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martes, 4 de agosto de 2015

CASI LISTA la "RENOVACION del PRI"...por "DEDAZO" y al mas puro estilo "PRIISTA".


Para algunos militantes del PRI, su retorno al poder no implica la reedición de instituciones autoritarias como el “dedazo”. Pero un documento salido de la casa presidencial confirma que Peña Nieto trata de imponer al jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, como sustituto de César Camacho, al frente del priismo.
Como en los viejos tiempos, el 25 de julio el presidente de la República festejó las recientes victorias electorales en la sede del PRI. Y como entonces, prácticamente dio la señal para que se inicie la sucesión en la dirigencia del partido. Sólo que les pidió a quienes ya se apuntaron que no se adelanten, pues “no hay espacios para proyectos personales”.
Se menciona a cinco aspirantes: Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, César Duarte, José Reyes Baeza y Aurelio Nuño.
No obstante, de acuerdo con un documento de Los Pinos al que este semanario tuvo acceso, Nuño tiene el apoyo del presidente Enrique Peña Nieto para dirigir a su partido porque –se indica en el texto– “proyecta una imagen joven, del nuevo PRI”.
Según el documento, el lugar de Nuño como jefe de la Oficina de la Presidencia podría ser ocupado por el actual secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, o también por Andrés Massieu Fernández, coordinador de Estrategia y Mensaje Gubernamental de la Presidencia de la República e hijo de Andrés Massieu Berlanga, quien fuera secretario particular del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Nuño debería cumplir los requisitos de los estatutos partidistas. El artículo 156 señala que los candidatos a dirigentes deben tener 10 años de militancia fehaciente y haber desempeñado algún cargo de dirigencia. En ninguna de sus biografías públicas, incluida la del portal de la Presidencia, aparece el historial priista de Nuño.
Sin embargo, el joven aspirante puede beneficiarse del “dedazo” presidencial porque, según Peña Nieto, los nuevos tiempos requieren que el PRI atraiga al electorado urbano, de clase media y universitario.
En el encuentro con la dirigencia del PRI el 25 de julio, el presidente pidió la renovación generacional del partido para conquistar el voto que se le escapó en la elección intermedia del 7 de junio:
“Es momento de que el PRI actualice su organización y estructura para reflejar las nuevas condiciones y dinámicas sociales del país. Es momento de que el PRI regrese a las universidades, que despierte nuevamente el entusiasmo de la juventud.
“Es tiempo y oportunidad de que nuestro partido sea un espacio de participación para los jóvenes talentosos, comprometidos con su país. Es tiempo de que el PRI renueve su misión ética y social en favor de los menos favorecidos, de los que padecen hambre y viven en marginación.”
Días después, en una entrevista radiofónica, el líder de los diputados federales de ese partido, Manlio Fabio Beltrones, quien ya declaró su interés por dirigirlo, dijo que tal renovación no es una cuestión generacional sino de capacidades y de proyectos.
La crisis
Las palabras de Peña Nieto aludieron implícitamente a los problemas que el PRI resintió en las recientes elecciones, al no convencer a los electores jóvenes del sector urbano ni superar la mala evaluación de la actual administración presidencial, que le hizo perder cerca de 2 millones de votos en los recientes comicios intermedios.
Desde 2006, cuando tuvo sólo 26% de los votos, el PRI no había registrado una votación tan baja como la obtenida el pasado 7 de junio, cuando obtuvo 11 millones 638 mil 675 sufragios, equivalentes a 29% de los 39.87 millones que definieron la elección para renovar la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas, así como los congresos y presidencias municipales en 16 entidades.
Aunque Peña Nieto celebró que el PRI alcanzara la mayoría relativa en la Cámara de Diputados –que consideró como “un referéndum” sobre la aprobación de las reformas estructurales–, el PRI perdió 66 presidencias municipales, 25 diputaciones locales y las gubernaturas de Querétaro, Michoacán y Nuevo León.
El PRI tampoco ganó la simpatía de los jóvenes de 18 a 38 años, que representan 45% del electorado. Una encuesta de salida realizada en los comicios del 7 de junio por la empresa Parametría señala que 40% de quienes votaron por candidatos priistas a diputados federales tienen 56 años o más.
