El viernes pasado escuché que había un tiroteo en calles de la colonia Anzures. Ese día, poco antes de las nueve de la mañana, dos agentes que circulaban a bordo de una motocicleta, sobre la congestionada avenida Thiers, vieron salir de unas oficinas a un hombre con uniforme de custodio.
Les señaló a tres sujetos que huían en una motocicleta negra. “¡Me robaron una nómina que iba a entregar!”, les gritó.
Vargas, el agente que conducía la motocicleta, serpenteó entre el tráfico. Los asaltantes se internaron en Kepler, hacia Ejército Nacional, y luego giraron hacia el Circuito Interior.
En la esquina de Leibnitz, Vargas intentó emparejarlos. Dice que pensó apagarles la motocicleta oprimiendo el botón de arranque. Uno de los asaltantes le tiró un manotazo e intentó derribarlo.
La moto negra se alejó unos tres o cuatro metros. En ese instante, el tercer pasajero volteó hacia atrás. Vargas vio el cañón de una .9mm. Sonaron los primeros dos disparos.
“Sentí un golpe en el casco”, recuerda. “No lo traía bien ajustado, pero no se cayó, solo se levantó. Me lo acomodé, y seguí tras ellos”.
En ocho años en la corporación, el agente no había estado nunca en un tiroteo. Mucho menos había enfrentado a un hombre dispuesto a matarlo.
No sabe lo que sintió.
“Coraje, enojo, frustración... ‘Estos vienen dispuestos a todo’, dije”.
Bajó la marcha de su motocicleta y reportó vía radio al Sector Tacuba: “Moto negra, Yamaha, tres personas, voy en su persecución”.
“De momento solo pensé en no perderlos –dice–. Los vi sorteando coches, metiéndose por las calles, acelerando, cada que podían, a más de 100 kilómetros por hora”.
Vargas acababa de entrar al turno. A las 6 de la mañana se formó, rindió honores a la bandera, pasó lista y revista. Salió de la división regional Miguel Hidalgo, ubicada en México-Tacuba y Mar Arábigo.
Antes de iniciar un recorrido de 15 o 16 horas al lado de su compañero –Antonio–, le puso a la moto diez litros de gasolina.
La ciudad iba despertando. Vargas y su compañero recorrieron, como siempre, avenidas principales. A las 6:30 del viernes todavía es posible hallar en las calles los estragos que deja el borrachazo de la noche anterior: choques, atropellados, gente que se queda dormida en los semáforos.
Instantes más tarde la metrópoli despierta y se atasca en medio de un concierto de smog y claxonazos.
Ese día los asaltantes habían hecho una cita para una entrevista de trabajo en la empresa que iban a asaltar. Sabían que a las 9 de la mañana llegaba una camioneta de valores con alrededor de dos millones de pesos en efectivo. El conductor de la Yamaha MT-03 esperó a sus cómplices en la calle, con el motor encendido.
Adentro, estos sometieron al custodio de la camioneta de valores y al empleado de seguridad.
Para su mala suerte, Vargas y Antonio habían elegido recorrer un tramo que a esa hora suele ser un desastre vial.
Desde que el atraco fue dado a conocer por radio, varias patrullas del sector se sumaron a la persecución. Pero en medio del tráfico la moto negra las burlaba sin ningún problema.
Por Circuito Interior, los asaltantes llegaron a las inmediaciones de Avenida de los Maestros y el Hospital Rubén Leñero. Siguieron de largo rumbo a Camarones. A veces circulaban en sentido contrario, incluso por la ciclovía.
“Tomaron Eulalia Guzmán. Ahí aventaron al suelo una mochila o algo. Creo que lo hicieron con la esperanza de que me detuviera. Pero no me despegué. Entonces dispararon dos veces más. ‘Hijos de la chingada’ pensé, y apreté el acelerador”.
Para entonces el sonido de las sirenas –de unas 10 patrullas– era de escándalo. El conductor de la moto negra no aguantó la presión. Se derrapó. La moto le cayó encima. Antonio lo aseguró.
Los otros dos cruzaron la calle y echaron a correr en sentido contrario por Camarones. Vargas fue tras ellos. Tomó una ligera ventaja con la moto y avisó al C-2: “Apóyenme. Voy a hacer la detención”.
Bajó de la motocicleta, desenfundó el arma y corrió tras ellos. Solo logró asegurar al hombre que había disparado. Llevaba dos bolsas de dinero y una 9 mm. El otro huyó por Norte 73.
“Pensé: ‘No estoy herido, tenemos a dos, tenemos la moto, tenemos el dinero… Todo salió bien”.
“Llévate el dinero. Es mucho dinero. Déjame ir por favor”, le dijo el que había disparado.
Pero Vargas lo puso bocabajo y lo esposó.
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