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El escandaloso aumento en el precio de las gasolinas y el desabasto que hoy nos alarma, es consecuencia de la caída de la producción de petróleo crudo, el repunte de su precio internacional, el desmantelamiento de nuestra capacidad de refinación, el disparo de las importaciones, el encarecimiento de su transportación y almacenamiento, la especulación de los distribuidores, la corrupción en Pemex y su sindicato, y una reforma energética orientada a favorecer al capital privado nacional e internacional.
Respecto a esta última causa, el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, no tardó en salir a desvincular el alza del precio con la reforma. El aumento —argumentó— no es consecuencia de la reforma energética, sino de la necesidad de flexibilizar y liberar el precio al libre juego de la oferta y la demanda, porque ya era insostenible el subsidio a los combustibles. Dijo, además, que de esta manera se divorciaba al precio de la gasolina de cualquier consideración política y/o recaudatoria.
No contrapondré alegatos técnicos, que no tengo, a los que indudablemente posee Meade. Sólo me refugiaré en el sentido común; y guiado por ese que es el menos común de los sentidos, argumentaré que la liberación del precio y su consecuente alza, es el cogollo de la reforma energética.
La libre importación de gasolina y la participación del capital privado en su distribución y suministro, estaba considerada para implementarse en 2018. Sin embargo, fue adelantada para abril del año que empieza pasado mañana. ¿Razones? Al menos tres a saber: el cambio de la estructura orgánica y administrativa de Pemex, que lo liberó de la enorme carga fiscal con que financiaba el gobierno y, en consecuencia, la reducción de ingresos al erario; la caída del precio internacional del crudo, que obligó a ajustar a la baja el gasto público previsto; y la necesidad de incentivar, con precios liberados, a quienes entren al jugoso negocio de las gasolinas.
En el fondo de todo esto prevalece la necesidad del gobierno de financiarse, trastocada por la reforma energética.
Con estos dos datos podríamos sustentarlo:
1. El precio de la gasolina Magna (por citar la más consumida) ha aumentado casi 50 por ciento en los cuatro años del gobierno de Peña Nieto, al pasar de 10.81 pesos por litro en 2012 a 15.99 pesos a partir de pasado mañana.
Y 2. Mientras que en Estados Unidos el precio del galón de gasolina lo integran el precio internacional del petróleo en 50 por ciento, la refinación en 25 por ciento y los impuestos el otro 25 por ciento; en nuestro país, el componente impositivo del precio (IEPS más IVA), es de 60 por ciento o más.
¿De plano pensarán que somos tan estúpidos para creer que el mega gasolinazo nada tiene que ver con la reforma energética y las necesidades recaudatorias del gobierno? Parece que sí, pues quienes gobiernan así lo han hecho históricamente.
De los múltiples comentarios coincidentes y críticos recibidos por la columna anterior (El mega gasolinazo y el desabasto), sintetizo algunos puntos que mucho ayudan a la ponderación de este tema que tan irritado tiene al país entero.
1. El componente geopolítico. Es obvio que el gobierno mexicano aceptó jugar el papel que le asignó el bloque regional del que forma parte (América del Norte): ser el suministrador de petróleo crudo de sus socios (Estados Unidos y Canadá) y comprador de productos terminados (gasolinas) que esas dos economías nos venden más caras.
2. Es en esa lógica que, desde hace por lo menos tres décadas, los gobiernos dejaron de aumentar nuestra capacidad instalada de refinación y de invertir en mantenimiento y reconfiguración. ¿Para qué si, a su juicio, es más redituable comprar la gasolina en el exterior que producirla aquí?, de acuerdo con ese dogma neoliberal que fue sustento de la tesis doctoral del ex presidente Zedillo y cuya no aplicación saca a los tecnócratas tantas ronchas como el otro que repudia a los subsidios.
Así las cosas, la actividad nacional de refinación está destruida. Contra 150 refinerías que tiene Estados Unidos, nosotros tenemos seis: Salina Cruz, con una capacidad de producción de 330 mil barriles diarios; Tula, con 315 mil; Cadereyta, con 275 mil; Salamanca, con 245 mil; Madero, con 190 mil; y Minatitlán, con 185 mil. Si usted suma esos montos, superará el millón de barriles diarios de gasolina que requiere el país en esta temporada de aumento del consumo. Pero resulta que esa es la capacidad instalada que, en el mejor de los casos, apenas se utiliza a la mitad. Así quedamos obligados a importar gasolina, a hacer la tarea geopolíticamente asignada.
Para 2017 el panorama se ve negro, muy complicado. Hubiera querido en esta última columna de 2016 ser un poco más optimista. ¡Imposible! Eso no me impide externarle mis mejores deseos de salud y felicidad. Con esos dos ingredientes principalísimos, podremos atender, de la mejor manera posible, las vicisitudes que como país nos esperan en este año nuevo.
Fuente.-
@RaulRodriguezC
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