De igual forma, 49% de las personas que manifestaron no tener estudios dijeron haber votado por el PRI, así como 42% de los que sólo cursaron la primaria. En la encuesta mencionada se observa que, conforme aumenta la escolaridad, disminuye la intención de voto por el tricolor.
En términos generales, se considera que el 7 de junio el voto duro del PRI bajó cerca de 15%, al perder cerca de 2 millones de votos, y dejará de gobernar a 10 millones de mexicanos.
Dulce María Sauri, expresidenta nacional de ese partido, considera que éste salió “tablas” porque mantuvo más o menos el número de sus diputados y conservó el número de sus gubernaturas.
Sin embargo, advierte que la situación política del PRI está “sostenida de alfileres, con piezas muy frágiles”, pues su 29% de votos, y sobre todo la distribución espacial por segmento poblacional y por grupo o clase social, representan potenciales problemas.
Desde su punto de vista, el partido y sus candidatos no lograron convencer a amplios sectores urbanos en la elección intermedia. Como ejemplo, cita la amplia derrota que sufrieron en la zona metropolitana de Guadalajara:
“Ahí no pudo obtener la mayoría del voto de los jóvenes y primeros votantes, sino de las personas adultas mayores. Volvió de nuevo el perfil del votante promedio del PRI: baja escolaridad, menores niveles de ingreso y habitante de colonias populares o de poblaciones rurales, principalmente. Eso no sucedió en 2012, cuando la candidatura de Enrique Peña Nieto tuvo aceptación entre votantes de clase media urbana.”
El mismo problema detecta en dos estados con gobernadores priistas: Querétaro y Jalisco.
“El primero tiene uno de los gobernadores mejor calificado por sus conciudadanos, lo cual no fue suficiente para refrendar el triunfo de 2009. El segundo, Jalisco, con elecciones municipales y de Congreso local, registró la mayor derrota priista en zonas urbanas, pues Movimiento Ciudadano, que dio cobijo al grupo político vinculado a Enrique Alfaro, arrasó en la zona metropolitana de Guadalajara, se llevó un buen número de diputados al Congreso del estado y logró influir significativamente en las elecciones de legisladores federales.”
La exgobernadora de Yucatán observa que fue evidente que los votantes de clase media de las zonas urbanas se alejaron del PRI o castigaron el desempeño de las autoridades de ambos estados, y considera que sin este sector de la población el partido no podrá ganar la elección presidencial de 2018.
Al respecto, el especialista en temas electorales Jorge Alcocer coincide en que las próximas elecciones parecen inciertas para el PRI “porque tiene una tendencia a la baja en los votos conseguidos, y porque tiene un electorado viejo, muy amaestrado en sus propios vicios”.
Peña, factor electoral
Sauri presidió el PRI en 2000, cuando por primera vez en su historia de 71 años perdió la Presidencia, con su candidato Francisco Labastida Ochoa.
Con base en esa experiencia, señala que para las siguientes elecciones, incluyendo la presidencial de 2018, los resultados de gobierno de Peña Nieto influirán mucho en las posibilidades de victoria:
“La incertidumbre económica, la inseguridad y la corrupción podrían crear un ambiente poco favorable a las candidaturas del PRI, que tendrá una fuerte competencia en todas y cada una de las elecciones de gobernador que se celebrarán en los próximos tres años.”
Sostiene que el PRI puede seguir aprovechando los conflictos internos de la izquierda para avanzar, así como la incapacidad que el PAN ha mostrado para reconstruirse después de la derrota en la elección presidencial de 2012. Pero advierte que esto tiene un límite, como se mostró en los casos recientes de Colima y San Luis Potosí, ambos gobernados por el PRI, donde los candidatos del PAN estuvieron a punto de llevarse el triunfo.
En este sentido, Jorge Alcocer sostiene que si bien el gobierno de Peña Nieto en apariencia gozará de tres años de tranquilidad legislativa, de comodidad porque tiene asegurados los votos para aprobar el presupuesto y sacar las leyes secundarias pendientes, no será lo mismo para el partido.
