Un joven de 16 años asesinado en Culiacán. Y otra vez, el ritual del fracaso: patrullas con luces parpadeantes, cintas amarillas ondeando y las botas militares recorriendo el pavimento caliente, como si la coreografía del Estado alcanzara para esconder la muerte. Pero no. Ni los uniformes nuevos, ni los reforzamientos, ni los blindajes compartidos entre policías y soldados evitan que los tiros sigan marcando la rutina.
El ataque se registró ayer alrededor de las 15:30 horas sobre la calle Cerro de las Siete Gotas, entre Cerro de la Chiva y Cerro del Yauco, detrás de la escuela primaria Francisco Zarco. Según los reportes, el menor habría sido perseguido y alcanzado por sus agresores cuando se encontraba en unas escaleras entre los edificios del conjunto habitacional.
Confunden guerra con seguridad
La estrategia de Omar García Harfuch —esa de «acompañamiento militar» y supuesta «coordinación interinstitucional»— se ha vuelto un desfile de cifras sin alma. Miden el éxito en decomisos, presumen detenidos como si fueran trofeos, y exhiben conferencias de prensa que buscan con cargo al presupuesto glorificar la derrota en Sinaloa.
Una estrategia de seguridad que merezca llamarse así tiene que tener como punto de partida —y de llegada— brindar seguridad real a la población. Si no reduce el miedo, las muertes o las violencias cotidianas, entonces no es una estrategia: es una simulación administrativa o una campaña publicitaria con uniformes.
Dar seguridad no es un objetivo accesorio, sino la razón de ser de toda política pública en ese ámbito. La legitimidad de una estrategia depende de su capacidad para generar entornos donde las personas puedan vivir sin miedo. Si los ciudadanos siguen encerrándose antes del anochecer o si los jóvenes mueren a balazos en plena calle, la estrategia fracasó, por más que haya decomisos o detenciones récord.
Una estrategia auténtica debe perseguir tres pilares:
- Prevención y control efectivos. No basta con reaccionar al delito; se debe evitar que ocurra. Esto implica inteligencia y verdadera coordinacion con presencia institucional sostenida, no solo patrullajes o desfiles de uniformes.
- Confianza ciudadana. Cuando la gente percibe a la policía o al Estado como amenaza o farsa, la estrategia pierde anclaje social. La seguridad se construye con legitimidad, no con fuerza bruta.
- Resultados medibles en bienestar, no en cifras. El verdadero éxito no son los decomisos ni los informes burocráticos, sino la disminución del homicidio, la violencia familiar, el reclutamiento de menores y el control territorial del crimen.
Una estrategia que no logra dar seguridad termina alimentando el círculo de la violencia que dice combatir. Mientras el Estado mida su eficacia en lo que quita y no en lo que protege, seguirá confundiendo movimiento con progreso y militarización con tranquilidad.
Desde septiembre de 2024, setenta y ocho menores han sido asesinados en Sinaloa. Setenta y ocho. Y el gobierno sigue jugando a la aritmética de la violencia, creyendo que capturar sicarios es lo mismo que construir seguridad. Mientras tanto, el Ejército sigue “acompañando”, eso sí, como si el simple hecho de caminar con fusiles entre la gente fuera sinónimo de paz.
La estrategia no falla porque no haya soldados suficientes: falla porque confunden la guerra con la Seguridad. Culiacán sigue contando muertos, las madres siguen buscando desparecidos, y los jefes de seguridad siguen citando porcentajes de disminuciones en lugar de mirar el desastre.
El acompañamiento militar no acompaña nada; es solo la escenografía del descontrol trasexenal en un país donde los mismos, siguen haciéndo lo mismo, pero esperan ilusamente un resultado distinto.
Con informacion: NOROESTE/ CIFRAS ESTADISTICAS/NOROESTE

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