La carta de renuncia de Gertz Manero es una pieza de propaganda pulida que intenta disfrazar una salida forzada como premio diplomático y “vocación de servicio”. El texto está diseñado para borrar cualquier rastro de conflicto político, desgaste personal o cuestionamientos a su gestión y reemplazarlos por una narrativa de reconocimiento y continuidad patriótica.
Estructura que maquilla la realidad
La carta abre como si se tratara de un trámite protocolario entre “servidores del Estado”, no de la dimisión anticipada del fiscal más poderoso del país dos años antes de que acabe su periodo,que debía haber cumplido antes que cualquier otra cosa. Se omite por completo la palabra “renuncia” al inicio: primero se habla del “honor” de una embajada y solo después, casi como efecto colateral, se menciona que deja la Fiscalía.
Todo el texto está construido en voz pasiva de burócrata orgulloso: “me ha propuesto”, “me va a permitir continuar sirviendo”, “me estoy retirando de mi cargo”. No hay un solo verbo que admita conflicto: no “abandona”, no “dimite”, no “es removido”; se “retira”, como quien cierra con dignidad una carrera impecable.
El truco central: la embajada como coartada
La carta coloca la propuesta de embajada como causa única y suficiente de la renuncia: la presidencia lo “honra” con una nueva tarea y él, agradecido, cede el puesto.Ese énfasis obsesivo en que todo es recompensa encubre que su relación con el nuevo gobierno estaba erosionada y que su permanencia tenía un costo político creciente, según diversas crónicas sobre las tensiones con Claudia Sheinbaum y el gabinete de seguridad.
Presentar el cargo diplomático como “posibilidad de seguir sirviendo al país” borra, convenientemente, que es también un modo clásico de reciclar a funcionarios incómodos: se les saca del foco interno, se les conserva el fuero diplomático, y se vende al público como reconocimiento. La carta jamás menciona que el Senado debatió la ausencia de una “causa grave” para su salida, lo que alimentó acusaciones de un fiscal hecho a modo y, ahora, de un relevo también a modo.
El silencio estridente: lo que no dice
En un puesto atravesado por falta de eficiencia, nula eficacia, escándalos de corrupción —filtraciones de expedientes, cuestionamientos por su intervención en casos que tocaban a su familia, dudas sobre su salud y edad— la carta no dedica una sola línea a explicar por qué abandona el cargo en medio de ese ruido. Tampoco hay autocrítica mínima sobre la incapacidad de la FGR para llevar a juicio casos emblemáticos de corrupción o violaciones de derechos humanos; el texto sugiere una gestión casi inmaculada que concluye solo porque lo ascendieron de nivel.
El documento evita mencionar cualquier presión política, pérdida de respaldo o conflictos internos, pese a que múltiples reportes coinciden en que esas fricciones fueron determinantes para su salida.El resultado es una renuncia sin contexto: un fiscal sale, otro entra, y oficialmente nada malo pasó; si hubo errores, desvíos o abusos, la carta los entierra bajo la alfombra de la “larga trayectoria de servicio público”.
Lenguaje de autoabsolución
Cada párrafo busca blindar la reputación del firmante: subraya “vocación de servicio”, “larga trayectoria”, “compromiso” y “responsabilidad”, fórmulas que suenan a absolución anticipada frente a cualquier revisión posterior de su gestión. El énfasis en la “estricta observancia” de una política exterior “representativa de la pluralidad del Estado” contrasta con las críticas a la Fiscalía por actuar de forma selectiva, politizada y opaca en varios casos de alto perfil.
Al pedir al Senado iniciar el proceso para ratificarlo como embajador, el texto se asegura de que la discusión pública se desplace rápidamente del balance de su periodo al reparto del nuevo cargo. La narrativa funciona como cortina de humo: transforma una salida problemática en un acto de continuidad institucional donde todos —presidencia, Senado, fiscal— aparecen como actores responsables que solo reacomodan fichas por el bien de México.
El sesgo de fondo
El sesgo central de la carta es exculpatorio y autorreferencial: todo gira en torno al honor del funcionario, no al interés público de explicar por qué un fiscal autónomo se va antes de tiempo. La misiva encubre el conflicto político, minimiza los señalamientos a su gestión y blanquea una operación de control de daños del nuevo gobierno, que barre al viejo fiscal sin admitir ruptura y lo manda de embajador para que se retire aplaudido, no cuestionado, menos enojado y lejos para que no abra la boca.
Con informacion: @Redes/

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