“En la perspectiva de los próximos tres años –explica– se percibe incertidumbre para afrontar las 12 elecciones de gobernador que habrá el año entrante, otras tres en 2017 –siendo la más importante la del Estado de México– y las elecciones en 2018, en las cuales además de elegir presidente, diputados federales y senadores, habrá comicios en 19 estados, de los cuales nueve van a elegir gobernador.
“Por eso digo que el gobierno de Peña va a tener tranquilidad legislativa y para el PRI será la incertidumbre de cara a las elecciones que vienen.”
Un error, el nuevo “dedazo”
En el ya citado documento elaborado en Los Pinos, se menciona a Aurelio Nuño como el aspirante idóneo para sustituir en la presidencia del PRI a César Camacho, que se va a la Cámara de Diputados.
En cuanto al líder de la bancada priista, Manlio Fabio Beltrones, está considerado como relevo en las secretarías de Agricultura, Energía o Economía.
No obstante, Sauri opina que la nueva dirigencia del partido debe mantener distancia con Peña Nieto, no repetir el tradicional “dedazo”, y definir con autonomía las reglas del juego interno para elegir candidato a la Presidencia de la República.
“No coincido con la apreciación de que el triunfo del PRI trajo de vuelta la facultad presidencial de designar a su sucesor –abunda Sauri–. Desde 1987 ésta registró un acelerado desgaste, que se hizo patente en 1993, 1994 y con particular intensidad en 1999.
“El presidente y el PRI tendrán que diseñar una estrategia que conjugue el aprendizaje de 2006 y 2012, un fracaso y un éxito, para construir candidaturas realmente competitivas, frente a un electorado cada vez más escéptico respecto al gobierno y los partidos en general.”
Aclara que “el reto externo está vinculado a los resultados obtenidos por el gobierno surgido de sus filas. El PRI tiene la responsabilidad política de sostenerlo, de apoyar las políticas y los programas que impulsa.
“El partido y el presidente tienen una relación de mutua dependencia: uno no es fuerte sin el otro. Pero el PRI tiene muchas formas de fortalecer a la figura presidencial, que no pasan necesariamente por la incondicionalidad. Y el presidente tiene también caminos para fortalecer a su partido respetando la ley y dando buenos resultados de gobierno.”
La entrevistada sostiene que las divisiones internas y las imposiciones se pueden convertir en un “veneno” para el PRI. Por eso, dice, tendrán que tejerse alianzas y negociaciones, en las cuales el presidente será una parte fundamental, pero no la única.
“Su comprensión del proceso inédito que enfrentará y su actitud frente a éste serán claves para lograr una candidatura con posibilidad de competir frente a otros partidos o candidaturas independientes”, resume.
–¿Qué tipo de liderazgo requiere el PRI? –se le pregunta.
–Un liderazgo que comprenda la magnitud del reto que tiene ante sí, que tenga experiencia política y disposición de ponerla al servicio del partido, que sepa reconocer a los interlocutores y negociar, internamente con los distintos interesados en la candidatura presidencial y sus grupos, y hacia afuera con otras fuerzas políticas.
Para ella, el próximo líder priista tampoco puede ser una simple correa de transmisión de las instrucciones reales o supuestas del presidente.
“Tiene que poseer la disciplina necesaria, pero no puede ser un incondicional ni verse como un subordinado. Debe erigirse en árbitro de la contienda interna. Para que no haya duda alguna, deberá restablecerse el candado estatutario que le impida aspirar a la candidatura presidencial. Será su escudo protector frente a las tentaciones futuras y los cuestionamientos de los aspirantes.
–¿Cree que Peña Nieto busque más a un incondicional que no le cause ruido por su liderazgo?
–Si busca un incondicional, correría el enorme riesgo de equivocarse cuando ya no pueda corregir el rumbo. Una dirigencia del partido percibida como subordinada acríticamente a Los Pinos limitaría el propio margen de maniobra del presidente; eliminaría mediaciones indispensables en los conflictos internos; no podría repartir el juego entre los participantes y, lo peor, nadie le creería. ¿Para qué le serviría así al PRI y al presidente?.
Fuente.-

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