Visitanos tambien en:

viernes, 17 de octubre de 2025

LO «TENIAN FICHADO»: «BANDON de CRIMINALES del NEFASTO GOBIERNO PRIISTA que se CONVIRTIO en CARTEL VIGILABA a JUAN RULFO»….ironías del realismo mexicano: el escritor del silencio fue espiado por el ruido del poder.


Había una vez —como en los cuentos donde los héroes no llevan capa sino cuadernos— un gobierno que decidió que escribir era peligroso. No se trataba de la CIA gringa, ni del Mossad Israelita o la KGB rusa: eran de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía secreta del priismo , ese ente amorfo que se disfrazaba de Estado pero actuaba como organizacion criminal y con mucho militar en sus filas. El primer cartel de la era moderna, el que inicio traficando miedo y terminó traficando todo.

Y allí, entre los expedientes amarillentos que olían a tinta y represión, apareció un nombre que parecía no hacer ruido: Juan Rulfo. Sí, el autor que retrató el silencio de los muertos terminó siendo vigilado por los vivos más espectrales del país. Los mismos que anotaban sus vuelos, sus llamadas y hasta sus ausencias. Ironías del realismo mexicano: el escritor del silencio fue espiado por el ruido del poder.

Corría 1968, y el fuego estudiantil encendía las aulas del país. Mientras los jóvenes gritaban por democracia, los rifles del Ejército apuntaban a las cabezas que pensaban. En Ciudad Universitaria, los nombres de Monsiváis, Leñero, Revueltas, Rulfo y Barros Sierra se pronunciaban con respeto… y con miedo. En los despachos de Gobernación, lo mismo ocurría, pero con órdenes de seguimiento. Las firmas de esos intelectuales en un pliego petitorio bastaban para abrirles un expediente. Bastaba escribir “El movimiento estudiantil debe triunfar” para que el Estado los tachara de subversivos.

A Rulfo no lo salvó ni su mutismo. La DFS, brazo oscuro del PRI, lo fichó como si fuera un narco o un espía soviético. Aquellos que, décadas después, serían señalados por sus nexos con el crimen organizado, se estrenaban espiando escritores. El negocio del terror comenzaba con tinta, no con coca.

El régimen lo justificaba todo: “operaciones de control”, “restablecimiento del orden”, “agitadores capturados”. Traducción libre: cárceles, tortura y desaparición. La juventud pedía autonomía; el Estado respondía con bayonetas. Y mientras tanto, en los informes de inteligencia, se registraban los vuelos de Rulfo, las llamadas entre él y García Márquez, las reuniones donde supuestamente maquinaban la caída del orden priista. Pobres burócratas, si hubieran entendido su literatura, sabrían que Rulfo ya los había descrito: almas en pena caminando por un país de muertos.

El autor de Pedro Páramo firmó su nombre, y eso bastó. Bastó para que el sistema lo tratara como enemigo interno. Bastó para que lo espiaran como si sus fantasmas pudieran encabezar un levantamiento. Escribir, en México, siempre ha sido un acto de insurrección.

Los documentos desclasificados del Archivo General de la Nación hoy confirman lo que la historia ya sospechaba: que el PRI no solo gobernaba, también espiaba, traficaba, silenciaba y mentía. Que la DFS —ese Frankenstein político— actuó como cartel de inteligencia y como verdugo de la disidencia.

Y mientras el gobierno enloquecía buscando conspiraciones, Juan Rulfo seguía escribiendo sobre pueblos donde los muertos hablan más que los vivos. Quizá por eso lo siguieron, porque el verdadero poder teme más al que narra la verdad que a quien la grita.

El expediente sigue ahí, con las huellas del miedo institucional. Al final, puede que Rulfo tuviera razón: los muertos regresan a contar lo que vieron. Y los archivos del PRI, tarde o temprano, también hablan.

Con informacion: MILENIO/ MEDIOS/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Tu Comentario es VALIOSO: