Cuatro días llevan sonando los tiros en la sierra de Guerrero, en el ejido de Los Guajes de Ayala. Los hombres de la comunidad rodean el pueblito de El Pescado para defenderse con sus armas del crimen organizado. Extenuado el negocio del opio, ahora es la madera de esos bosques lo que anda buscando la Familia Michoacana, según relatan los habitantes. Pero antes han de desplazar a las poblaciones que viven allí. A tiros. Mientras, en Chilpancingo, la capital del Estado, unos y otros recuentan votos y los que se dan por ganadores celebran con música, vestimentas típicas y vistosos sombreros de la tierra.
Mujeres y niños están refugiados en la iglesia y en una clínica del lugar y envían videos pidiendo ayuda con el ruido de las balas de fondo. Este jueves, la cosa está más calmada, pero ha sido difícil para ellas hasta comer. “Tenemos unos 50 niños en la comunidad, ahora en la clínica quedan alrededor de 30”, dice Marisela Mujica Sánchez, la esposa del comisario, que se juega la vida entrando y saliendo de la clínica a la casa para hacer comida. “Los niños lloran, tienen hambre, ellos no sabe qué está pasando”, dice por teléfono desde su encierro.
Tampoco los hombres han probado bocado desde que comenzó la semana. Agarraron sus armas y salieron a defender la aldea. Esta mañana el ruido se ha ido apagando, pero no quieren bajar la guardia. Uno de los habitantes del ejido, de unas 15.000 hectáreas, ha relatado a este periódico que “el martes, el Ejército y la policía del Estado trataron de ayudar por tierra, pero los caminos estaban bloqueados con árboles derribados. El miércoles, un helicóptero sobrevoló la zona, pero el reporte de su rondín es que nada pasaba, que estaba en calma. La Administración es el peor enemigo que tenemos”, dice este hombre.
El comunicado de afirma que los agentes sobrevolaron este miércoles las comunidades de El Pescado, Hacienda de Dolores, Los Ciruelos y Guajes de Ayala, en la Tierra Caliente y “no se visualizaron indicios de algún enfrentamiento”. Acudieron allá tras ver los videos que enviaban a las redes sociales mujeres “con crisis nerviosas”.
Una de esas mujeres, Mujica Sánchez, acaba de relatar a este periódico que las balas se oían todavía en la tarde noche del miércoles aunque ahora la cosa está un poco más tranquila, pero sin que se haya ido la tensión de los últimos días. “Nosotros somos pocos y ellos son muchos y con armas de alto calibre y carros blindados”, explica. “Ahora buscan la madera, las drogas ya no valen y quieren apoderarse de nuestras tierras”, sigue por teléfono. “Hemos pedido ayuda pero no nos atienden, así que algunas salimos para hacer comida mientras nuestros maridos siguen alrededor del pueblo”.
Tierra Caliente no pudo bautizarse mejor. La zona, entre los Estados de México, Guerrero y Michoacán está que arde. El crimen organizado ha desplazado a numerosas poblaciones para extender su negocio y los que se resisten no pueden abandonar las armas. En febrero, otro altercado a tiros dejó, según dicen los ejidatarios, 14 muertos. Del lado contrario. Son zonas remotas que necesitan, en algunos casos, kilómetros de caminata para llegar. Agrestes y ajenas al devenir del resto del Estado, donde la política no llega ni en tiempo de elecciones. De tanto en tanto piden ayuda contra el crimen, pero se dicen abandonados. Faltos, en ciertos lugares, de los servicios más básicos y sin acceso a educación por miedo a salir a los pueblos que cuentan con establecimientos educativos. La pobreza campa a sus anchas.
Guerrero lleva décadas en esta situación. El Estado es pionero en estas luchas, los civiles se arman como pueden y pelean con fuerza desigual. Los muertos no siempre son del bando de los invasores. En algunos lugares han organizado desfiles con niños para llamar la atención del gobierno federal, que no ha tomado a bien el gesto desafiante. El Gobierno se ha pronunciado en contra de que los niños armados muestren la indefensión de las comunidades a la vista del mundo entero.
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