En Tlapacoyan, Veracruz, una tienda de abarrotes llamada “Yoselin y Jesús” se convirtió en un escenario de terror: tres mujeres de la misma familia —abuela, madre e hija— fueron acribilladas a balazos en su propio negocio, como si fueran blancos de tiro de la delincuencia. No hubo aviso, no hubo negociación, solo el estruendo de los fusiles y el silencio que dejaron tres cuerpos en el piso de una tienda donde antes se vendían refrescos, tortillas y la rutina de todos los días.
Las autoridades, como siempre, llegaron con sirenas, cinta amarilla y el ritual de la escena del crimen: peritos midiendo, policías acordonando, militares patrullando. Pero cuando se trata de mujeres, de familias humildes, de tiendas de barrio, el Estado se vuelve sordo, ciego y lento: ni detenidos, ni móvil, ni siquiera una rueda de prensa decente. Solo el clásico guion: “investigamos”, “no descartamos ninguna línea”, “pronto tendremos avances”… frases huecas que ya nadie cree.
Mientras tanto, en Veracruz, el reloj de los feminicidios no para: 59 mujeres asesinadas en menos de un año, y la alerta de violencia de género que suena como una alarma defectuosa, encendida pero sin que nadie haga nada. La historia de María Elena, Karla y Joselin no es una excepción; es la regla: mujeres que trabajan, que sacan adelante un negocio, que crían, y que un día cualquiera son borradas de un solo disparo, mientras el gobierno sigue haciendo cuentas y promesas vacías.
Con informacion: ELNORTE/
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