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Para
ir hacia delante, el presidente Enrique Peña Nieto utilizó en el destape de su
designado líder del PRI un método con olor a naftalina. Primero dejó que
surgieran las voces el jueves en el partido que Enrique Ochoa sería el ungido,
y el viernes envió todo el corporativismo tricolor para que lo apoyaran: el
Sector Obrero, con la CTM a la cabeza, el Campesino y el Popular, donde cabe
todo lo demás que pueda afiliarse clientelarmente.
Para apuntalar al
designado, Peña Nieto utilizó lo que se pensó había dejado atrás el PRI, las anacrónicas
prácticas de la cargada. No parece haber tenido de otra el Presidente. La
imposición cuesta, pero podría uno deducir que sus beneficios son mayores que
los costos.
El presidente Miguel de
la Madrid tuvo que recurrir a las figuras del partido en 1987 para persuadir al
líder obrero Fidel Velázquez horas antes del destape, que Carlos
Salinas era el mejor candidato que tenía el PRI para continuar el modelo
económico que habían puesto en práctica desde 1985—el neoliberalismo.
De la
Madrid no sólo necesitaba a alguien cercano –también lo era su secretario de
Gobernación, Manuel Bartlett-, sino que ideológicamente estuviera comprometido
con su proyecto de cambio. La designación de Ochoa se da bajo el mismo método
de costo-beneficio. Lo explicó muy bien Juan Gabriel Valencia el sábado pasado
en un artículo de prensa: “Con su presidencia… el PRI habrá de recuperar algo
que perdió hace muchos años: su capacidad de debate público (y) la posibilidad
de intentar diseños racionales de ingeniería institucional”.
Ochoa tiene, en efecto,
esos atributos dialécticos y el equipaje para irrumpir con fuerza en la arena
pública y defender sólidamente el proyecto peñista. Como Salinas lo estaba en
1987, está ideológicamente comprometido con el proyecto y participó directamente
en la elaboración de una de las reformas –la educativa-, y en la implementación
de otra –la energética-. Las dos son las piedras angulares de las reformas de
Peña Nieto, quien con la designación del ex director de la Comisión Federal de
Electricidad vuelve a subrayar que ya sea porque fue convencido o porque
realmente entiende lo que está haciendo, su proyecto de nación es lo mejor para
el país.
Claramente, a Peña Nieto
le importa poco lo que esto significa para el país. Sus reformas, como lo son
todas aquellas iniciativas que alteran el status quo, generaron resistencias,
aunque llama la atención que la oposición sea de 360 grados, lo que no es
usual. Todos los sectores políticos, productivos y sociales están en su contra,
lo que le abrió flancos a su alrededor. Sus reformas han sido acompañadas por
variables que no tienen que ver con el cambio, sino con la regresión.
El Estado de Derecho se
encuentra en una de sus mayores debilidades de los últimos 20 años, mientras
que la corrupción y la impunidad recuperaron el vigor de antaño, de acuerdo con
todos los indicadores. Dentro y fuera del país, la visión que tiene Peña Nieto
de él y de su gobierno no es compartida. Más del 80% de los 120 millones de
mexicanos piensan lo opuesto –de ese tamaño es la desaprobación a la forma como
gobierna-, y las críticas y tensiones con varios gobierno e instituciones
internacionales, enfatizan la disfuncionalidad de sus relaciones con el mundo.
Peña Nieto, como el viernes pasado, es refractario a todo.
La designación de Ochoa
fue a contracorriente de las realidades objetivas que lo rodean. El viernes
pasado se refirieron aquí las pérdidas electorales que ha sufrido el PRI en los
dos últimos años como desgaste de la figura presidencial y sus políticas. Y el
fin de semana se vislumbraron las fracturas internas en el PRI, en donde
sobresale una poco observada, la de Ricardo Aguilar, que en el estado de México
fue uno de los operadores políticos y electorales más cercanos al entonces
gobernador Peña Nieto. “No queremos candidatos que al ser postulados, los
primeros sorprendidos en conocer su supuesta militancia seamos los propios
priistas”, dijo Aguilar, uno de los operadores de la maquinaria electoral
mexiquense.
La crítica de Aguilar al destape de
Ochoa refleja la descripción del articulista Valencia, quien apuntó sobre su
llegada a la presidencia del PRI: “Es toda una reconfiguración del grupo
gobernante y, cabe decir, del estilo de contienda y del modo decisorio hacia
2018”. Sería aventurado y muy prematuro interpretar los hechos y las palabras
como la definición de la candidatura presidencial del PRI dentro del gabinete
económico, pero está claro que esa decisión se hará de forma excluyente.
Aguilar es reflejo del resentimiento al sectarismo de la decisión de Peña
Nieto. Sin embargo, no hay nada novedoso en el manejo cupular y herméticamente
cerrado con el que se ha manejado junto con su presidencia tripartita,
de la que Ochoa ha sido uno de sus gladiadores.
La reconfiguración del
equipo gobernante como clan, es la toma del control total de todos los órganos
de control político a disposición del Ejecutivo y de la presidencia
tripartita. Fuera el último contrapeso, Manlio Fabio Beltrones, todo es de
ellos y para ellos. Peña Nieto irá con su grupo cerrado al 2018. Si el país
grita, que vocifere en las urnas. Si no los quiso oír durante tres años y
medio, menos ahora, que se ha pintado de guerra para ir por todo contra todos.
Fuente.-@RivaPa/
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