo en la “guerra sucia”, sino también por la fama de su imparcialidad a la hora de analizar aquellos hechos. Sobre todo quería hacerle una pregunta que me asaltaba respecto del comandante Slim Helú, cuya historia he reporteado durante mucho tiempo para este libro.
La pregunta que me rondaba era: ¿se podía ser un buen policía estando en la DFS?
Primero hurgué en los recuerdos de Hirales sobre Salvador Corral García, el dirigente guerrillero que apareció muerto en San Pedro Garza García, Nuevo León. Hirales me dijo que Corral García era chaparrito, de cuerpo macizo y que, serio y cauteloso a la hora de hablar, sus formas no correspondían a las del estereotipo norteño. También me dijo que tuvo “una muerte muy hija de la chingada” porque fue sacrificado en honor de los industriales de Nuevo León. Para precisar, le pregunté si creía que la DFS mató a Corral. —¿Quién más? —me respondió un poco agitado—. Si yo lo tengo y luego aparece muerto… si no fui yo, ¿entonces quién?
Luego mencioné a Julián Slim Helú y me dijo que el hermano de “don Carlos” era uno de los libaneses de la policía política —otros eran Nazar Haro, Tanús…—, pero que, al igual que ahora, en aquellos años Julián no era un policía muy conocido.
—¿Por qué cree que no era tan conocido?
—Retrospectivamente pienso que Julián Slim se cuidaba mucho para no afectar a su hermano, que ya empezaba una carrera empresarial.
—¿Se podía ser buen policía en la DFS?
—Mira, por ejemplo, muchos dicen que Luis de la Barreda, director de la DFS, fue un buen policía porque él no torturaba directamente. O sea, era un buen policía con el que llegabas a hablar después de que te pasaban por cuatro vías distintas de tortura que otros realizaban. Eso me pasó a mí. Nadie me lo contó. Hay muchos casos conocidos. Por ejemplo, delante de Luis de la Barreda colgaron herido de un disparo a José Luis Moreno, hasta que se le pudrió el brazo y se lo tuvieron que cercenar. Si eso es la medida para ser buen policía, entonces él era un buen policía, pero en esos años quien fuera policía de la DFS torturaba, por lo menos.
—¿Pudo haber salido un buen policía de la DFS?
—La DFS fue cantera de los jefes del narco. Miguel Félix Gallardo, Amado Carrillo, muchos capos de la droga estuvieron ahí… ¿Dónde están los buenos policías? Yo no sé.
* * *
P
ese a ser el hermano más cercano del mexicano más rico del mundo, Julián murió como vivió: entre las sombras. Carlos Slim es muy escueto a la hora de responder sobre el papel de su hermano en la historia política reciente de México.
—A nadie de la familia le gustaba que estuviera en el gobierno. No te puedo decir algunas cosas, pero lo que sí te puedo decir es que ahí donde te hablaba de los valores, es que estando en los puestos en los que estuvo, en el aeropuerto donde entra contrabando, fue una gente muy honesta, porque él tuvo que vender propiedades de las que le tocaron de la familia, para mantenerse. Cuando nos casábamos, mi mamá nos regalaba una casa, tú sabes. Yo hice un edificio. Y después nos repartimos propiedades y él tuvo que vender propiedades para tener un ritmo de vida razonable. O sea que es de los pocos políticos, bueno, no sé, hay muchos, que en lugar de ganar, le cuesta dinero lo que hace. Pero, insisto, a nadie le gustaba que estuviera en eso.
fuente.-
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