Los mexicanos perdimos la capacidad de asombro y, con ello, desaparecimos nuestra capacidad de indignación. Nada nos mueve, nada nos conmueve.
Vivimos en una sociedad dominada por la apatía y por la abulia, en la que todo puede pasar y al final no pasa nada.
Una sociedad que entroniza la ignorancia en las redes sociales, en las que la mayoría desinformada y distraída en banalidades -pero aplastante en número- tiene voz y voto para opinar de todo, para descalificarlo todo, para crucificar a todos.
Poco a poco vamos tolerando que otros se adueñen de nuestras libertades, que se apropien de nuestros dineros públicos con absoluta desfachatez, que el sistema político, y también el empresarial, se corrompan el uno al otro para hinchar sus bolsillos con el silencio cómplice de una ciudadanía que lo sabe, pero que está pasmada, sin saber qué hacer, sin querer hacer, con el temor de perder su tarjeta del Bienestar.
Si un candidato nos vende promesas de un México justo, seguro, incorruptible y unido, para acabar convertido en un presidente caprichoso, aliado al narcotráfico, tolerante de la corrupción -incluso en su familia- y enemigo de la transparencia y de la rendición de cuentas, callamos.
Y si ese presidente dedica sus largos monólogos políticos a predicar mentiras, a sembrar odios y a fabricar falsas cifras y míticas realidades, callamos.
Si la nueva presidenta, lejos de inconformarse por la vía legal, desconoce los fallos del Poder Judicial en abierto desacato a la Constitución que juró respetar, callamos.
Si el partido del gobierno en turno soborna, extorsiona y secuestra legisladores para hacerse de mayorías calificadas e imponer su dictadura partidista como voz única de toda la nación, callamos.
Si alguien decide por capricho desaparecer los tribunales electorales, los órganos de transparencia, de energía y de competencia, para que ya no exista la rendición de cuentas, para que se pueda robar impunemente, callamos.
Si un partido crea una monstruosa red de huachicol para contrabandear combustibles sin pagar impuestos y aplicar esas ilegales ganancias a encumbrar narco-gobernadores, callamos.
Si un presidente convierte a algunos de los más altos mandos del Ejército en un engranaje de negocios verde olivo, a la vista de todos, traficando contratos de obra y engrosando cínicamente sus bolsillos, callamos.
Si un gobernador puede convocar al mayor capo de México a una reunión, y naufragar en el sitio donde fue asesinado un legislador que era su adversario y todavía mentir para decir que él nunca estuvo ahí, que como a donde nunca fue, callamos.
Si otro gobernador se rehúsa a presentar ante el Congreso sus presupuestos, rechaza publicar lo que los legisladores aprueban para congelar esas iniciativas y hace de su gobierno un saqueo permanente multimillonario entre familiares, amigos y factureros, callamos.
Si en Chiapas, lo mismo que en Guerrero o Michoacán, decenas de miles de desposeídos huyen de sus poblados, aterrorizados por el crimen organizado, callamos.
Si el crimen organizado silencia en Chiapas a balazos, la voz de un sacerdote que sólo intentaba recobrar la paz para su ensangrentada grey, callamos.
Si hoy en nuestro México, cualquiera, desde la más docta presidenta hasta el más cínico gobernador, el más rapaz de los alcaldes, el más corruptor de los empresarios o el más desalmado de los capos pueden hacer y deshacer a sus anchas, sin consecuencias, estamos perdidos como sociedad. La nación se nos va de las manos.
¿En dónde está esa frontera que nos empuje a reaccionar, a recapacitar, a dejar a un lado la parálisis para actuar en favor de la herencia social que les dejaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos?
Fuente.-CODIGO MAGENTA/
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