El nombre del rancho no podía ser más sugerente: “Parceros”. Sí, como en la jerga colombiana, “amigos”, “carnales”, “compas”. Pero la madrugada de ayer, al parecer, esos “parceros” no llegaron a saludar ni a compartir cafecito, sino a repartir plomo. La propiedad de Gildardo Maldonado Guzmán, alcalde electo de Jáltipan, Veracruz, por Movimiento Ciudadano, amaneció convertida en blanco de una ráfaga de balas que dejaron su fachada como coladera.
El edil, conocido precisamente por el apodo de “Parcero”, contó que él ni estaba en el pueblo cuando tronó la cosa; se encontraba en Xalapa, dizque en un taller en el Congreso. Según relató, fueron sus trabajadores quienes lo llamaron para decirle que las balas estaban haciendo “curso intensivo” de perforación. Nadie salió herido, pero el susto se instaló como huésped permanente.
Y ahí vino la explicación institucional, la misma de siempre: “Creo que es lo que estamos viviendo en todo el país”, soltó Maldonado, resignado, casi filosófico. Porque claro, ya no es que te balaceen a ti, es que “así está todo México”. El argumento zen de la violencia nacional: si todo se incendia, ya qué tanto importa una chispa más.
El “Parcero” dice temer por su vida y la de su familia. Afirma que ya había pedido protección desde septiembre y que, por supuesto, las autoridades siguen “en comunicación” (esa palabra mágica que no evita ni un disparo). Mientras tanto, el Ejército, la Guardia Nacional y la Policía Estatal montaron su acostumbrado operativo post-factum: luces, vallas y comunicados. Ni un detenido, pero mucha cinta amarilla.
Tras la balacera, Maldonado suspendió sus recorridos de agradecimiento. Y no es para menos. Porque si el rancho “Parceros” ya fue visitado por las amistades equivocadas, lo prudente ahora será mantener distancia. En el Veracruz donde la política se cruza con la pólvora, ser “parcero” puede significar todo… menos estar a salvo.
Con informacion: ELNORTE/

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