En Guanajuato no se escucharon balas, pero sí un clic. La Fiscalía estatal, acostumbrada a perseguir delitos tangibles —robos, secuestros, fraudes—, esta vez fue víctima de un atraco invisible, digital y casi poético. Un grupo de hackers, con más elegancia que un ladrón de guante blanco y más coordinación que un equipo SWAT, se coló en los sistemas informáticos y se llevó lo más preciado: la información.
Quince días después de que el grupo de hackers identificado como Tekir APT reveló que secuestró información de bases de datos de la Fiscalía General de Justicia de estado, la reconoció que sufrió una “intrusión no autorizada” en sus sistemas informáticos.
Sin pasamontañas ni autos blindados, solo teclado, café y Wi-Fi. El golpe fue quirúrgico. Entraron, tomaron sus botines digitales, y salieron sin disparar una sola bala ni activar una sola alarma. Lo irónico: en la tierra donde la Fiscalía presume combate al crimen organizado, lo desorganizado resultó ser su sistema de seguridad cibernética.
El hackeo fue reconocido oficialmente —porque negarlo habría sido más ridículo que intentar culpar al clima—, y la institución ahora asegura que investiga “lo sucedido”. Una frase tan gastada como “se aplicará todo el peso de la ley”, aunque esta vez el peso cayó sobre sus propios servidores.
Mientras tanto, los hackers quizá levantan su copa (de Red Bull, claro) celebrando la hazaña: una operación silenciosa, precisa y con una dosis de humor negro. Porque en la guerra moderna, las balas se reemplazan por bytes, y el botín no se esconde en bodegas, sino en la nube.
Con informacion: PROCESO/

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