México
es uno y, al mismo tiempo, muchos países distintos.
Existe
el México de los millones de pobres, ese México de la mayoría que quiere pero
no puede. También existe el México de la clase media que quiere y puede, pero
no le alcanza, pues es todavía muy pequeño.
Y
existe ese tercer México que puede… pero no quiere. El México de las élites, de
los cotos de poder y los privilegios. Un México lleno, hasta sobrado, de
recursos materiales pero carente de la voluntad necesaria para cambiar las
cosas. Ese es el México mafioso. No puedo llamarlo de otra manera.
La palabra es dura pero
sí hay un México mafioso. Mafioso en el sentido amplio del término. La mafia
entendida como la define Diego Gambetta: el
estado de fuerza, el dominio del hombre fuerte. El comercio de la fuerza y la
protección.
No
exagero, hechos recientes lo confirman:
Hace
unas semanas, en Guerrero, un padre de familia cuelga en la plaza pública una
manta pavorosa:
“Le pedimos de favor ayúdenos a dar con el
paradero de nuestros hijos porque este mal gobierno no ha sido serio con
nosotros”.
La
petición es para que un líder del Cártel de Los Rojos les dé respuestas sobre
su hijo desaparecido hace ya seis meses en Ayotzinapa. Respuestas que las
autoridades, desde el Ministerio Público hasta el Presidente, han sido
incapaces de proporcionar.
En Sinaloa, el Director
de la minera canadiense McEwen Mining,
propietaria de la mina El Gallo, denunció que la compañía tiene que pedir
permiso a los cárteles que controlan la sierra para que se les permita
trabajar:
“Los cárteles están ahí. Generalmente
tenemos una buena relación con ellos. Si queremos ir a explorar a algún lado,
les preguntamos, y te dicen: no, pero regresen en un par de semanas después,
cuando terminemos lo que estamos haciendo.
En
Oaxaca, la fracción más radical de la Coordinadora nacional (CNTE) decide
cuando sí y cuando no, pueden impartirse clases en las escuelas públicas del
estado.
Casos aislados, han
dicho las autoridades. Error de interpretación, dijo el mismo McEwen para desdecirse de sus declaraciones ante
el temor de verse involucrado con el crimen organizado.
Casos
concretos que son la encarnación de una realidad más complicada y dura. La
realidad de un país en el que no gobiernan las instituciones sino las mafias. Y
como el estado es incapaz de ofrecer respuestas, entonces, como lo hiciera el
padre de familia guerrerense, habrá que pedírselas a la mafia.
…
Hace
unas semanas, el Instituto para la Economía y la Paz presentó el Índice de Paz
2015 para México. Los datos son, otra vez, preocupantes.
En
el balance México apenas mejora en sus niveles de paz, seguimos 18% debajo de
los niveles registrados en 2003. El estado más pacífico del país es Hidalgo y
la zona metropolitana más violenta es Culiacán, Sinaloa.
Sin
duda hay avances relevantes, como la reducción de 30% en la tasa de homicidios
en los últimos dos años.
Pero
seguimos muy lejos de los niveles de paz y convivencia civilizada a los que
debe aspirar un país que se dice democrático como el nuestro.
Los
focos rojos van desde la posible la cancelación de las elecciones federales de
2015 en ciertos municipios del país dominados por el crimen organizado; el
estado de censura en que trabajan la mayor parte de los medios de comunicación
de muchos estados como Tamaulipas, Michoacán, Veracruz, Quintana Roo o Sinaloa;
y el férreo control de Oaxaca, Guerrero y Chiapas por los movimientos
magisteriales mientras la SEP y sus gobernadores dejan pasar.
También
es cierto que hay señales de aliento: los homicidios siguen bajando, aunque
analistas serios coinciden en señalar que dicha tendencia no obedece a la
acción coordinada de las autoridades en materia de eficacia policía,
procuración y administración de justicia, sino a otros factores más bien
inerciales como la disminución de la rivalidad entre carteles.
Mucho
de esta situación puede explicarse con el reconocimiento de la existencia de
ese México mafioso que corrompe, extorsiona, coopta, asesina, secuestra. Ese
México que los gobiernos de todos los niveles se empeñan en negar ante la
opinión pública cuando en realidad forman parte de sus filas.
No
podemos olvidarlo: para que la mafia se fortalezca se necesita una estructura
institucional formal que la posibilite.
Las
movilizaciones violentas, así como el control y comercio de plazas que ejerce
la Coordinadora en el sur del país sería imposible sin los recursos que la SEP
les proporciona. Los carteles del narcotráfico no existirían sin la protección
de policías, jefes de seguridad, alcaldes y gobernadores. Piense usted: allí
donde existe un mafioso del lado oscuro, hay siempre un cómplice del lado
“claro”.
Ese
México mafioso es el responsable directo de muchos de los retrocesos y los
pocos avances de este país en materia económica y política. Curiosamente, es un
México pequeño en términos poblacionales, pero es grande en poder y dinero. Muy
grande.
Ninguna
nación logra avanzar a la velocidad correcta si permanece cooptada por las
élites y las mafias. Es urgente y necesario que los mecanismos de acceso y
control del poder se democraticen. Para ello tenemos que desarticular, una por
una, a esas mafias que nos explotan a diario. Son grandes, pero tampoco son
invencibles.
Veo
a dos actores fundamentales para ello. Por un lado hacen falta medios de
comunicación independientes dispuestos a la investigación y difusión de los
hechos de corrupción, crimen organizado, tráfico de influencias y conflictos de
interés. Es cierto, no hay garantías para el ejercicio, pero la verdad es que
no hay de otra.
Hace falta también una
ciudadanía dispuesta a la denuncia. Una ciudadanía comprometida con evidenciar
y señalar a los líderes de esas mafias. Por supuesto, también con los precios
que eso implica. A veces no se necesita gran cosa, basta recordar el caso del
ciudadano cuyas fotos llevaron a la renuncia de David
Korenfeld, titular de CONAGUA, por hacer uso privado de un
helicóptero público.
Otras veces los precios
son mas altos, recordemos a los bloggersmuertos y
desaparecidos de Valor por Tamaulipas. Sin ellos
seguramente el amplio operativo de seguridad en ese estado no existiría.
Los
ciudadanos de a pie tienen la opción de hacer la diferencia en un país donde
los grandes medios hacen gacetillas de los gobernantes, la oposición calla
mientras recibe dádivas y la mayor parte de los líderes empresariales son parte
del discurso oficial.
Se
sabe también y es obvio: las mafias no suelen encontrar oposición en las
estructuras que controlan. El comercio de la protección y los privilegios es un
argumento difícil de refutar. Más bien las mafias suelen toparse con la
ciudadanía organizada, con una sociedad civil vibrante.
Cierro.
Frente a ese México
mafioso, la responsabilidad toca a medios independientes y ciudadanos. Sirve
recordarlo en épocas electorales, que los mesías y salvadores ya mostraron de
qué están hechos.
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