Lo
que agravia, tanto, no es el salmón o el caviar que se comieron, sino por qué
estaban en el extranjero estos funcionarios de la Secretaría de la Función
Pública.
¿Qué
razón pudieron tener para estos viajes? ¿Qué buscaban fuera del país?
Virgilio
Andrade, como varios en la más cercana cercanía presidencial, “no entiende que
no entiende”.
Y
esto es gravísimo porque ni cómo explicarle.
Su
llegada, la creación de su espacio institucional, obedeció a un inmenso
descontento social por los reportajes de Carmen Aristegui sobre la existencia
de una casa faraónica en Las Lomas cuya propiedad presidencial, en su persona o
la de su esposa, permitía especular irregularidades.
La
obligación era investigar. Encontrar culpables. O, por lo menos, mecanismos
para que todo fuese y pareciese legal en este Gobierno.
Andrade
desde su llegada trajo el escándalo. Como si de eso no estuviesen hasta
la coronilla en Los Pinos. Su aceptada cercanía, para muchos
subordinación, con Luis Videgaray, restaba credibilidad a su trabajo de
fiscalización institucional.
En
lugar de crecer en imagen, de convencer a la ciudadanía con hechos, ha ido de
mal en mucho, mucho que es muchísimo, peor. No solamente “exculpó” mágicamente,
con argumentos muy simples, a la familia presidencial, sino que se ha
convertido en una estatua de adorno, de mal gusto por cierto, en esta
administración.
Con
tanto descontento que provoca, parece inverosímil que haya dado instrucciones a
sus subordinados para hacer turismo en lugar de trabajar en nuestro país.
Esta
semana una investigación periodística -otra vez los villanos del Gobierno de
Peña Nieto-, de la agencia de noticias Reuters, exhiben lo que comen en sus
viajes los fiscales de la honestidad y transparencia gubernamental.
Como
si viviésemos en el siglo pasado, la Secretaría de la Función Pública entregó
cajas y cajas de papeles, comprobantes, de viáticos a la agencia noticiosa. Y
ahí, hurgando entre éstos, se encontró que en una escala en Alemania, en la
ciudad de Fráncfort, el director de Asuntos Legales de esa Secretaría, Jorge
Pulido, gastó 500 dólares en dos taxis y dos comidas…
¿Es
poco o es mucho?
¿Por
qué tenía que hacer escala si su viaje era a Kuala Lumpur? ¿Por qué no
quedarse en el aeropuerto? ¿Por qué debemos pagar sus taxis si ni siquiera
debía estar en Alemania?
El
señor Pulido iba en camino a Kuala Lumpur a una reunión Equis.
¿Qué
tenemos que mandar a funcionarios a estas reuniones cuando no cumplen con sus
obligaciones en México? ¿Por qué no estaba revisando todos los contratos del
Grupo Higa con el Gobierno de Peña Nieto, por ejemplo?
Lo
mejor, periodísticamente hablando, son las expresiones de otra colaboradora de
Virgilio Andrade, de nombre Hilda García, que no se sabe bien a bien en qué
oficina está, que pasó las notas de una cena en la tienda Harrods de Londres…
Cuando
hay tantos restaurantes, algunos baratos, de todo tipo en Londres, resulta que
la señora fue al bar de caviar de esa tienda para millonarios, donde los jeques
árabes toman un “tente en pie” entre carretadas de compras…
La
señora Hilda García dijo, así lo publica el reportaje de Reuters, que fue a
cenar ahí como “premio” porque había estado en una jornada de trabajo muy
complicado, en un idioma y con unas leyes que no conoce muy bien… “No tenemos
el privilegio de comer en Harrods todos los días”, sentenció.
¡Qué
fuerte! Que asombro provocan estas declaraciones. Ciertísimo, ni usted ni
yo ni millones de mexicanos tenemos ese privilegio… pagado por nuestros
impuestos y sin justificación alguna.
Como
respuesta a este escándalo, que viene de las cajas repletas de comprobantes que
ellos mismos entregaron, Virgilio Caballero declaró que van a estudiar qué
hacer al respecto…
Y
lo único que no entiende, insisto, es que no entiende…
¿Por
qué tenerlo, millones de mexicanos lo tenemos y lo sostenemos, al frente de esa
Secretaría? Que alguien nos dé una explicación con urgencia. Por
qué debemos pagar el caviar, el salmón, los gustos millonarios de funcionarios
que no dan ningún resultado…
Que
alguien le explique a Virgilio Andrade qué significa tener sentido común,
contar con la más elemental inteligencia, comportarse con un mínimo de
discreción. Que alguien le platique de sus obligaciones, suyas y de sus
colaboradores, como funcionario público…
fuente.-
Isabel
Arvide
@isabelarvide
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