Fue más fácil que robarle un dulce a un pequeño, o al menos eso pareció. Un experimento académico de no más de 650 dólares, realizado allá por mentes ociosas en la Universidad de San Diego, dejó al desnudo —literal y figuradamente— los secretos digitales del mismísimo Ejército mexicano y hasta de la Guardia Nacional. Todo por mirar un poco hacia arriba y jugar con señales satelitales que, sorpresa, no estaban tan encriptadas como decían los manuales.
Mientras tanto, de este lado del Río Bravo, la negación sigue siendo el deporte nacional. El Secretario de la Defensa Nacional, Ricardo Trevilla, apareció en la mañanera con el aplomo de un general que no se inmuta ni con radares ni con hackeos.
“Todos nuestros sistemas son encriptados. Técnicamente todos. Lo de Guacamaya fue falla humana, no de encriptación. Era internet común”, soltó con serenidad cuartelaria. Un mantra tan repetido que podría convertirse en lema bordado en los uniformes: “No era falla del sistema, era humana.”
El informe estadounidense —ese de los 650 dólares que bastaron para desnudar satélites— insinuaba que tanto el Ejército como la CFE transmitían datos sin encriptar por el espacio, dejándolos al alcance de cualquier aficionado con antena y café suficiente para una noche larga. Pero Trevilla negó todo: “No han ingresado. No tenemos ningún indicio.” Como si el mejor firewall fuera la fe.
Claro, negar es también una forma de cifrar: si nadie lo entiende, nadie lo decodifica. Lo cierto es que el recuerdo del “Guacamaya Leaks” sigue sobrevolando SEDENA, ese hackeo de septiembre de 2022 que filtró seis terabytes de correos, informes y secretos que deberían haber estado cerrados bajo diez llaves digitales, pero que sobrevivían en servidores Microsoft Exchange tan desactualizados como los parches de transparencia.
De esos archivos salieron historias de espionaje con Pegasus, informes sobre Ayotzinapa y órdenes clasificadas que nunca imaginaron ver la luz. Y hoy, mientras los techos satelitales se asoman vulnerables ante estudios de mil dólares o menos, el discurso oficial insiste: “todo funciona adecuadamente”.
Porque en el fondo, quizá, encriptar no es tan difícil como aprender a negar con elegancia.
Con informacion: ELNORTE/

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