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miércoles, 24 de septiembre de 2025

LOS «NIÑOS de la GUERRA»: «MAS de 60 NIÑOS,NIÑAS y ADOLESCENTES ASESINADOS en 1 AÑO en SINALOA»…escuelas de luto con atención tanatológica, y niños que confiesan su miedo.


La tragedia vivida en Culiacán demuestra que, en este país, la infancia ya no está exenta de la metralla y el terror, y que el pacto sangriento entre los cárteles y la autoridad lleva años condenando a chicos y grandes a vivir bajo la sombra de la muerte. 

La guerra que fragmenta Sinaloa desde septiembre de 2024, con sus “mayitos” y “chapitos” disputando calles y hogares, ha creado una rutina delirante: cada quien sale a la calle sin certeza de regresar, niños incluidos.

Crimen y gobierno comparten el horror

Mientras los criminales disparan a familias completas —como los hermanos Gael y Alexander, a los que arrancaron la vida antes de cumplir la adolescencia—, el gobierno preside funerales colectivos con declaraciones vacías y batallones sin cabeza. 

La lista de menores asesinados crece: 66 muertes infantiles en apenas un año. Pero para las autoridades —tan atentas al show de mantener “la normalidad” y tan indiferentes a la muerte cotidiana— la seguridad es un slogan y la impunidad, una política pública. Resulta grotesco ver al estadio de los Tomateros lleno a tope, las autoridades invitando a “tomar las calles” mientras el plomo silba en cada esquina; como si el entretenimiento pudiera tapar el hueco negro que dejaron las balas en decenas de familias.

Irreverencia ante la barbarie

Ir a clase en Culiacán implica “estar listo para la guerra”: simulacros ante ataques armados, escondites improvisados, chats de alerta donde el director avisa si hoy “será mejor quedarse en casa” por una balacera en la colonia de turno. ¿Le suena absurdo? Sí. Asegurar que la primaria Sócrates no necesita patrullas porque “la escuela no es el problema”, mientras fuera el riesgo es total, pinta de cuerpo entero a un gobierno que sólo reacciona cuando la tragedia le explota en la cara y jamás cuando puede evitarse.

Mientras los niños lloran porque “tienen miedo de que sus papás no vuelvan”, los maestros se fajan, viajan a la capital —sólo para que la presidenta Sheinbaum les cierre la puerta— y gritan que no quieren que les arrebaten a otro niño. El gobierno conjunta cifras: 2 mil homicidios, 7 mil robos violentos, 142 familias desplazadas en un año sólo en Sinaloa. ¿Soluciones? Más soldados, más rondines, cero inteligencia, cero estrategia, cero empatía.

Detalles que se niegan a callar

La rabia aquí no es sólo por quienes han caído; es por los chicos que quedan y que “ven a sus amigos jugar en el patio aunque estén muertos”, por las madres que se arriesgan a cruzar la ciudad con sus hijos o que deciden huir, por los directores de escuela convertidos en guías de duelo colectivo, y por los niños de seis años que rompen a llorar sobre los cuadernos diciendo simplemente: “Tengo miedo”.

La ciudad tiembla, los cárteles mandan y el gobierno finge que manda también. Pero aquí, cada vida truncada es corresponsabilidad de ambos: de quienes disparan y de quienes deberían impedirlo. La barbarie, en Culiacán, ya no es noticia: es rutina. Y eso sí que merece rabia.

Con informacion: NOROESTE/

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